Salir del subdesarrollo

Por cosas del confinamiento me quedé sin Internet lo que me llevó a desempolvar los abandonados CDs tan apreciados en su momento por los de mi generación. Encontré uno de Grammophon sin destapar, lo que me permitió hacer el viejo ritual de observar su portada, retirar el plástico protector, abrirlo, sacar el folleto, retirar el reluciente disco y colocarlo en el lector para comenzar a disfrutar de la música. En su portada la fotografía de una joven y bella china con vestido rojo y alas negras sentada sobre un piano que me hizo recordar a la Bjorg de alas blancas. Juya Wang es la pianista que grabó Fantasia, título de ese álbum, cuando contaba con apenas veintitrés años, siendo su cuarto disco con la afamada casa. “Amo cada una de las piezas de este disco, dice Juya. Con estas miniaturas espero poder atrapar un clima o un perfume, un poco de atmósfera… Esto es lo que se puede hacer con una pequeña pieza : crear la miniatura de un recuerdo o de una esperanza. Es como un Haiku”. He venido repetidas veces escuchando las miniaturas de Rachmaninov, Scarlatti, Schubert y de otros grandes músicos europeos incluyendo a Paul Dukas, muy conocido por su Aprendiz de brujo, pieza fundamental de Fantasía de Disney que inspiró el título del álbum, película que, junto al Lago de los cisnes llevó a la muy niña Juya a la música clásica.

Juya Wang nació hace treinta y tres años en Pekín en el seno de una familia de músicos. Comenzó estudios de piano en su ciudad natal a los seis años y a los quince ingresó en el Instituto de Música de Curtis de Filadelfia. Ha gozado de los mayores reconocimientos y ha actuado con las principales orquestas del mundo, permitiéndose atrevidas minifaldas, vestidos ceñidos y altos tacones que la hacen contrastar con la sobriedad de los ambientes habituales en salas de concierto.

Teniendo como fondo el piano de Juya, trabajo sobre la serie de cuadros que resultaron de la fragmentación de uno de las dos grandes telas que el maestro Li pintó en mí taller con la participación de quienes asistieron a verlo en su proceso mágico de retornar el hielo a su estado original mientras aparecían geografías abstractas en tinta negra y pálidos colores. Así, mí imaginación se traslada a las antípodas poniendo mi mente en contacto con un mundo desconocido como lo es la parte oscura de la luna para los habitantes de la tierra y me surgen inquietudes de las que no podemos escapar los que vivimos en la fantasía del arte.

Oriente, a finales de los años sesenta del siglo pasado, estaba en peores condiciones que América Latina. Si se hubiese propuesto una apuesta entre el progreso futuro de las dos regiones, con seguridad la mayoría lo habría hecho a favor de nuestro territorio cuando no se veían posibilidades de crecimiento en los países orientales con altos niveles de pobreza y corrupción, desestabilización política, precaria educación y sistemas feudales de producción que no auguraban nada bueno. ¿Qué ocurrió? Lo que no se esperaba, esos países dieron el salto al progreso mientras los muy favorecidos de acá tomaron la senda descendente hasta la situación en que nos encontramos ahora con la mayor pobreza, desigualdad y corrupción del mundo y con un nivel tecnológico y productivo que da lástima.

China, desde hace lustros, tiene puesta su mirada en Occidente como lo hacen la pianista y el pintor, con un propósito claro de enriquecimiento cultural, descubriendo la riqueza que se puede alcanzar alumbrando esa parte oscura de la tierra que fue Occidente durante siglos para ellos, como lo es Oriente todavía para nosotros. La libre empresa, los avances científicos y tecnológicos, la filosofía y las artes, las costumbres y tradiciones occidentales estuvieron disponibles para que Oriente tomará lo mejor de ellas y sacar, con su buen uso, a miles de millones de la pobreza con el efectivo método de crear riqueza.

No hemos querido mirar a Oriente perdiéndonos de todo un universo de conocimiento y sabiduría. La sinofobia sigue pululando para nuestra vergüenza mientras condenamos hipócritamente los actos racistas de unos pocos en Estados Unidos. Pareciera que nuestra clase política y dirigente se vale del subdesarrollo para mantener a sus pueblos resignados ante un triste destino. O si no ¿cómo entender que sigamos descendiendo dando la espalda a un futuro de prosperidad tan a la mano hace medio siglo y cada vez más lejano.

Si miramos con objetividad y sin fanatismos ni apasionamientos ideológicos, encontraremos unas condiciones actuales muy propicias para mantener estrechos vínculos con nuestros aliados de siempre, Estados Unidos a la cabeza, y a la vez generar unos muy fructíferos con Oriente, principalmente con China.

No podemos confundir los términos, mirar a China como si fuera Venezuela, Cuba o Nicaragua con sus tiranías, es absurdo. La libre empresa es imposible en esos países de gobiernos criminales, en cambio en China es el motor de su desarrollo. Los primeros mantienen dictaduras generadoras de miseria y China, por su parte, tiene la meta en crear riqueza en abundancia. Los resultados están a la vista. 

Tener como aliado comercial a China, manteniendo el intercambio con Estados Unidos, puede ser el impulso que nos saque del marasmo de esta caída que se ha visto empeorada con el confinamiento, para que podamos dar el salto hacia la riqueza.

La crisis actual nos pone en una encrucijada  con tres caminos enfrente, el de seguir como vamos, arrastrando una mediocre economía, el de caer en el populismo embrutecedor con su lastre de miseria y destrucción o el de emprender el camino del progreso que nos saque definitivamente del subdesarrollo.

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