Petro arrancó por el principio: Un Acuerdo Nacional. Pero este no será fácil, ni gratis y debe partir fundamentalmente de tres cosas: dar tranquilidad a los mercados, a la democracia e incluir a la derecha, al uribismo. También, hay que decirlo, el acuerdo puede ser imposible.
Los diálogos multitudinarios siembran ilusiones, ayudan a liberar tensiones y buscan proporcionar gobernabilidad y estabilidad. Pero cualquier acuerdo -y acá retomo lo que dijo Benedetti- tiene que comenzar con contactar a Uribe y ello generará la bronca interna del petrismo radical (pero no tiene de otra y lo mas seguro es que el uribismo no se le sume); sin embargo, el acuerdo debe incluir a la derecha porque de lo contrario corre el riesgo de ser un acuerdo de los mismos con los mismos para quedar en las mismas, es decir, en las dos Colombias irreconciliables y polarizadas.
El acuerdo nacional puede, en parte, concretarse en el Plan Nacional de Desarrollo y en el gabinete ministerial. Ahí puede residir, en cierta manera, la gobernabilidad que pueda tener Petro en sus primeras de cambio y ello dependerá de los temas gruesos acordados, de las líneas rojas pactadas y si el gabinete es pluralista y representativo del acuerdo nacional o si lo conforma con los tradicionales y radicales del Pacto Histórico. Tendrá que darse la pela y hasta traicionar a sus barras bravas si quiere conservar, por más largo tiempo, el capital político con que inicia todo gobierno. De lo contrario puede, en menos de lo que canta un gallo, dilapidarlo con las reformas tributaria y pensional, ambas necesarias pero dolorosas.
La opinión pública no entenderá una reforma tributaria que aprieta el cinturón y mete la mano en el bolsillo de la gente si no va acompañada de una reducción de la burocracia, del clientelismo y del Estado y si no se blinda para que no se vuelvan puros subsidios o mermelada para los congresistas. La destinación de esos nuevos recursos dependerá de lo que se entienda por la función económica del Estado que, no son otras que, la de garantizar la competencia y la de proveer los bienes públicos para mejorar la competitividad o, la otra visión, de agigantar el Estado con su ineficiencia, paquidermia y corrupción.
Más pronto que tarde, Petro debe esperar una oposición amorfa, inorgánica y molecular. Sin dueño, el dueño podrá ser algo etéreo y heterogéneo llamado ciudadanía que se expresará -por aquello de las altas expectativas esperadas y la dificultad de “caja” para cumplirlas- más en la calle y en las redes, que en el Congreso de la República.
Por lo pronto, un consejo, debe desprenderse de tanta ideología y andar por el camino del pragmatismo y claro, mostrar cuál Petro nos va a gobernar, el del socialismo del siglo XXI o el moderno y moderado; pero lo veo más cercano a un Boric, Lula y Pepe Mújica y muy alejado de un Maduro, Ortega o los Castro de Cuba.