Ñame de todo mote

Hace unos días el folclor colombiano perdió a Juan “Chuchita” Fernández, insigne compositor y voz de los Gaiteros de San Jacinto. Su curioso apodo nació en una parranda en la que su habilidad para tocar la guacharaca fue puesta a prueba. Luego, él mismo diría que todo artista debe tener uno. Por cierto, como “chuchita”, además de otros, conocemos en la costa a un tipo de zorra. Pero se quedó corto el juglar. Porque no hay caribeño sin remoquete, que más que un insulto es una forma cariñosa para subrayar la identidad. Es afecto puro.

Tiene el Caribe, locuaz e imaginativo, una capacidad enorme para describir a las personas, especialmente desde sus rasgos físicos sobresalientes. Recién oí de un apodo que me pareció fuera de serie: “Paraguas cerrado”, para referirse a una persona larga, flaca, delgada y de cuello estirado, quien, para hablar, debía doblarlo. Hágame el favor: ¡literal descripción!

Ni qué decir de los llamados “ñame de todo mote”. Esos que no pueden mantener un bajo perfil y quieren hacerse notar a como dé lugar. Juegan de pitcher, de primera base y de jardineros. Cuando ya han jugado todas las posiciones, se inventan otra. Del jardín central a los rincones del estadio: siempre quieren ser los protagonistas de la película (los “cuarto bate”) y, como bien enseñaba un destacado neurofisiólogo, los “Sherrington” de las conexiones. Cuando se ponchan, reaccionan infantilmente, y se deprimen. No aceptan sus errores y su lobulillo ventromedial prefrontal (expresión de emociones) ha perdido la capacidad de la retroalimentación y el autoanálisis.

A esta vanidad, la denomino funcional. Es la exhibida por el individuo que no puede estar fuera de la cancha, el mismo cuyo cerebro no deja espacio para ser espectador. El polifacético que juega en todas las posiciones. Si tiene que ser “recoge bola”, lo es. Y para que el público lo elogie, imprime a su gorra un diseño especial o se coloca pantalones cortos, que llame la atención. Es terriblemente inseguro y sus logros solo lo satisfacen si son objeto de ponderación. No conoce lo que es un toque de sacrificio o el hecho de ceder el turno. No controla sus impulsos y sus oídos están obcecados con los aplausos. Su espejo tiene una cámara de imitación social que lo delata. Las redes sociales lo trasnochan. Desde la madrugada, prepara su participación y se apresura a ser el primero en postear con recursos que intentan construir una imagen idealizada de como se ve a sí mismo. Elabora una estrategia para que las redes le den mucha más visibilidad.

Hace poco hice un análisis cuantitativo en un chat de personas mayores, para ver cómo se comportaba cada una en el grupo. El chat lo integran cerca de 100 personas y exploramos al azar varios días la participación de los integrantes. Me llamo la participación de A, B, C quienes ocupan el 75% de los contenidos de del muro. Además, la simbiosis que hay entre los tres febriles integrantes. Hay unos vasos comunicantes emocionales que las ovaciones son compartidas y convierte en el azúcar de la intervención.

A otro tipo de vanidad la denomino estructural. Es en extremo peligrosa y la padecen individuos que caminan entre la megalomanía y los delirios de grandeza. Tienen un fondo de base psicótica y viven convencidos de que lo que han hecho es olímpicamente grandioso, irrepetible. Su lóbulo frontal funciona enredado, manipulan a las personas para su conveniencia y no toleran la competencia. Se creen dueños únicos de la verdad, y actúan siempre con la intención de “apagar la luz de los demás para que solamente brille la suya”. Pobre aquel que hiera su vanidad.

La gratificación hace parte de la autoestima. La diferencia entre los dos tipos de vanidosos es que los primeros debe hacerse notar y los segundos tiene la necesidad imperiosa de que lo noten. Los primeros pueden desarrollar la empatía mezquina, pero en los segundos las conexiones están basadas en el temor. Condicionan tanto su comportamiento, que sus neurotransmisores presentan algunas particularidades. La oxitocina, por ejemplo, considerada el mensajero del apego y del afecto, muestra su lado tenebroso. Cuando a alguien a quien los vanidosos estructurales perciben como su “enemigo” le va mal, sus valores de oxitocina se elevan. Se regocijan con el mal de los otros.

Fielmente: del ñame polifacético a la vanidad psicótica solo hay una sopita de tiempo. Por cierto, la compañera de Juan Chuchita, Arnulfa Helena, quien convivio 50 años con el artista, siempre se ocupó “de que el éxito no se le subiera a la cabeza”. Todos necesitamos nuestro polo a tierra para nuestra seguridad emocional

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