Analizando las economías de los países que pertenecen al G20, podemos observar que todos presentan de una u otra forma algún tipo de crisis energética, inicialmente creada por el aumento de demanda post pandemia, seguida de complicaciones en las cadenas de abastecimiento y, que sumado a las políticas públicas de algunos países impulsando una afanada descarbonización, generaron una desconexión del mercado.
En el caso de China, siendo el mayor consumidor de electricidad en el mundo, principalmente en el sector de manufactura, sus niveles de consumo energético son tan potentes que equivalen a un trillón de vatios/hora. Ahora, el 60% de la energía en China se basa en carbón, donde la pandemia, sumada a las políticas globales de reducción de emisiones, han causado que la cadena de abastecimiento en ese país genere cambios importantes en su comportamiento, puesto que su economía ha tenido que cambiar su modelo de consumo, pasando de carbón a otro sustituto, siendo el petróleo y el gas natural los productos adecuados para suplir esa necesidad energética.
Sin embargo, China sigue construyendo plantas de energía basada en carbón. Por una parte, porque consideran que la transición energética es una correlación post pandemia más que una tendencia sostenible, y también porque dentro de su economía, necesitan preservar puestos de trabajo que dependen exclusivamente del carbón.
Con respecto a Europa, el mercado muestra unos niveles bajos de inventarios de gas natural, como también unos niveles altos de demanda, y una aceleración de proyectos de descarbonización que para algunos países resultan inconsistentes, generando tendencias hacia la dependencia del gas natural como combustible puente hacia cero emisiones, y la mayoría de este gas natural vendría de Rusia.
Y dentro de este escenario geopolítico, no podemos olvidar a Estados Unidos, que está encontrando la forma de ser más eficiente en sus procesos energéticos, ya que mientras fomenta la descarbonización principalmente en el sector manufactura y transporte terrestre, cuenta con una infraestructura robusta de producción y transporte por poliductos, que lo sigue fortaleciendo como líder de distribución mundial de gas natural.
Bajo ese orden de ideas, el objetivo principal dentro de esta ecuación geopolítica/energética con el fin de reducir emisiones, radica en controlar la diferencia (spread) entre la producción de gas americano y gas global, principalmente ruso, para de esa forma corregir con el tiempo la desconexión que existe entre las cadenas de abastecimiento y los niveles de demanda. Mi pronóstico es que vamos a tener una oferta de gas natural americano cuyo costo de producción oscile entre USD$5 y USD$8/mcf, y que competirá con un costo de producción de gas global que oscile entre los USD$10 y USD$20/mcf, y este escenario generará una guerra fría energética que únicamente será mitigada cuando los fundamentales del mercado estén alineados con las políticas públicas de reducción de emisiones.
Y que mejor panorama éste para el gas natural, donde se convierte en la opción más realista para lograr una transición energética sostenible, estimulando el crecimiento económico y progreso social, y a su vez como una fuente de energía segura y abundante en el corto y mediano plazo.
Para esta coyuntura, el LNG (Gas Natural Licuado), adquiere unas proporciones determinantes dentro de las matrices energéticas mundiales, siendo el combustible que tomará prelación no sólo para la generación de energía, pero también como catalizador dentro de la estructura de descarbonización de las economías.
Finalmente, ya entrando en el mercado colombiano, es necesario que asumamos el rol de “surfers energéticos”, puesto que a corto y mediano plazo, con el fin de cubrir nuestras necesidades energéticas y, teniendo en cuenta que tenemos solo 7+ años de reservas de gas, tendremos que montarnos en la ola de precios y tendencias del mercado, ya sea negociando el gas natural para importar indexado al precio de crudo o basados en el precio del Henry Hub (referencia de gas para Colombia), con el fin de amortiguar la volatilidad temporal, y esperando que, a largo plazo, una vez los proyectos de exploración gasífera muestren el potencial que pueden dar, potenciarnos como productores de gas natural en la región.
El futuro energético genera espacio para la especulación, pero el presente indica que nos encontramos en un momento decisivo, donde los mercados mundiales deben establecer los parámetros para llegar a ser economías carbono neutrales, sin necesidad de imponer tiempos para llegar a esos objetivos, ya que al final, la transición energética no es una carrera de velocidad de 100 metros, pero si talvez una maratón donde el tiempo no es la variable predominante, sino la consistencia en que estos objetivos se van logrando.