Mujeres: la lucha continúa

Ciento once años han pasado desde que se proclamó en Copenhague el Día Internacional de la Mujer atendiendo la propuesta de las políticas alemanas Clara Zetkin y Käte Duncker y que se dio en el marco de la Segunda Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas. A partir de entonces y manteniendo un reclamo por la igualdad entre hombres y mujeres que venía consolidándose por cuenta de la Declaración de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana redactada por la francesa Olympe de Gouges en 1791, la publicación en 1792 de Vindicación de los Derechos de la Mujer de la británica Mary Wollstonecraft, la inserción progresiva de la mujer en la vida laboral, los reclamos de las obreras en Estados Unidos y Europa, como la Huelga de las Camiseras de 1909 de Nueva York; y el feminismo sufragista, que exigió y conquistó el derecho de las mujeres a votar (aunque restringido inicialmente a las propietarias, educadas y blancas), el 8 de marzo terminó convirtiéndose en el día en que el mundo, más que celebrar, conmemora una demanda que en 2021 sigue siendo justa y necesaria.  

Nuestro país no ha sido ajeno a este proceso. Importantes colombianas han jugado un papel protagónico en la vida nacional como Javiera Londoño, precursora de la abolición de la esclavitud en el siglo XVIII; la heroína y espía durante la guerra de independencia Policarpa Salavarrieta; la líder sindical de comienzos del siglo XX, María Cano; la escritora Soledad Acosta de Samper (1833-1913); la primera senadora en la historia nacional entre 1958-1961, Esmeralda Arboleda; la pintora expresionista Débora Arango (1907-2005); y la Constitución de la Provincia de Vélez (actual Santander) que reconoció a las mujeres el derecho al sufragio en 1855, aunque en la practica fue necesario esperar hasta 1957 para que las mujeres tuviésemos realmente el derecho a elegir y ser elegidas gracias a la paradójica decisión de la dictadura militar de Gustavo Rojas Pinilla.    

Es verdad que han habido innegables logros. Formalmente, las mujeres y los hombres tenemos los mismos derechos y obligaciones. Ya no somos consideradas unas “incapaces” para decidir sobre nuestro patrimonio y la invención de la píldora y otros métodos anticonceptivos nos han permitido gozar la sexualidad con responsabilidad y determinar si tenemos o no hijos. Hemos logrado acceder a la educación superior, el matrimonio dejó de ser una institución eterna en la que estamos obligadas a estar incluso si no queremos o si el amor ya se fue y cada vez somos más las mujeres que nos destacamos destacadas en todas las áreas del conocimiento, en la política, en las artes, en el mundo empresarial. Aún así, la la brecha es igualmente innegable.  

Todavía existen estereotipos que restringen nuestras posibilidades. Hay empleadores que prefieren contratar hombres porque, equivocadamente, piensan que las mujeres somos menos productivas, o porque simplemente no están dispuestos a asumir los costos de las licencias de maternidad o a otorgar permisos para que las mujeres que tenemos hijos podamos cumplir nuestro rol de madres. También diferencias salariales entre mujeres y hombres a pesar de que nuestros trabajo y productividad sean los mismos. El machismo, que se refleja en infinidad de ámbitos (en la familia, en el trabajo, en la cultura, etc.), no ha sido derrotado y la violencia en contra nuestra no da tregua.      

Por eso, como mujer, como madre, como profesional y como senadora de la República he hecho lo que está en mis manos para que desde el reconocimiento de nuestras diferencias la igualdad entre hombres y mujeres no sea solo tinta sobre papel, sino real: igualdad ante la vida. Apoyé decididamente la obligación de los movimientos y partidos políticos de conformar sus listas de candidatos a órganos colegiados paritariamente, es decir, la mitad de sus integrantes debemos ser mujeres. Propuse la creación del Programa de Apoyo a la Mujer Embarazada Víctima de Violencia Sexual. He puesto mi empeño para crear la Ruta Integral de Emprendimiento de Mujeres “EME” a fin de ampliar, con un enfoque diferencial de género, las oportunidades de trabajo decente y de generación de ingresos para las mujeres. Asimismo, soy autora de iniciativas que apuntan a fortalecer las comisarías de familia para que atiendan mejor los casos de violencia contra las mujeres o basados en género, a empoderar a las comunidades lactantes, a crear el programa Estado Contigo para mujeres cabeza de familia. También presenté un proyecto de ley que está en mi corazón: la creación de Casas de Refugio que acogerán, si el Congreso de la República lo aprueba, a las mujeres víctimas de violencia y a sus hijos, y donde se les brindará asesoría y asistencia jurídica, psicosocial, psicopedagógica y ocupacional para aliviar y poner fin a una etapa dolorosa y contribuir en la reconstrucción de sus sueños.  

Pese a la discriminación histórica contra nosotras, los progresos del pasado y la lucha del presente para vencer las injusticias existentes nos llenan de esperanza: la construcción de un país equitativo para todos, con independencia de nuestro sexo, es una posibilidad verdadera. Al fin y al cabo, y como dijo en alusión a la inmortal Úrsula Iguarán nuestro Nobel de literatura Gabriel García Márquez, quien habría cumplido 94 años este 6 de marzo, las mujeres somos las que sostenemos el mundo.  

Encima. Aunque el camino sigue y todavía faltan decisiones importantes, el viernes comenzó a hacerse justicia con la solicitud de preclusión (terminación) del proceso contra el presidente Álvaro Uribe. La confirmación definitiva de su inocencia por los jueces de la República será un triunfo de la verdad, de los derechos humanos y de toda Colombia, porque cuando un hombre encarna a un pueblo, un triunfo suyo es de todo un país.

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