Jacobo Solano

Periodista y escritor colombiano-italiano, artista visual y conceptual, creador de contenidos digitales y contador de historias del mundo.

Jacobo Solano

Maldita violencia de mierda

El atentado contra el candidato presidencial Miguel Uribe es una derrota para nuestra sociedad civilizada. Una muestra brutal de que no hemos entendido nada. Nos seguimos matando por pensar diferente, y no pasa nada.

Ya ocurrió en 1948 con Jorge Eliécer Gaitán. Luego con Jaime Pardo Leal en 1987. Pasó con Luis Carlos Galán en 1989. Igual con Carlos Pizarro en 1990. Siempre por los mismos extremismos políticos que nos arrastran por un mar de sangre y desesperanza. Por el odio inculcado por los mismos políticos que, desde sus trincheras ideológicas, manipulan lo más sensible de la sociedad: la juventud. Un sicario de 15 años que empuña un arma para matar a Rodrigo Lara Bonilla en 1984, es el mismo tipo de sicario que intenta asesinar a Miguel Uribe en 2025. Y no pasa nada. Los niños no matan porque sean pobres o ingenuos. Matan porque alguien los usa, porque hay quienes viven de la muerte y les enseñan a odiar. Y esos alguien aprendieron a odiar de sus líderes, que promueven discursos incendiarios. Estamos atrapados en el reciclaje eterno de nuestra violencia. Una violencia que muta pero nunca se detiene. Antes fue la violencia partidista, luego la mafia del narcotráfico. Ahora son los extremos políticos y la desigualdad. Siempre hay un motivo nuevo para matarnos, para agredirnos de la peor forma. Hoy las redes sociales exacerban esa agresión. Y ahí, el presidente Gustavo Petro tiene una enorme responsabilidad. No entendió la oportunidad histórica que le dio el pueblo colombiano. En lugar de unir, polarizó. En lugar de sanar, agitó. En lugar de construir, dividió. La violencia de hoy también es suya. Porque el odio tiene eco, y él decidió amplificarlo. Miguel Uribe es un hombre joven, un político con un hijo de tres años. Viene de una familia marcada por la violencia: su madre fue asesinada por Pablo Escobar. Lleva esa impronta que tantos colombianos cargamos: la memoria de la sangre.

Este atentado lo comete la izquierda extremista, la que no soporta un discurso diferente. Lo mismo hizo en su momento la derecha perversa contra Gaitán y contra Pizarro. Son los extremos, siempre los extremos, los que no entienden la democracia. Solo los mueve el odio, la rabia y el resentimiento.No entienden que la democracia se basa en respetar las libertades. Pero, sobre todo, en respetar la vida. No se construye nada a través de la venganza. Hay que aprender a alternar el poder y a convivir con quien piensa diferente. Hay que entender que el mundo no se acaba con la política. Que la vida es lo más valioso. Y que en Colombia no se respeta: se marchita. Se apaga. Y no importa. Seguimos siendo cavernícolas. Salvajes. Atrapados en una polarización extrema que nos está destruyendo.

Ojalá Miguel Uribe viva. Para que siga haciendo política. Para que su familia lo tenga a su lado. Y para que, con su historia, sea un referente de paz en este país de mierda.

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