El premio al aguante, al apoyo. Ganó el local en un partido diferente, que se juega con especiales ingredientes, con futbol o sin él, pero con la pasión encendida de jugadores y aficionados, en la cancha y en los micrófonos. Con la temperatura a tope.
Una nueva versión de los clásicos, los modernos, con toques emocionales que generan extravíos mentales, como el de Hinestroza de Nacional, el chico inexperto retador con su mensaje subliminal a las tribunas, tras el empate.
Se limpió la boca con la bandera de Millonarios, con peligrosos riesgos, reprendido a tiempo por su compañeros que proponían juego y no peleas.
El triunfo del local salió de la nada, en una combinación de errores defensivos de Nacional y aciertos de Millonarios, especialmente Silva, quien, a su mejor estilo, con olfato y oficio que dan la veteranía, espero el momento para liquidar el partido.
Y lo hizo con precisión y frialdad como ha ocurrido siempre. Macalister, salvador en los momentos críticos.
Millos celebró con desbordes como si fuera un título. La ocasión lo ameritaba. Es y será Nacional un rival temido, peligroso, en crecimiento por estos días y favorito.
Buenas formas tiene el verde, pero es inconstante. Sus futbolistas entran y salen, mentalmente, en los partidos.
Sufrió Millonarios, después de la volea arrebatadora de Leo Castro que pulverizó el cero a cero, por la lentitud de su defensa y la escasa posesión y elaboración algo vital en su ADN.
Nacional, que se hizo dueño por pasajes del partido, intimidó, pero mostró debilidades en su ataque.
Es y será este duelo diferente. Con profundas repercusiones en el ánimo de los aficionados, por el resultado a favor o en contra.
Con ingredientes explosivos, expresados en los forcejeos, las provocaciones, en las reacciones. Partido con adrenalina a tope. De infartos. Ver a Millonarios contra Nacional, en el futbol colombiano, es algo diferente.