Se acaban de cumplir los primeros cien días del segundo gobierno de Donald J. Trump y, por poco, coinciden con el primero de mayo, día internacional del trabajo.
La entrega de hoy se va a concentrar exclusivamente en la capacidad de trabajo del presidente que cumplirá, en unas semanas, 79 años. Y eso, por encima de la simpatía o antipatía que genera su liderazgo es un hecho importante a destacar ¿Quién en sano juicio se atrevería a negar que los grandes líderes han sido trabajadores incansables?
Que no se llame a engaños el lector, Trump no es el tipo de líder que mejor se adapte a mi paladar político. En la historia estadounidense encuentro mejores nombres si de comparación se tratara. Pero, solo quiero resaltar que así no sea de mi entero gusto, Trump es un hombre obsesivamente trabajador. Su fortuna económica no le cayó del cielo, aunque no falte el idiota que sugiera que es gracias al nazismo.
Dicho esto, repitamos, Trump es un extraordinario trabajador y, por lo tanto, la gente no tiene excusa alguna para no trabajar al ritmo de él. Si él trabaja como lo hace; de ahí para abajo, todos deben hacerlo con la misma intensidad. Eso se llama ejemplo y es uno de los atributos mínimos de un auténtico líder.
Órdenes y memorándums ejecutivos firmados mientras atiende a la prensa desde el Salón Oval. Decisiones rápidas con resultados inmediatos como la guerra comercial o las deportaciones masivas son algunos ejemplos de la mística con la que se trabaja en la Casa Blanca. Reitero, y cumplirá en breve 79 años.
Los viajes internacionales se los ha delegado a J.D. Vance (y obviamente al secretario Rubio) tal como Ike hizo con Nixon. Trump no llegó a la presidencia a viajar con el dinero de los contribuyentes. Él ha viajado por el mundo con recursos propios. Sabe perfectamente que lo contrario es una conducta típica de los advenedizos en el poder.
De otro lado, tal como Frank Sinatra sugería, Trump se mantiene en constante movimiento. La acción es lo suyo, y tiene el coraje para asumir la presión, verbigracia, que los mercados le marcan por las decisiones arancelarias o tarifazos. Al magnate le sobra valor para equivocarse, aunque no lo reconozca jamás.
En la dura entrevista que concedió a Terry Moran (de ABC News) vimos que es un hombre de ambientes y detallista. La nueva decoración del Salón Oval es fundamental para sentirse a plenitud haciendo lo que más le gusta: trabajar.
No hay nada extraordinario en todo esto tal como lo ha querido mostrar la prensa. Así como el golf lo relaja en medio de las duras jornadas de trabajo a las que se somete, el contacto con la gente también lo revitaliza; así lo confirma su visita, hace un par de horas, a Michigan. Estar en campaña constantemente es parte de su estrategia tal como vestir los colores de la bandera y apelar a frases comparativas de superioridad como a las que estamos acostumbrados a escucharle.
Tampoco hubo nada de extraordinario en la entrevista. Moran desafiante y Trump siendo Trump. Después del encuentro poco amable, el presidente siguió con su agenda que terminó, como dijimos, en Macomb, Michigan.
Gústenos, o no, Trump tiene una capacidad de trabajo extraordinaria a sus casi 79 años. Lo anterior, en nada se compara con lo que dijo el ministro del Interior colombiano hace un par de días de Petro (no hablo del cuadro de sus adicciones). Benedetti contó que cuándo le recuerdan a Petro la agenda de trabajo, responde, de manera estulta, que eso es fascismo.