Querido Mark Zuckerberg

Me desperté de malas pulgas. No sé cómo lo llamen ustedes los gringos. Abrí Facebook y me dice: "Tienes una nueva sugerencia de amistad". No quiero nuevos amigos. Tengo un montón y me pregunto cuál es el objeto de agregar uno más a la colección. Dímelo tú. Con 1.129,  no consigo que ni el diez por ciento comente las publicaciones. Igual  da ocho que veintiocho. ¿O esos otros murieron y no me enteré? En fin… 

Con tu perdón, querido Mark, la red parece una colcha de retazos, muy distinta a la idea inicial que tenías y por la cual te peleaste con los gemelos Tyler y Cameron Winklevoss “por haberles robado Facebook”. Está llena de faces  sí, pero también  de memes, videos demenciales, mala ortografía y comentarios de odio. 

Tan peligroso como el mundo real. Una amiga  conoció a su príncipe azul por esa aplicación de parejas que te inventaste. Menos de dos  meses después, el pelafustán le dio una paliza (no virtual) que ni te digo. Dirás que quien la mandó a buscar lo que no se le había perdido, y hasta tienes razón. Ya curada de la muenda, le toca sacar adelante -y sola- un bello recuerdo que hoy  gatea, consume pañales y en un par de años abrirá cuenta en tu red, seguro.  

Zuck: extraño el mundo de antes. Era más chévere cuando los periodistas informaban, los profesores enseñaban, los médicos curaban,  los escritores creaban relatos y así sucesivamente. Ahora todos andan (andamos, dice la cartilla) desquiciados opinando, pontificando, adoctrinando, especulando, tergiversando, acomodando, y así sucesivamente.  Se acuestan normales y  se levantan  epidemiólogos, abogados, filósofos, economistas, politólogos, internacionalistas, comentaristas de cualquier cosa, profetas, rezanderos  y así sucesivamente.  A veces quisiera responderles con el emoji de grito  “zapatero a tus zapatos”, pero me da susto que me lancen a los lobos. 

Es  la nueva democracia de las redes sociales, qué le vamos a hacer.  Pero ¿sabes? A veces tanta “demogracia” (sí, con g)  lo supera a uno. Es tal el ruido que toca, si o si, desenchufarse. Hay días en que necesito más silencio que personas en mi vida. Es el sagrado derecho a la individualidad y al silencio. Quiero creer que te  pasa lo mismo, aunque no lo admitas. 

Quienes trabajamos en periódicos y revistas en el pasado, conocimos el placer de abrir las cartas de los lectores y publicar las mejores.  Ese  filtro desapareció.  Ah, verdad, la democracia, donde impera la dictadura del algoritmo.  ¡Vaya contradicción!

Las cosas se   complicaron desde que todos nos volvimos emisores y receptores. Somos más lo primero que lo segundo. Nadie lee, nadie escucha. Sufrimos la enfermedad de publicar, publicar y publicar. Lo que sea y a la hora que sea, no  sea que el mundo nos ignore. Publicamos lo mismo en cuanto red exista con el afán de ser visibles o por el temor a ser invisibles. 

Posteo, luego existo (I post, then I exist), parafraseando a René Descartes, aunque en estos tiempos su célebre frase parece descartada, porque tenemos la virtud de existir sin necesidad de pensar. La red lo hace por nosotros. 

Vuelve a los orígenes, querido Mark, cuando cándidamente querías conectar personas a través de las fotos. ¿A qué horas se descarriló el tren. amigo?

El mundo era uno a.C. y se volvió otro d.C. Antes del Coronavirus ya éramos adictos a las redes sociales.  Después del Confinamiento  la cosa tocó niveles enfermizos.  El otro día escuché  que Colombia es, después de Brasil, el país donde más horas se dedican a las redes sociales: ¡9 al día!  ¡Calcula! Más de la tercera  parte. ¿No te da curiosidad saber a qué horas vive la gente aquí? 

Yo lo intento. Cada cierto tiempo me impongo una dieta de redes sociales porque se hace humanamente imposible lidiar con tanto “experto”  y tanta información,  esa otra peste que llaman infodemia. ¡Si mastico chicle, no bajo escaleras!  Mi dieta digital incluye ayunos periódicos que aumentan gradualmente y  pongo el móvil en modo avión cuando trabajo y duermo. ¡Qué el mundo siga su curso sin mí! 

De todas maneras, las malas noticias llegan con redes sociales o sin ellas. Y si sobreviene el apocalipsis, ¿qué puedo hacer yo para  impedirlo?  “En los asuntos de Dios –habría dicho mi abuela- nadie se mete”. 

¿Crees en Dios, Mark? 

Disculpa por ponerme melodramático. 

Me despido no sin antes invitarte a crear un día para quedarnos callados en las redes sociales a ver si por fin vivimos. Ese día yo no publico, tú no me lees –del mismo modo en el sentido contrario- y tampoco me preguntas qué estoy pensando ni me sugieres amistades nuevas.  ¿Tenemos un trato, querido Zuck? 

¿Qué estás pensando?

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