Soy de derecha y no me da pena

Aunque pretendamos que el juego de poder ya no es entre derecha e izquierda y para ello le pongamos otros nombres, cómo el de moda de globalismo Vs. patriotismo, la lucha es la misma entre esos dos antagonistas. Sin ser tan clara, desde la caída del muro de Berlín, se resume en la defensa de las libertades democráticas contra los ataques sistemáticos del comunismo totalitario dirigidos y alimentados por la izquierda radical. En últimas, el enfrentamiento continúa y no parará sino con una victoria definitiva de la derecha que obligue a la izquierda a respetar los principios fundamentales de la democracia y pare de sembrar caos y confusión.

Durante treinta años la región fue tomada, en buena parte, por la izquierda radical siguiendo las directrices del Foro de Sao Paulo. Con la subida de Bolsonaro ese proyecto sufrió un duro golpe. Este fue el resultado de las manifestaciones de los brasileños que llevaron a la caída de Dilma Rousseff y el fin del gobierno de los comunistas liderado por Lula, abriendo el camino a la derecha, lo que significó un cambio radical.

En otros países latinoamericanos se hizo sentir el clamor popular reclamando un retorno a la democracia con resultado positivo en Bolivia pero negativo en Venezuela, justamente la más golpeada por esa estrategia siniestra.

Esta rápida mirada sirve para entender la trascendencia de la afirmación clara y tajante “Soy de derecha y no me da pena” pronunciada por Paola Holguín en entrevista reciente. Este tipo de claridad es lo que muchos le reclamamos a nuestros dirigentes. La ambigüedad es un arma de doble filo a la que acuden quienes dicen ser de centro izquierda o centro derecha. Los primeros terminan siendo idiotas útiles para la izquierda radical y los segundos… también.

En Brasil, la izquierda pretendió montar a un socialdemócrata y el pueblo dijo ¡NO! Y eligió a un político que durante treinta años ha mantenido su posición contra la izquierda y el globalismo. El asesor cultural del gobierno brasileño, Rodrigo Neves, nos aclara que la derecha globalista es una falsa derecha que no llega a contar con el 2% del electorado en Brasil pero tiene el control de los medios. Por eso en su país han cobrado mucha fuerza las redes por encima de los periódicos, la radio y la televisión en los que nadie cree.

¿Qué pasa en Colombia? Luego de ocho años de oposición a un gobierno fraudulento, el Centro Democrático llegó al poder. Este partido surgió como el muro de contención levantado para defender la Patria de la arremetida de la narcoguerrilla. En 2018, la izquierda se encontraba fortalecida, lo que hizo que llegase confiada a las elecciones presidenciales con una de sus fichas más representativas de candidato. No logró su objetivo con todo y contar con el apoyo incondicional del gobierno de Santos que ya le había allanado el terreno para la toma del poder. El panorama no podía ser más claro en el enfrentamiento entre derecha e izquierda siendo muy similar a lo que estaba ocurriendo en Brasil en esos mismos momentos. Mientras los colombianos sufríamos las consecuencias nefastas de unas negociaciones con los narcoterroristas, los brasileños sufrieron años y años de una dictadura corrupta disfrazada de democracia.

Bolsonaro, claramente de derecha, dio un giro a la conducción del país sin importarle lo que pudieran decir en el interior ni en el exterior. Por ello ha sido víctima de continuos ataques por parte de medios de comunicación, de organizaciones internacionales y hasta de gobiernos europeos pero ha mantenido el apoyo de sus compatriotas que no dudan en manifestar a su favor cuando arrecían los ataques en su contra.

Duque prefirió un término medio al declararse de centro y mantener una actitud tolerante y hasta amistosa con sus enemigos, como si siguiera lo dicho por Maquiavelo siglos atrás “que le ha de ser mucho más fácil ganar la amistad de aquellos hombres que se contentaban con el Estado anterior y que por ello eran sus enemigos, que la de aquellos otros que precisamente por su descontento, se convirtieron en sus amigos y le ayudaron a ocupar el Estado”.

A Bolsonaro lo atacan directamente. A Duque los ataques son indirectos siendo dirigidos a sus amigos, cómo se hace patente con los descarados y groseros contra Uribe. Lo que no se debe perder de vista es que, a pesar de la condescendencia con sus enemigos él es el objetivo como jefe de gobierno y no por asuntos personales.

Un apoyo decidido a Duque es lo que nos corresponde. Ojalá su gobierno pase a la historia como el de la transición a uno de derecha, de no ser así nos veremos esclavos de la izquierda internacional como los cubanos, venezolanos y nicaragüenses.

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