Es indiscutible la importancia de formar a nuestros niños, niñas y jóvenes, en una
estructura de normas y límites que les permitan ser los seres humanos íntegros, éticos y
conscientes de su responsabilidad con el cuidado de sí mismos, de lo otro y de los otros,
que nuestro mundo tanto necesita.
Los límites claros dan seguridad, porque permiten saber qué esperar, ofrecen un sentido
de control sobre la propia vida, ayudan a entender lo que está bien y lo que no lo está,
permiten explorar el mundo de manera segura, ayudan a disminuir los conflictos, generan
bienestar y fomentan la construcción de un ambiente psicológicamente seguro para todos.
Pero especialmente favorece el desarrollo de personas con criterio, que sepan cuándo
decir no y puedan mantenerse firmes frente a las presiones que deben enfrentar.
¿Estamos, los padres, educando a nuestros hijos e hijas de manera consciente e
intencional para que eso suceda?
Soy una convencida de que se debe formar en el ejercicio de una libertad responsable,
desde unos principios y valores claros que ayuden a nuestros hijos a mantenerse firmes
frente a las presiones y desafíos que tienen que enfrentar cotidianamente, para que de
manera autónoma y responsable tomen las decisiones correctas. Todo esto toma tiempo,
esfuerzo, consistencia y sobre todo claridad frente a aquellos NO que no estamos
dispuestos a negociar.
Establecer unos lineamientos claros, que hagan visibles los valores y principios implícitos,
puede ayudarnos en esta impostergable tarea, que implica, entre otras cosas, tener clara
la diferencia entre normas y límites.
Los límites tienen que ver con esas fronteras inquebrantables que no se pueden
sobrepasar en ninguna circunstancia, porque ponen en riesgo la integridad propia y/o de
los otros. Tienen que ver con los principios, por lo tanto, no varían con el tiempo y no son
negociables. Mientras que las normas son las reglas o acuerdos que regulan la
convivencia y que son susceptibles de cambio según las circunstancias. En un ejemplo,
un límite es el NO contundente frente al maltrato en cualquiera de sus formas, mientras
que una norma es el NO uso del celular mientras se está comiendo en familia.
En ambos casos hay implícitos unos NO muy claros, que se interiorizan mejor y se logran
llevar a la práctica de manera responsable y autónoma, cuando se enmarcan dentro de un
enfoque positivo, en el que se hace explícito y visible lo que se espera que suceda. Decir
frases como, “En esta familia los conflictos se resuelven hablando, aquí no golpeamos ni
lastimamos a nadie”, en lugar de “Si golpeas a tu hermano, te castigo”, hace una gran
diferencia. En el primer caso se evidencia el valor o el principio que responde al límite, a
la vez que se hace explícito lo que no está permitido, mientras que, en el segundo caso, el
límite se asocia con el castigo. En el primer caso se estaría formando en la autonomía, en
el segundo en la heteronomía.
Es un inmenso privilegio y una gran responsabilidad la que tenemos los padres de poder
acompañar a nuestros hijos(as) en su proceso de formación, por eso es importante que
reflexionemos sobre cómo lo estamos haciendo y sobre las herramientas con las que
contamos.
Les comparto algunas pautas que pueden ser útiles en esta tarea:
Exponga los límites de manera clara y positiva, dando explicaciones sencillas y
haciendo referencia al principio al que responden.
Establezca las normas que sean estrictamente necesarias, para así poder cumplir
con ellas de manera consistente.
En tanto sea posible, involucre a sus hijos(as) en la construcción de los límites y
de las normas.
Demuestre a través de sus propias acciones, los comportamientos que espera de
sus hijos(as).
Sea consistente y más que castigar los malos comportamientos, permita que los
niños(as) experimenten las consecuencias que se derivan de sus acciones.
Nuestros niños, niñas y jóvenes, hoy más que nunca, necesitan de unos padres seguros,
claros y firmes, que de manera respetuosa les digan que NO, sin miedo, para que ellos a
su vez, puedan establecer sus propios límites.
