Es buena la euforia, pero su brillo es traicionero. Hay mundial, pero la selección está a medio camino del objetivo mayor, sin consolidarse.
Es tiempo de celebrar, pero con cordura, sin el exitismo típico de la pasión desenfrenada, sin magnificar lo conseguido, sin extralimitaciones en los elogios y los calificativos.
No siempre las cifras abultadas son confiables en la calificación de méritos de un entrenador o un equipo.
En el caso de Lorenzo y la selección, el tiquete se consiguió con demasiados sufrimientos, críticas y desencantos, a pesar de que el formato de la competencia, favoreció en todas las instancias.
Con exageración, se diría que, en este aspecto, Gianni Infantino, el presidente de FIFA, fue el goleador, por el diseño del calendario y la generosidad en la asignación de plazas.
El renacimiento del ataque colombiano, con efectos devastadores, no puede ser una cortina de humo para ocultar la debilidad de las estructuras de juego, dominadas por el peso individual de los futbolistas.
Pocas veces se ha visto en el entrenador, el futbol deseado, aunque en el pasado, incluida la Copa América, hubo pasajes motivadores que demostraron que materia prima hay, sin la gestión adecuada.
Las maniobras personales de un goleador como Luis Suarez, lejos del radar de los entrenadores, cayeron del cielo para calmar la crisis en rendimiento y resultados. Contó el samario con las asistencias precisas de James, Muñoz, Lucho y Ríos, quienes siempre lo encontraron en la posición ideal y bien perfilado. Los mejores, con Jhon Arias, en toda la eliminatoria.
El mundial, como evento central, está a medio camino entre la prioridad y los objetivos.
Con tiempo para reflexionar, replantear, corregir y ajustar, si es que con sentido crítico se asumen los errores.
Lorenzo no exhibe un plan táctico versátil. Para colmo entró en las provocaciones ordinarias, extendiendo cuentas de cobro, como resultadista típico, en afinidad como su presidente, Jesurum, quien preso de la euforia pronosticó un título mundial.
Algo tan parecido a USA-94 cuando brotaron egos y se desbocaron las vanidades, para el peor fracaso.
La goleada final se celebra, pero no deslumbra. Hay futbolistas, el juego no es continuo y no se ve un equipo.