Nos hemos convertido en una cultura que privilegia la habilidad de Hacer sobre la capacidad de Estar y de Ser. No sabemos estar con nosotros mismos ni con los demás “sin hacer nada”, contemplando lo que nos rodea. Los silencios se convierten en incómodos y el ocio se vuelve sinónimo de desocupación y de vagancia.
Vivimos ocupados, sin tiempo. Sin tiempo para lo esencial.
Nuestros niños, niñas y jóvenes están llenos de actividades, de tareas, de recreación, sin tiempo para estar, ser, jugar, ni entender. Esto los puede conducir a una sensación de hastío y de vacío.
Es momento de desaprender y repensar sobre lo que queremos ser, sobre cómo queremos estar y sobré cómo y en qué queremos formar a nuestros hijos e hijas. Las vacaciones escolares se pueden convertir en una muy buena oportunidad para esto.
Según la definición del Diccionario de la lengua española, ocio significa “diversión u ocupación reposada, especialmente en obras de ingenio, porque estas se toman regularmente por descanso de otras tareas”; y “obras de ingenio que alguien forma en los ratos que le dejan libre sus principales ocupaciones”.
Son entonces los momentos de ocio, de reflexión y hasta de aburrimiento los que ofrecen las mayores oportunidades de ingenio, creatividad y descubrimiento al estar consigo mismo y conocerse.
Es tiempo de hacer un alto en el camino frente a nuestras innumerables ocupaciones como padres para reflexionar acerca de lo que somos, en lo que creemos, preguntarnos qué queremos ser y qué queremos para nuestros hijos e hijas.
Recuperemos el disfrute, el interés y el goce como caminos hacia el aprendizaje. Es primordialmente en familia donde nos formamos en los vínculos, donde construimos la confianza como pilar fundamental de las relaciones humanas y donde aprendemos quiénes somos y quiénes podemos llegar a ser.
Volvamos a privilegiar el estar juntos para estrechar vínculos y formar en la importancia del estar en familia, vivir el placer de jugar, disfrutar de una buena conversación alrededor de la mesa, contar historias, o hacer una caminata juntos disfrutando del sonido de la naturaleza, apreciando la belleza que nos rodea.
Conectémonos con nuestra esencia como seres humanos, porque es ahí donde encontramos el sentido de la vida. Es en la contemplación, en el silencio, donde aprendemos a observar con los ojos del corazón.
Tenemos frente a nosotros el inmenso privilegio de poder enseñar a nuestros niños, niñas y jóvenes a cultivar su ser interior para que puedan, entre otras cosas, descubrir y hacer brillar su potencial mientras disfrutan de sí mismos y desarrollan su capacidad de sentir y encontrarle sentido a la vida.
Aprovechemos este tiempo libre, este momento pasajero de ocio, en familia y como una experiencia de vida y de sentido.