
¿Que quienes predican a Dios están llevados del diablo? Eso parece –aunque decirlo parezca una blasfemia o un irrespeto–. Y todo surge del fondo de las discusiones entre dos visiones –la teísta y la ateísta– alrededor del origen del universo. Veamos de qué hablamos.
La visión ateísta (o una buena parte de ella) sostiene que el cosmos se hizo a sí mismo hace 13.500 millones de años, fruto del Big Bang, la gran explosión espontánea de una bolita que apareció súbitamente y que contenía el programa de todo cuanto iba a suceder en la naturaleza, en el sentido más amplio posible, a lo largo de miles de millones de años. En cambio, la visión teísta, por boca de sus predicadores, afirma que es un absurdo inconcebible decir que todo lo que ha existido o existe se hizo a sí mismo, pues “no hay efecto sin causa”, y que lo razonable, en una escala humana, es proclamar que el mundo es una obra pensada y realizada por un ser eterno, o sea, anterior al mundo.
La visión teísta, por otro lado, manifiesta que el autor del cosmos es un ser perfecto, infinitamente inteligente, infinitamente sabio, infinitamente poderoso, al que en español denominamos, por ejemplo, Dios, titular per se de aquellos atributos. Suficientes, entre otros, para crear un universo sin fallas. Ante ello, la visión ateísta anota que no entiende cómo un ser, con las propiedades indicadas (perfecto, infinitamente inteligente, etc.), permitió y permite imperfecciones como terremotos, tsunamis, maremotos, huracanes, etc., que se han estado dando desde el principio de los tiempos con inenarrables perjuicios para quienes habitan esta parte del mundo, surgida hace 4.500 millones de años.
Los predicadores, o cambian de chip o desaparecen
La visión teísta también afirma que el creador es un ser infinitamente bueno y misericordioso, de manera especial con los seres que han habitado y habitan la Tierra, y de modo particular con los del género Homo sapiens (al que pertenecemos, al parecer, usted y yo, y surgido en África oriental hace apenas 200 mil años) y anteriores. Ante dicha visión, la ateísta se pregunta cómo fue que ese Dios sabio, bueno y misericordioso dispuso que sus “hijos” vinieramos a la Tierra a padecer toda clase de peligros y catástrofes, muertes horribles, dolores y tristezas sin nombre, pandemias, enfermedades desalmadas, limitaciones desgarradoras…
Bien, y a todas estas, ¿cuándo el diablo se llevaría a los predicadores de la visión teísta? Responde la visión crítica:
• Cuando, ante los destinatarios de sus mensajes, no pueden justificar lo anterior de un modo creíble, persuasivo, potente, lógico.
• Cuando no pueden explicar satisfactoriamente qué se debe entender cuando afirman que Dios, o como lo llamen, es “omnipotente”, “infinitamente misericordioso”, “infinitamente bueno”, etc.
• Cuando no pueden sostener persuasivamente que Dios envió a Jesús –su hijo, según la visión cristiana– a la Tierra para que individuos del Homo sapiens lo sometieran a vejámenes y le dieran muerte para salvar de la muerte al género humano. ¿Salvarlo de qué? ¿Es que se reconoce, acaso, que el Creador erró al destinarnos a un lugar colmado de riesgos y trató de enmendar la plana con la suerte que le asignó a Cristo, algo que un buen padre no hace a un hijo? ¿Cómo disolver, de modo contundente, esta monumental inconsistencia? ¿No les es posible? A esos predicadores se los llevó el diablo.
• Cuando no pueden armonizar convincentemente la predicada infinitud del poder y la misericordia de Dios y la elevada cuota de dolor, etc., que deben vivir las criaturas terrenas antes de desaparecer. ¿No pueden dar una explicación que traiga paz a la razón y al espíritu de sus fieles? Esos predicadores están llevados del diablo.
Son unos cuantos casos, pero aptos para concluir que los predicadores tendrían que desarrollar una nueva predicación con una nueva “visión” ante sus seguidores, pues muy buena parte de lo que afirman se basa en verdades supuestas y en hipótesis muchas veces sin adecuada sustentación para mentes humanas.
INFLEXIÓN. ¿Y de dónde diablos salió este tema? Pues…, de la nada. Como la bolita aquella.
Por: Ignacio Arizmendi Posada
28/11/20