Nuestra querida Providencia

El fin de semana del 14 y 15 de noviembre los habitantes de San Andrés, Providencia y Santa Catalina vivieron las horas más oscuras de los últimos años. Desde las tres de la mañana del domingo 15, se vivió la crónica de una tragedia anunciada. 

Dicen los pescadores que después de la tempestad llega la calma, sin embargo, lo que ronda hoy entre los habitantes de “Old Providence” es la incertidumbre y el desasosiego por perderlo todo. Sin embargo, esta situación debe transformarse en la oportunidad para que la reconstrucción de  nuestro paraíso le otorgue unas ventajas únicas al pueblo raizal. Es urgente que como nación trabajemos incansablemente para que esta recuperación tenga como columna vertebral un enfoque territorial diferencial que reconozca la verdadera identidad. Providencia es de sus habitantes, por eso, la reconstrucción de la isla y su futuro deben seguir siéndolo. 

La Colombia continental conoce poco de las bondades que ofrece Providencia. Por eso debo resaltar, su biodiversidad, su mar de los 7 colores y su cultura. Detrás de ella, está un pueblo pujante, comprometido con su territorio y conocedor de las necesidades de los suyos, que han buscado que el desarrollo para la isla, no llegue como un agente ajeno; sino que se arraigue a su cultura y sus tradiciones. Son grandes las victorias que su pueblo ha conseguido; promover el relevo generacional, evitar el turismo depredador y hacer de Providencia una comunidad que convive y agradece el medio ambiente sin aprovecharse de él. 

Las comunidades en la isla, han impedido la llegada de inversores que atenten contra su territorio y no me cabe la menor duda que se reafirmarán en su posición durante la reconstrucción de la misma. Es importante que ahora no consideremos a Providencia como un lienzo en blanco. Por el contrario, es un complejo mosaico cultural en donde cada proyecto para su recuperación, será una tesela que nos permita volver a ver a la isla en todo su esplendor. Ese es el rol del enfoque territorial participativo, donde el desarrollo de sus comunidades se alcanza de la mano de la riqueza cultural de sus pueblos y sus creencias. 

Desde el momento cero de la reconstrucción, la sociedad civil providenciana debe hacer parte de los nuevos diseños de infraestructura y vivienda; participar en los planes de disposición de recursos en donde prime la sostenibilidad y el manejo consciente de residuos que además preserve manglares y corales (dándole al mar el lugar de importancia que a ellos les merece). El costo de la reconstrucción lo deberá asumir la institucionalidad y no el territorio o el agua. Debemos a toda costa prevenir el turismo depredador como fuente de ingreso. 

Se debe trabajar desde ya, en poder traer de regreso a aquellos que en medio de la desolación e incertidumbre han dejado su isla. Es primordial tener un censo real sobre los damnificados (incluso de los que no están presentes) para entender cuál fue el impacto de Iota en su población. No podemos descuidar su salud la cual es una de las mayores ausencias  de este territorio. Debemos revisar cómo la ha impactado el COVID y su propagación actual con la catástrofe. Debemos atender sus necesidades puesto que muchos de sus habitantes sufren de enfermedades base como la  hipertensión, problemas renales y diabetes entre otras patologías. La comida debe ser un factor a tener en cuenta en esta reconstrucción, entendiendo que sus necesidades y hábitos alimenticios son diferentes a las del continente, e incluso que no tienen en donde preparar granos o arroz actualmente. Por esto es que debemos revisar cuales son las necesidades reales en las ayudas que damos.

Sabemos que la deuda histórica con nuestra isla no se salda de la noche a la mañana y es erróneo afirmar que no se ha trabajado por ella, sí se ha hecho, pero sin duda falta mucho más. Providencia fue irónicamente el primer municipio de Colombia con cero déficit de vivienda, esto se hizo con un plan consensuado con la comunidad y algunas de estas soluciones en la última etapa fueron viviendas con materiales amigables con el medio ambiente que si bien fueron prefabricadas, cumplían con la arquitectura y las medidas de seguridad requeridas. 

El camino de la reconstrucción no será fácil, pero el diálogo y la planeación con enfoque diferencial deben ser la vía. Craso error cometería el gobierno si tratase de implementarle soluciones con planteamientos continentales a la isla. Muy importante que la gerente designada para esta misión tenga esto en cuenta y se apoye en las instituciones locales para hacerlo.

Para ayudar al archipiélago, el Gobierno Nacional y las diferentes organizaciones civiles deben alejarse de políticas asistencialistas. Este tipo de políticas intentan resolver problemas sociales a partir de la asistencia externa y no generan soluciones estructurales como las que necesita Providencia en materia de salud, educación y vivienda. El pueblo raizal no necesita programas asistencialistas creados desde un escritorio; reclaman políticas públicas construidas por ellos y para ellos , que tengan como objetivo su inclusión y su empoderamiento económico. El asistencialismo y el “complejo salvador” de algunos políticos sólo aumentará la histórica desconfianza que tienen algunos raizales hacia el Estado colombiano. 

Si queremos ayudar a Providencia y a su gente, lo mejor que podemos hacer es darles poder y capacidad de transformar y reconstruir el futuro de su isla. El Gobierno debe reunirse con el “raizal council” y con los líderes de Providencia. Son ellos quienes mejor conocen y entienden el territorio, y en conjunto definir la ayuda humanitaria que su gente necesita. Recuerden que no es una catástrofe en el continente. Por eso, debemos comenzar a construir una Providencia donde su población tenga todas las oportunidades y no se vean obligados a salir a buscarlas en la Colombia continental. Debemos construir una Providencia para quedarse. 

El estatuto raizal es una deuda de más de 50 años que se tiene con el archipiélago y sus habitantes. El Gobierno de Juan Manual Santos consolidó un documento de estatuto raizal, por medio del cual se protegían los derechos especiales, económicos, y culturales de la comunidad raizal de San Andrés, Providencia y Santa Catalina y se dejó una mesa de diálogo permanente a través de una comisión intersectorial. Si bien el gobierno actual ha seguido trabajando este proyecto, este debe ser culminado y presentado nuevamente al congreso. Este sin duda es el momento de hacerlo. 

Es esta además una oportunidad para sensibilizar a las personas de la Colombia continental sobre la vida, los problemas y las tradiciones de la población isleña. Es el momento de entender su historia y sus costumbres y hacer que sus habitantes vuelvan a confiar en nosotros. Debemos además apoyar su reconstrucción económica y su tejido social apoyando sus emprendimientos y comprando sus productos.

Más allá de la coyuntura, escribo esta columna tras años de trabajo en el archipiélago, conociendo y trabajando por las necesidades de sus comunidades. Desde que inicié mi trabajo en las islas, entendí el valor que muchas veces desde el continente no vemos de nuestro patrimonio cultural, material e inmaterial; descuidamos la biosfera que el archipiélago guarda para nosotros y para el mundo y, sobre todo, aprendí que el trabajo por las comunidades debe ser de la mano de ellas. Solo los raizales, a quienes hoy dedico esta columna, son quienes podrán guiarnos en la recuperación de su territorio. Por último, quisiera hacerles una invitación para que sus esfuerzos de ayuda para el archipiélago no se queden en las redes sociales. Busquemos alternativas de ayuda que sean asertivas y permitan a la población recuperar su calidad de vida y perfeccionar las actividades que son su sustento económico. Solo conociendo el territorio y a quienes lo habitan, recuperaremos a nuestra querida Providencia.

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