Tengo el gen

Ante sus ojos estaba la muerte, y todos comenzaron a pensar en sus tumbas, no en regocijo ni diversiones”. Daniel Defoe.

Siento gratitud por haber nacido en esta y no en otra época. Pobre la gente que murió dando alaridos durante la peste negra, clamando piedad en las cámaras de gas de los campos de concentración nazi o, para no ir tan lejos, siento pena por quienes padecieron la barbarie de la Conquista española. Visto así, no todo tiempo pasado fue mejor. En cuanto a las plagas podríamos decir lo mismo.   

Supe que tenía coronavirus porque sentí un leve dolor de cabeza, como si tuviera los residuos de un guayabo, y me practiqué la prueba por si las moscas: Positivo para Covid-19. Me mantuve aislado sin una pizca de tos, no perdí el olfato, no sentí que me habían dado una paliza, nada de fiebre, cansancio, desvelos, llantos, tristezas, ni depresiones. Pertenezco al reino de los asintomáticos. 

Espero seguir así. Cumplidos los noventa días, me aplicaron la primera dosis; en noviembre toca la segunda.

Investigadores de la Universidad de Newcastle (Reino Unido), descubrieron la existencia del gen HLA-DRB1 * 04: 01 tras comparar a personas gravemente enfermas con las que no mostraron síntomas teniendo el virus.  Según ellos, este gen ofrece cierto nivel de protección contra la Covid-19. 

A lo mejor, los asintomáticos lo tenemos. Es como ganarse la lotería, por decirlo coloquialmente, aunque nadie sabe los nuevos desenlaces que pueda traer este bicho, por lo cual debemos mantener los cuidados básicos: uso del tapabocas, distanciamiento social y lavado regular de manos. No están de más otros buenos hábitos: hacer ejercicio, no fumar y beber abundante agua. 

Cada uno de nosotros podría escribir su experiencia con esta pandemia, en homenaje a los seres queridos que perdimos. La idea me surge después de leer “El diario del año de la peste”, del escritor inglés Daniel Defoe. Se publicó en 1722, tras la última epidemia de peste negra que diezmó a Inglaterra (1665-66); dicha plaga comenzó a mediados del siglo XIV y se propagó por medio de las ratas y las pulgas. 

El año entrante se cumplen trescientos años de este relato deliciosamente espeluznante, no apto para criaturas asustadizas por la manera cruda en que describe los padecimientos de la gente: 

“… algunos desventurados, incapaces de soportar el tormento, se arrojaban desde lo alto de los balcones, o se pegaban un tiro, o se destruían por cualquier otro medio…”.

“… aquí no se hacían diferencias: pobres y ricos iban juntos. No había otra clase de entierros ni era posible que la hubiera, porque se carecía de ataúdes para el prodigioso número que sucumbió ante tal calamidad”.

“… más de un robo, más de un asesinato fueron confesados entonces a viva voz, y nadie sobrevivió para recordar esos relatos”. 

“… no hubo menos de dieciocho o veinte guardianes asesinados por los habitantes de las casas infectadas…”.

“Podría narrar varias historias terribles de niños que eran encontrados vivos, todavía chupando el pecho de su madre o su nodriza, segada por la peste”.

“… en su demencia, algunas madres daban muerte a sus propios hijos… Hubo quienes, desesperados, se volvieron locos, y otros cayeron en una melancólica demencia. 

“El diario del año de la peste” me hizo ver que la muerte es la compañera inseparable que nos asignaron al nacer. Ojalá cuando todo esto pase podamos decir como dijo Defoe:

Una terrible peste hubo en Londres

En el año sesenta y cinco

Que arrasó con cien mil almas

¡Y sin embargo estoy vivo!

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