Se fue con sus versos en los ojos

Me contaron que se apagó en silencio, sin remilgos ni asperezas, cuando era la hora, cuando era el día, cuando era todo. Sus amores del alma retuvieron la última mirada antes de cerrarle los ojos y leer lo que leía, los versos escritos la víspera del adiós: 

“Que recuerden a diario mis abrazos.
Y echen de menos mis fragancias.
Y recreen mis llantos placenteros.
Y repasen los dichos que esculpía.
Y contemplen la foto del comienzo.
Y refuercen sin rabietas mis fragmentos.
E indaguen por mis besos extraviados

Y conversen de mis ojos saltarines.
Y enmarquen mis sonrisas maliciosas.
Y presientan mi presencia en los rincones.
Y revivan mis hortensias ya marchitas.
Y vuelvan a mis caminos preferidos.
Y regresen al principio de mis cantos.
E inmovilicen a la luna con mis musas.

Y escancien los vinos por mi ausencia.
Y pregunten por mis copas ya vertidas.
Y despidan el ocaso con mis versos. 
Y reporten las locuras de mi infancia.
Y creen luces en mis cirios apagados.
Y armonicen mis boleros y mis coplas.
E imaginen que mis pasos se devuelven.

Y abran mi ventana de vistas magulladas.
Y me “vean” en la esquina de la nada.
Y perdonen mis silencios de suplicio.
Y capturen los asombros en el bosque.
Y retraigan la alegría de otros días.
Y conversen con los búhos en las sombras.
E inquieran sobre el sello de mi risa.

Y repliquen el color de las mariposas.
Y acojan la luz de las luciérnagas. 
Y sigan a las golondrinas en su vuelo.
Y seduzcan el pasar de las libélulas.
Y bendigan el andar de las sandalias. 
Y consientan los pregones de la tarde.
E impulsen lo festivo en las cabriolas.

Y conversen con las rosas reteñidas.
Y formen fiesta con fanfarrias marginales.
Y digan ¡hola! a demonios encantados.
Y tallen las nostalgias en el viento.
Y retoquen las campanas del olvido.
Y entonen himnos con finales suspicaces.
E imanten las noches, los días y las horas”. 

 
INFLEXIÓN. Cuando el periodista David Remnick preparaba su libro “Rey del mundo”, sobre Muhammad Ali, lo visitó en su casa. El campeón, de 54 años, ya padecía de Parkinson. Pasado un corto tiempo –anota Remnick–, “Ali se estuvo un par de minutos sin decir nada, tras lo cual dijo: El tiempo vuela. Vuela, vuela, vuela. Se va. En ese momento, muy despacio, alzó la mano y movió los dedos como las alas de un pájaro. Se va volando, dijo”…

Por: Ignacio Arizmendi Posada.

27/11/2021

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