Ignacio Arizmendi Posada

Periodista de la Universidad de Navarra.

Exdecano de la Facultad de Comunicación de la UPB.

Excolumnista de El Colombiano y El Mundo (Medellín), El País (Cali), El Tiempo y Revista Cromos (Bogotá).

Autor de 15 libros de historia y ensayo.

Ignacio Arizmendi Posada

La sacada de clavo de Petro

En una edición de la revista Cromos de 1981, la célebre periodista Oriana Fallaci contaba que en Fiesoli –pueblo cerca de Florencia, Italia– había muerto un dirigente comunista que antes de morir había pedido que la ceremonia fúnebre fuera religiosa, pues decía ser católico. Sin embargo, como el papa Pío XII había excomulgado a los comunistas, el cura del pueblo se la negó. Los camaradas quedaron “picados”, dispuestos a sacarse el clavo, y decidieron, narra Fallaci, “robarle al sacerdote los atuendos e implementos para el funeral –cirios, estolas, etc.–, disponibles en la casa cural, se vistieron de curas al día siguiente y llevaron al muerto al cementerio murmurando salmos y rezos”.

La historia ejemplifica dos escenarios: quedar “picado”, es decir, con cierta rabiecita, y “sacarse un clavo”, esto es, responder a desaires, ofensas, etc., escenarios, ambos, muy humanos. Es que sacarnos el clavo constituye un acto de equilibrio o compensación, también de venganza o retaliación, que desencadenamos para evitar que quien nos “picó” y “clavó” nos perciba tontos o cobardes.

Aterrizo el tema con Petro, a quien le aterra proyectar, cualquiera sea el campo en que actúe, ser tonto o cobarde. No sorprenderá: es que dicho dirigente es un ser humano –aunque muchos de sus fieles lo tengan por mesías–, tanto, que denominó “Colombia Humana” a su movimiento político para no llamarlo “Colombia Socialista”, “Colombia Roja” o algo que reflejara su ideología real. 

Sacarse un clavo, en el sentido figurado, valiéndose de cualquier procedimiento, es un recurso muy apetecido por la izquierda en todos sus grados. Lo vemos en el entierro del comunista italiano y en la ceremonia de posesión de nuestro personaje, quien deseaba jurar el mando ante la amada espada de Bolívar en compañía de la paloma de la paz del pintor antioqueño Fernando Botero. No obstante, el presidente Iván Duque, antes de terminar su período, había prohibido que la reliquia de nuestra historia saliera de Palacio por carecer de unas pólizas especiales de seguridad. A ello, la comitiva petrista respondió que estaban dadas todas las garantías para proteger la integridad de la espada, y que la decisión de Duque había sido un acto “de mala gente”. 

Petro quedó picado y con el clavo en el centro de su corazón. Cual Rey del Despecho, decidió sacárselo con las siguientes frases, pronunciadas ante miles de personas en la plaza de Bolívar y otros miles o millones en distintas instancias: Como presidente de Colombia le ordeno a la Casa Militar traer la espada de Bolívar. Una orden del mandato popular y de este mandatario ante el pueblo, ante el Congreso y ante el Estado. Es probable que, al leerlas, recordara las palabras “Bolívar, tu espada vuelve a la lucha” dejadas en panfletos por el M-19 en agosto de 1974, cuando hurtó el símbolo patrio en la Quinta del Libertador.

Tal sacada de clavo era inevitable y entendible, más viniendo de un dirigente político que actúa de modo impredecible, como lo hiciera en su condición de alzado en armas. ¿Acaso Duque se imaginó que su sucesor le saldría con esa jugada “guerrillera”? Jamás.

La misma matriz impulsó a Petro, por ejemplo, a nombrar en ciertos cargos a personas de su resonancia ideológica para ayudarle en la extracción de más clavos –de los muchos que conserva– respecto “del sistema burgués y las clases dominantes”. No de otra forma se entienden designaciones como la del ministro de Defensa, las ministras de Cultura, Salud, Minas, la del Alto Comisionado de Paz, etc., que desconcertaron y tienen inquieta a la dirigencia democrática del país. Como si el hoy comandante supremo de las Fuerzas Armadas repitiera aquello de “Bolívar, tu espada vuelve a la lucha”.

Vendrán nuevas y críticas sacadas de clavo. Es algo propio de la personalidad del hijo de Ciénaga de Oro, que desde hace lustros colecciona y ventila muchas picadas y muchos clavos, por lo cual repite que fue perseguido, encarcelado, torturado, destituido, no entrevistado, no invitado, interrumpido, insultado, distorsionado, irrespetado, discriminado… Y ese tren de picadas y clavos traerá a bordo una carga de sorpresas inimaginables (¿o imaginables?) de toda clase, como la del pasado 7 de agosto, altamente significativa. 


INFLEXIÓN. Dan ganas de gritar “¡Por los clavos de Cristo!”, como decían las abuelas de antes…

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Ignacio Arizmendi Posada
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