Santiago necesita ayuda

Santiago siempre era el primero en llegar en la mañana a inaugurar la oficina y era el último en irse en la tarde o noche, dependiendo de la época del año. Tenía 35 años y en su carrera había logrado ascender desde practicante a una posición de gerencia con algunas responsabilidades, tenía un buen salario y podía decirse que había alcanzado, tras 13 años de carrera, llegar a su objetivo profesional.  

En la oficina todos le corrían a sus peticiones, tenía fama de vivir estresado y ser muy fuerte de carácter. Las personas que trabajaban con él, aunque parecían quererlo, a veces se sentían fatigados de que su jefe no respetara sus horarios ni sus vidas personales por la presión de llegar al resultado.  En ocasiones, Santi – como le decían de cariño- les pedía que sacrificaran sus noches o fines de semana pues había entregas “muy importantes”.  

Por su nivel de estrés algunos colegas lo consideraban como duro y difícil pero esta cualidad era bien valorada por su jefe quien nunca le pidió que fuera menos duro con los miembros de su equipo o que les ayudara a priorizar, pues todo en la empresa era urgente y debía hacerse ya por lo cual la alta rotación del equipo de Santi era más un problema de que no contrataban personas tan buenas como él, o de la coyuntura. 

En lo personal la vida de Santiago estaba bien, se había podido organizar con Ana, una Ingeniera Civil quien tenía los mismos hábitos de trabajo que él y estaban esperando una hija lo cual los llenaba de motivación para seguir trabajando. 
Ambos sentían que su trabajo era una parte muy importante de su vida, hablaban constantemente y con orgullo de cuántas horas pasaban en la oficina, de los trabajos tan importantes que realizaban y lo que tenían que sacrificar para lograrlo pues así en ese ritmo habían logrado tener buenos ingresos y darle a su hija el dinero que necesitaba para ser feliz. 

Pasaron los años y Santiago ahora era el presidente de la empresa, tenía 45 años y había logrando crecer su patrimonio con el capital que habían construido junto a su esposa, sin embargo, un día tuvo un incidente…  Salía en la mañana hacia el trabajo con su esposa, cuando de repente un camión perdió los frenos y chocaron con su camioneta. En el incidente Ana quedó inválida….

Santiago no sabía qué hacer, ahora tenía que cuidar a su amada Ana y a su hija quien ya cumplía 10 años y estaba próxima a entrar al bachillerato. Se refugió en sus pensamientos y empezó a vivir una etapa de cuestionamiento y depresión que rápidamente disminuyó su rendimiento laboral. Ya no pasaba días enteros en la oficina y los dueños de la empresa empezaron a cuestionarse si era la persona que deberían tener al frente, pues estaban acostumbrados a verlo exigiendo y exigiéndose, por lo que Santiago trabajó hasta la semana pasada.

Hoy está buscando a sus antiguos colegas, pero por alguna extraña razón (para él) nadie pareciera estar prestándole más apoyo que un simple “lo siento”.  Es como si no quisieran volver a trabajar con él; se preguntaba si sería porque tiene 45 años y ya esta viejo para el mercado laboral o si sería que como jefe fue muy duro con la gente.  Creo que Santiago aprendió la lección.  

La historia de Santiago es ficción, pero a la vez puede ser tu historia. 

Muchas personas entregan su vida al trabajo porque se definen por el cargo que tienen o por la empresa para la que trabajan y olvidan lo importante. No se trata solamente de hacer dinero o poder frente a otros, se trata de hacerlo de buena forma: ayudando al otro, balanceando la vida personal y respetando a nuestros colaboradores, ellos como su nombre lo dicen, nos colaboran y ayudan a llegar a los resultados. 

Nunca olvidemos que nadie tiene el futuro comprado, las enfermedades llegan, los accidentes pasan, pero la huella que dejamos en las personas es lo que nos dará la mano si algún día lo llegásemos a necesitar. Aprendamos a vivir responsablemente, a trabajar en armonía, disfrutar lo que hacemos, tener retos, logros, pero siempre con comprensión y amor hacia los demás. 

Santiago no era una mala persona, sabía mucho y amaba a su familia, pero se le olvido que hay formas de conseguir los resultados y no actúo con equilibrio, por lo que los invito a que equilibremos nuestro Santiago interior y veamos la vida por un lado más amable, se puede ser bueno sin atropellar a nadie.

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