La muerte de mi tío Alfonso Araújo Cotes fue un aplauso a la vida, fue un festejo para, de pie, aplaudir su existencia. Fue un liberal que no destiñó. Se ubicó, al lado de López Michelsen, en el ala progresista e intelectual del liberalismo. Araújo Cotes se destacó en varios ámbitos.
En su vida pública nos legó valores. Ayudó a construir aquella época -ya perdida, ya lejana- en la que la política se hacía con honestidad y, cuando lo público, no era un botín para enriquecerse. No usó el poder para formar clanes políticos ni le jaló al nepotismo como forma de gobierno familiar. Mi tío no se enriqueció, no se sirvió del presupuesto público sino que sirvió al territorio y a sus gentes.
Cuando fue -hace ya décadas- director Instituto de Fomento Municipal (INFOPAL) y dos veces gobernador del Cesar, transformó vidas y territorios. Al Cesar, de su mano, llegó el acueducto, el alcantarillado, el aseo y el saneamiento básico y fue protagonista en la creación del departamento.
Toda su vida se la dedicó a lo público hasta el punto que todavía a sus 90’s años fue impulsor de la sede de la Universidad Nacional de La Paz, Cesar y veedor de la nueva vía de la Paz-Valledupar; y hasta donde pudo asistió a todos los foros que se celebraban en Valledupar. Ahí estaba en primera fila.
Hizo cosas con un presupuesto exiguo, sin las regalías de estas décadas y sin mucho tiempo en el poder. No como ahora, que hemos tenido ministros de 2 y 3 años y directores de institutos nacionales oriundos del Cesar, con presupuestos públicos abultados y al Departamento le han dejado pocas transformaciones y muchos escándalos nacionales.
También fue, en toda su vida, un emprendedor, un innovador y un vanguardista. A sus 80 y 90 años hablaba de proyectos pecuarios, ganaderos agrícolas y los emprendía. Era un hombre centrado más en el futuro que en el pasado. Esa fue una gran lección de vida para mí. La muerte, su muerte, no estaba en su futuro; daba la impresión que la hubiese borrado de su mente.
Mi tío Alfonso fue un buen lector. Abogado de la universidad Nacional de Bogotá. A mí, en lo particular, me hablaba desde la conseja, desde el conocimiento y desde su experiencia de vida. Ello se lo agradeceré de por vida. Fue un excelente familiar. Tuvo más virtudes que defectos y por eso Dios lo premió con la vida que tuvo.
La muerte entró al aposento de la familia y nos trajo dolor. Pero esta vez, es un dolor que no nos arrebatará la palabra, ni nos arrojará al silencio sino que la muerte de mi tío es una oportunidad para celebrar la vida.
A Dios, muchas gracias por prestárnoslos tanto tiempo y a él, a mi tío, muchas gracias por todo los que nos legó.