Las películas conllevan ilusiones, artilugios que no tenemos en la realidad. No vamos por ahí con la música de John Williams o Ennio Morricone acompañándonos mientras vivimos nuestra historia. Solo tenemos lo que nuestros sentidos captan y lo que nuestra cognición interpreta.
La diégesis es el mundo en el que ocurre la narración y lo que sienten los personajes allí. Imaginen una diégesis que incluye a un músico que precisa sus oídos no solo para trabajar sino para sostener un hogar con el amor de su vida. Oídos para tocar, oídos para escuchar a una persona que lo necesita.
Riz Ahmed interpreta a Ruben, un baterista que se queda sordo repentinamente. Como cualquier problema puede estar sujeto a una intervención científica, para Ruben existe la esperanza de encontrar una alteración anatómica que pueda ser corregida. Así como muchos esperamos vacunas que nos alivien de este encierro, Ruben cree que puede pagar un procedimiento quirúrgico que le permita recuperar su vida.
Inicialmente, Ruben siente que su experiencia es única hasta que es adoptado en una comunidad de sordos. Existe gente como él que, pese a percibir solo silencio, no quiere catalogar su condición como una enfermedad. Incluso en una soledad extrema que los puede empujar hacia la violencia o las drogas, existe esperanza en sentir pertenencia y en saberse como una persona sana que puede aprender a comunicarse con los demás.
Ahmed regala una interpretación sentida y el director Darius Marder nos permite acompañar a Ruben en un proceso de rehabilitación que es difícil y fascinante, pero jamás lastimero. La construcción de la diégesis de Ruben es admirable: cuando Ahmed se encuentra perdido en un idioma como lo es el lenguaje de señas entendemos la frustración de Ruben y cuando logra adaptarse a las nuevas exigencias de su predicamento porque aparecen subtítulos para indicarnos que ya entiende a sus pares. Luego, la cinta nos recompensa como audiencia al ver toda una comunidad que puede dialogar entre sí, disfrutar una clase y hasta una cena.
El diseño sonoro de “Sonido del Metal” es todo un gran logro pues nos coloca en los zapatos de Ruben con una inmersión efectiva y desgarradora. Entendemos no solo lo que está en juego, sino lo que perdió para siempre. El silencio que es quebrantado por ligeros vestigios de tonalidades graves es tan incómodo que deseamos que Ruben pueda recuperarse, aunque entendamos que una solución tan fácil no sea lo mejor para él.
Todo "equilibrio" trae nuevas dificultades: cuando Ruben decide ponerse un implante coclear pese a deslegitimar la experiencia de sus nuevos amigos, personas que deciden no definirse como enfermas y defectuosas o que no tienen los recursos para mandarse a operar, el sonido de la prótesis nos presenta una experiencia más horrible que un silencio extraño. Aquí la música es estridente y la voz humana distorsionada, lo que lleva a Ruben a preguntarse sobre la paz que necesita y si está dispuesto a sacrificar la vida que tanto desea por ella.
“Sonido del metal” es una experiencia que basa sus grandes golpes en hacernos vivir la sorpresa de saberse sordo y entrar en un mundo que parece despiadado; no obstante, también nos muestra la posibilidad de comunidad y comunicación en un ambiente nuevo. La construcción de la experiencia interna de Ruben, a través de la interpretación de Riz Ahmed y el diseño de sonido, jamás defrauda la subjetividad de su personaje: no hay música que guié nuestros sentimientos y no hay cortes a otros personajes secundarios, solo las difíciles andanzas de un protagonista que, probando y fallando, descubre nuevas formas de vivir su vida.