A la vista del panorama de vacunación en Colombia y en el mundo, no nos queda más remedio que aceptar que estamos en manos de ineptos cuya prioridad es salvar su imagen, y que debemos cuidarnos como si la pandemia no hubiera hecho más que empezar. Estados Unidos, “líder del mundo libre”, tuvo como presidente a un señor que se empeñó en negar la gravedad de la pandemia; en Europa, el suministro de vacunas parece hoy una película de los hermanos Marx; y en Colombia lo que más interesó a los políticos fue hacerse fotos con la llegada de las primeras dosis, y a un presidente ponerse en plan de telepredicador en vista de las circunstancias.
A nivel local, desde donde escribo, esta semana hemos vivido el episodio increíble de un alcalde, el de Medellín, que tiene la ocurrencia de anunciar que la ciudad había habilitado 78 puntos para que los mayores de 70 años pudieran vacunarse sin cita previa, sin ser esto cierto. Resultado: el caos y una burla a la ciudadanía. Muchos compartieron por redes sociales esa información y los hospitales, desbordados de pacientes, pidiéndole a la gente que regresara a sus casas; personas mayores, puestas en riesgo que fueron con la esperanza de vacunarse, en algunos casos con gran sacrificio por sus condiciones físicas.
Entre tanto, nos llegan noticias, esta vez sí serias y rigurosas, según las cuales el temor a la aparición de coágulos sanguíneos y hemorragias cerebrales llevó a varios países europeos a suspender temporalmente la distribución de una de las vacunas, la británico-sueca AstraZeneca. Algunos países reanudaron la aplicación, después de que las autoridades sanitarias avalaran su seguridad, pero la confianza de la gente en esa inyección se ha visto muy afectada.
Soy consciente de la seriedad del asunto y que no se debe frivolizar con estas cosas, pero, a la vista de las informaciones que llegan sobre esta vacuna, la cosa se parece tanto a una lotería que uno se inclinaría a no apostar. La Agencia Europea del Medicamento admitió un “posible vínculo” entre la vacuna AstraZeneca y “casos muy raros de trombos inusuales”. Como la Bonoloto. Insisto: perdón por frivolizar pero, ¿y si te toca?
No sé muy bien a qué se refieren los que hablan de “cuando todo esto pase”. Pasar, lo que se dice pasar, es pedir mucho. Supongo que se refieren a ese concepto tan inquietante por el nombre que llaman inmunidad de rebaño; imagino, además, que es como nos ven los políticos.
Cuando lo logremos, es decir, cuando la covid lo tenga más difícil para contagiar a la comunidad porque nos han vacunado a todos (estado ideal que no sé si llegaremos a alcanzar); o que haya enfermado y muerto un montón de gente, que es otro camino para llegar a la inmunidad, será el momento de echar cuentas y ver cómo nos hemos comportado todos. También los responsables de garantizarnos la salud.
A nivel individual seguramente constataremos que además de haber afectado nuestra salud física, la pandemia nos deja una sensación de inseguridad y de pérdida de conocimiento de lo que nos pueda pasar. No sabemos con certeza a qué tememos, pero el miedo podría instalarse en nuestras vidas de manera definitiva; ojalá no, vivir con miedo es vivir a medias.
Por lo que se refiere a los responsables políticos, seguirán a lo suyo seguramente. ¿O será que aprenden de todo eso? Viendo, por ejemplo, el caos de las vacunas en Europa me recordaba un amigo en estos días, la anécdota de Henry Kissinger cuando alguien le dijo al entonces Secretario de Estado Norteamericano algo así como: “¿Y por qué no habla con Europa?” “Perfecto” —respondió aquel zorro de la política que ya empezaba a enseñar las orejas— “dígame a qué teléfono llamo”. La tradicional actitud descoordinada, débil y contradictoria de la Unión Europea le ha pasado factura en la salud de sus ciudadanos. Está experimentando uno de sus mayores fracasos.
Y de los nuestros mejor ni hablar, el egoísmo, los intereses personales, y el desconocimiento del concepto de lo que es el bien común seguirá siendo su impronta. Continuaremos estando solos; a seguir cuidándonos, pues, y a desconfiar.