Lo más aterrador en este mes de protestas ha sido el vandalismo. Los días pasan mortalmente intranquilos, también aterra el escaso y hasta nulo rechazo a estos eventos criminales, por un sector amplio de líderes y hasta de medios de comunicación. Vandalismo de corbata.
La protesta es un derecho universal. En Colombia, los reclamos que estimularon el paro son legítimos, reales y se traducen en desesperanza, cansancio e irritación: Existe una desigualdad apocalíptica.
Pero una minoría se ha encargado de bloquear las pretensiones de millones. Se trata de los vándalos, que se han convertido en símbolo de salvajismo, irracionalidad y destrucción. Ausencia absoluta de civilidad. ¡Son insoportables!
El objetivo demencial le corresponde ahora a Colombia. En Bogotá se necesitarán por lo menos seis meses para que funcione a tope Transmilenio: De las 139 estaciones, 61 están afectadas, 53 sin operación y 8 operando parcialmente; más de mil buses de este sistema vandalizados. ¿Los afectados? Los más pobres.
Los vándalos en realidad golpean a toda la sociedad. ¡Generan pánico! Los precios de los alimentos disparados y escasos, los bloqueos son otra expresión reprochable. La Defensoría del Pueblo ya lanzó una alerta descomunal: Está en riesgo la seguridad alimentaria del país. Incluso Bogotá casi se queda sin agua potable. Cerrejón suspendió temporalmente operaciones. El Puerto de Buenaventura, inoperante.
Ni hablar de la amenaza contra la misión médica. Ya son dos casos de niños fallecidos por no dejar pasar las ambulancias, que nunca dejaron sonar sus sirenas en señal de ruego, pero fue inútil. Así mismo, varios de éstos vehículos fueron atacados a piedra, por la irresponsabilidad de una información falsa. El proceso de vacunación también se ha visto alterado. Son unos bárbaros sin sentido.
Los vándalos originales, que surgieron de una tribu germánica, destruían tierras ajenas, como fue el caso de Roma en el año 455, pero estos modernos son peores: Los emociona el fuego, incendiar todo a su paso. Son animales depredadores. Pirómanos criminales.
Además, son una horda de ladrones. Han saqueado almacenes de cadena, tiendas de barrio, dejando cientos de personas desempleadas. Usan la noche como cómplice para destruir el mobiliario urbano. Son los dueños del mal.
Las pérdidas en todos los sectores ya superan los 10 billones de pesos. Es decir, el equivalente a la mitad de lo que pretendía recaudar la fallida reforma tributaria, que fue el detonante de las protestas, que han sido opacadas por el vandalismo.
Mientras estos cafres persisten en su afán destructor, duele más el ensordecedor silencio de aquellos líderes llamados a rechazar a los protagonistas del caos. Es un país desconocido.
La pregunta incómoda:
Señores Comité del Paro: ¿ Por qué les cuesta tanto trabajo rechazar con vehemencia el vandalismo?