No hay vencedores, solo vencidos

Después de escuchar la reciente conferencia de François Jullien, “La verdadera vida”, he reflexionado sobre ese extraño modo de vivir que se nos impuso en el que, de un momento a otro, las cosas dejaron de ser como lo fueron en el pasado. Nuestros hábitos fueron sustituidos por otros y nuestra manera de vivir se vio alterada sin que tengamos plena consciencia del por qué.

Sin truenos ni temblores de tierra; sin cataclismo ni catástrofe a la vista; sin guerra ni revoluciones, de pronto nos hemos visto sumidos en una situación de desamparo. Como nunca antes nos convertimos en alienados, sin identidad individual, y menos colectiva, y con poco control sobre nuestras acciones y pensamientos como si habitáramos el mundo de los sueños. 

Esto nos está llevando a una extrema indefensión, convirtiéndonos en presa fácil para los manipuladores. Por ejemplo, recibimos las noticias de lo que ocurre aquí o allá con total escepticismo pero las terminamos aceptando con resignación. Los hechos pasan al campo de la narrativa y la ficción se confunde con lo real llevándonos a perder la noción de la verdadera vida.

Lo que está ocurriendo en Washington es pura ficción. No hay lugar para la sensatez y la opinión del sabio vale tanto como la del necio. No nos preguntamos siquiera en qué nos puede afectar lo que ocurra allá como cuando terminamos de ver una película cuya trama nos ha mantenido en tensión para luego desinteresarnos rápidamente. En este caso una larga película en la que se confunden todos los géneros y cuya escenografía no podría ser mejor con actores de primera línea. Después de esto las grandes estrellas de Hollywood se verán opacadas. Las series de Netflix parecerán poco imaginativas y hasta aburridas aunque se haya esforzado el guionista por ser lo más original posible. Lo que transmiten los medios televisivos, por amarillistas que intenten ser, no es sino una pequeña muestra de lo que podría estar ocurriendo en el mundo real, tan difícil de imaginar como de conocer para cada uno de nosotros.

Así, tomar partido dejó de ser importante. El liderazgo se esfuma y pierde consistencia cuando se comprende que todo es una farsa en la que la democracia ha quedado al desnudo, impotente y humillada. La degradación de la política en nuestra América del sur, de la que hemos sido testigos durante décadas, nos llevó a permitir que se pisotearan los valores democráticos dejándonos en el limbo, en el borde del infierno donde no entendemos lo que ocurre y actuamos de manera distraída, como si estuviéramos en estado de hipnosis. La perversión de la política en la América del norte tendrá efectos similares, pero con consecuencias infinitamente más graves. No sabemos lo que pueda ocurrir en los próximos días, la incertidumbre reina, por más que nos quieran hacer creer que todo está definido y que habrá un retorno a la normalidad, todo está por verse. 

Con el mismo reducido entusiasmo con el que el mundo ha recibido la vacuna contra el covid 19, será aceptado lo que llegue a suceder el 20 de enero. Se crea el escenario, se genera el pánico, se llena de expectativas al público y la obra fracasa porque el escepticismo termina ganando la partida. No hay vencedores, solo vencidos con lo que ni siquiera cabría aplicar la máxima de Nietzsche: “La guerra vuelve estúpido al vencedor y rencoroso al vencido”.

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