TikTok ha surgido y se ha impuesto quince años después de que lo hicieran las tres redes sociales pioneras y revolucionarias —Facebook, Twitter y YouTube—. Lo ha hecho con la certeza de que los usuarios de las primeras redes sociales, las fundacionales, habíamos envejecido. Y para aprovechar un nuevo mercado: el de los millones de adolescentes que se sentían excluidos de esas estructuras heredadas de sus padres.
Su crecimiento exponencial la ha convertido en el gran fenómeno tecnopopular de este año. Varias de las canciones más escuchadas de 2020 han nacido o renacido en esa red social. Muchos de los retos y de las coreografías que se han viralizado en TikTok han sido imitados masivamente.
En tiempos difíciles, sobresaturados de información, la plataforma ha ganado decenas de millones de suscriptores por otorgar un espacio de representación, con un lenguaje propio, a los jóvenes de entre 15 y 25 años; y por su promesa de evasión, diversión y —sobre todo— ritmos compartidos.
TikTok reproduce una suerte de himno generacional fragmentado que, como la pandemia, llega desde China, supera todas las fronteras y no cesa de mutar.
El secreto de su éxito se encuentra en su campo semántico. Su propio nombre recuerda a la onomatopeya del reloj o del latido; y en mandarín significa “sonido vibrante”. El de la compañía china que creó la red social en 2017, ByteDance, significa “baile de bytes”. Y el nombre de su versión china, que solo funciona en el mercado del gigante asiático, es Douyin, que se puede traducir como “sacudir el sonido” o “sonidos que tiemblan”. Si la estética de Zoom está siendo la que mejor representa la pandemia, las músicas y bailes de TikTok están componiendo su banda sonora.
Su poder de seducción reside en las cadencias y las repeticiones sonoras. Su apuesta por los ritmos actuados la singulariza y la vuelve irresistible. Ninguna otra red social había perseguido ser musicalmente contagiosa: pegadiza. Desde su propia formalización y publicidad (“Trends start here”) busca el lanzamiento de tendencias, la canción de un verano perpetuo, la música colectiva.
Como el nicho natural tiktokero es la generación nacida en el siglo XXI, Zhang Yiming y su equipo tenían que crear un lenguaje y un compás que fueran el suyo y no ya el nuestro. Mientras que los más seguidos en otras plataformas son mayores de treinta años, los reyes de TikTok son menores de edad.
Se ha convertido en el ecosistema digital favorito de los adolescentes del planeta, reforzado por la extrañeza del confinamiento y su congelación de las relaciones físicas. Ha obtenido, de rebote, el apoyo de los padres desesperados por reconectar con sus hijos. Con un trasfondo aspiracional: es una red adolescente que nos promete, a cambio de aceptar sus reglas, un filtro que nos hace parecer más jóvenes. Una entrada a Neverland.
A diferencia de las mayores redes sociales de la generación anterior, TikTok contiene una energía que va más allá de la pantalla y se traduce en el mundo real.
En la zona más visible, tenemos las coreografías que están cambiando los modos de bailar y, por tanto, de divertirse y de socializar de millones de personas. Y, junto a la actividad física, encontramos también formas de activismo: desde la difusión de performances feministas hasta el sonado boicot a un mitin de Donald Trump.
La subcultura tiktokera se conecta con la lógica del maker. Cada vídeo es un diminuto reto individual que debe ser resuelto con gracia en 15 segundos.
Aunque, como en todas las grandes redes sociales, predomine el entretenimiento, nada humano le es ajeno. Recorren TikTok la carpintería, la economía, el dibujo, la enseñanza de idiomas y hasta la divulgación del marxismo.
Eso es lo que hace el adolescente mexicano Jerónimo Zarco, quien habla sobre Karl Marx, el comunismo o la lucha de clases. En uno de ellos dice: “Tienes que dejar de admirar a superricos como Elon Musk o Jeff Bezos, si ellos pudieran literalmente te esclavizarían a ti y a tu familia; un beso”.
TikTok acaba de superar los 100 millones de usuarios en Europa y ha creado un fondo de 240 millones de euros para sus usuarios más activos y creativos. El fondo para los mejores tiktokeros de Estados Unidos es de 1.000 millones de dólares. Como las campañas de lucha contra la COVID-19 o contra las noticias falsas que también ha impulsado, se trata de estrategias para subir el nivel, para huir de la superficialidad. Versionando el modelo de YouTube, la plataforma invierte en su dimensión más interesante: la que estimula la creatividad de los más jóvenes. Para ello premia a los que destacan, los profesionaliza.
Es la primera gran post-red-social. Nacer en la época de madurez de Facebook, WeChat, Twitter, YouTube, Instagram, Snapchat o WhatsApp le ha permitido aprender de sus errores y beneficiarse de los avances de la inteligencia artificial. Para triunfar en un ecosistema extremadamente competitivo, salvaje, ha tenido que asumir más competencia, más complejidad algorítmica, más presión legal (transparencia) y, sobre todo, más capacidad de innovación y disrupción.
A diferencia de las GAFA (las cuatro grandes empresas de internet), TikTok ha sido creada en China y no en Estados Unidos. En este país y por las duras exigencias de Trump, la nueva gran red social ha firmado un inesperado acuerdo con Oracle, para que sea su proveedor tecnológico y poder así seguir operando.
Esa alianza augura un horizonte de pactos entre ambas potencias, que están condenadas a entenderse, en el lento proceso de relevo imperial. Y un giro de inflexión: ya no son las empresas chinas las que clonan productos de Silicon Valley, sino que ocurre a la inversa. Los vídeos hiperbreves de TikTok han sido copiados por Instagram, YouTube y hasta YouPorn.
Tenemos que ir acostumbrándonos a ese nuevo orden global. Poco o nada sabemos sobre el futuro, pero intuyo que 2020 está marcando un punto de inflexión. Ha sido el año de la pandemia y de su banda sonora, fragmentada y epiléptica, muy contagiosa, alojada en TikTok. Un nuevo y desconcertante manifiesto generacional, el primero de la historia que nos conquista desde China.