Lo que se ve desde afuera

Como suele ocurrir en los museos, en donde es conveniente retirarse de los cuadros para verlos mejor, esta semana hemos tenido dos perspectivas de la realidad colombiana vista desde el exterior, que enseñan un panorama de la situación nacional emparentada con las Pinturas Negras de Francisco de Goya, genio de quien, por cierto, celebramos en estos días el 275 aniversario de su nacimiento.

Puso el aperitivo el diario español El País con un informe de toda una página titulado “Un polvorín llamado Colombia”. Más elocuente no podía ser. Después de hacer un recorrido por el panorama de incumplimientos de los acuerdos de paz firmados entre el Estado y la guerrilla de las Farc, los índices de inseguridad creciente, las matanzas de líderes sociales y demás lacras de esas de las que nos hablan a diario y oímos como quien oye llover, el autor del informe llega a una inquietante conclusión.

Dice el diario madrileño que después de veinte años con la impronta del uribismo en la vida colombiana, esta corriente de pensamiento político podría terminar por dar paso a un gobierno de izquierda. Digo inquietante no porque sea de izquierda, cosa que incluso sería saludable para el país, sino porque esa opción hoy en Colombia llegaría de la mano de un conspicuo representante del más ofuscado populismo que tanto daño está haciendo allí donde ha llegado, como es Gustavo Petro; cuya gestión en la alcaldía de Bogotá no es precisamente la mejor tarjeta de presentación para un candidato presidencial.

Pero el plato fuerte de la semana nos lo sirvió nada menos que el Departamento de Estado norteamericano, esa dependencia de la que el ilustre embajador de Colombia en Washington, Francisco Santos, dijo que era “lo más parecido a una ONG”, en tiempos de Donald Tump. (Entre paréntesis, increíble que el señor siga en ese cargo; pero bueno, así está la política exterior de este país. Eso también).

A lo que íbamos: el informe del Departamento de Estado sobre la realidad colombiana. Es demoledor. Lo leí en el diario El Espectador, que traía también la versión original en inglés. No le extraña a uno que en el gobierno de Iván Duque tuvieran tantas ganas de que ganara Trump las elecciones norteamericanas. Intuían que con Joe Biden les iba a ir mal, y el tío Joe ha pasado la primera factura por la torpeza de haber apoyado al disparatado magnate neoyorquino. 

Produce escalofrío solo leer las cifras correspondientes a las ejecuciones extrajudiciales de personas inocentes en Colombia: solamente hasta junio del año pasado “1.700 miembros de la Fuerza Pública habían sido condenados en 270 casos relacionados con falsos positivos desde 2008”. Parece increíble ver negro sobre blanco que había investigaciones abiertas por esa práctica contra 14 generales y un total de 2.286 investigaciones abiertas por falsos positivos. Son demasiadas “manzanas podridas” para que no se nos indigesten.

El informe de 43 páginas, primero publicado por la administración Biden sobre la situación de derechos humanos en Colombia, da un espaldarazo a la labor de la JEP, el tribunal de justicia especial que tan incómodo resulta a la administración Duque y que esta semana ha recibido la atención del precandidato presidencial Tomás Uribe, quien propone remplazar la JEP por un cuestionario en internet. El papá del precandidato del Centro Democrático debe andar muy bravo con el Departamento de Estado. Y ni modo de acusarlo de ser una ONG “que solo quiere desprestigiar a mi gobierno”.

Por cierto, que don Tomás soltó otras dos perlas en la misma entrevista de radio, que muestran el nivel de confianza que deposita el uribismo en sus votantes cautivos: que el Presidente Eterno había acabado con los falsos positivos y que “afortunadamente el gobierno actual ha acabado con la mermelada”.

Despidámonos con estas dos perlas de lustroso oriente, y aprovechemos estos días de recogimiento para orar, pedir al Altísimo por el futuro de este país y que a este nuevo delfín le conserve el juicio, discernimiento y equilibrio de que está haciendo gala, en su recién inaugurada campaña política a la presidencia del país.

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