Hay un cuadro en el Museo El Prado de Madrid titulado El Coloso, de Francisco de Goya, que muestra a un gigante erguido detrás de unas colinas, mientras una multitud huye despavorida y el ganado, excepto un asno, escapa aterrorizado. En la interpretación que hacen los expertos, se encuentran referencias al momento histórico que vivía España durante la elaboración de la obra —comienzos de la Guerra de la Independencia—, que acabó con la invasión napoleónica. Independientemente de esa coyuntura, El Coloso es la representación misma del miedo.
Pocas imágenes parecen más adecuadas para ilustrar la situación que vivimos en todo el mundo con la pandemia del coronavirus. El cuadro de Goya, inquietante, dramático y misterioso, representa uno de los sentimientos más comunes de la humanidad. Sin embargo, “la palabra miedo está cargada de tanta vergüenza que la ocultamos”, dice Jean Delumeaux en El miedo en Occidente, un libro de recomendable lectura en estos días. “Sepultamos en lo más profundo de nosotros el miedo que se nos agarra a las entrañas”.
“El animal no anticipa la muerte”, sigue diciendo Delumeaux. “El hombre, por el contrario, sabe —muy pronto— que morirá. Es, por tanto, el único en el mundo que conoce el miedo en un grado tan terrible y duradero”.
El hombre lleva amuletos porque tiene miedo. Jean Paul Sartre escribe: “Todos los hombres tienen miedo. Todos. El que no tiene miedo no es normal, eso no tiene nada que ver con el valor”. Las circunstancias que vivimos en estos días nos causan inseguridad y la inseguridad es símbolo de muerte como la seguridad lo es de vida.
Así las cosas, en situaciones de inseguridad la gente se lanza a asaltar los supermercados, invade las farmacias en busca de mascarillas, de alcohol; de termómetros, porque uno de los primeros síntomas es la fiebre. Arrasa con el papel higiénico, curioso fenómeno, por cierto: los paquetes de este producto abultan como pocos. Y con unos cuantos que falten, los estantes parecen vacíos, asustan, y entonces la gente se lanza a comprar compulsivamente otras cosas como enlatados, cereales, pasta… El miedo es un gran consumidor.
Y como si el cuadro no fuese suficientemente aterrador, el ataque del coronavirus pilla a Occidente en manos de la generación de dirigentes con menos luces de las últimas décadas. Empezando por el “líder del mundo”. Un escritor norteamericano, George Packer dijo en estos días refiriéndose a Donald Trump: “Ahora mismo estamos en el peor punto posible, donde convergen dos vectores fatales: un presidente de pesadilla y una grave crisis sanitaria”. Para el presidente norteamericano el coronavirus era “una gripe” que se iría con el calor.
En España, el gobierno de Pedro Sánchez, con la pandemia respirándole en la nunca, perdió unos días preciosos discutiendo una ley de “libertad sexual” para ver si un piropo callejero daba para cárcel o para multa. Mientras en México, el presidente López Obrador pedía a la gente que se abrazara y se besara, justo lo contrario de las recomendaciones de los expertos sanitarios. Y en Inglaterra, el primer ministro Boris Johnson puso por delante de la salud, la economía.
Colombia —copiando al principio el modelo inglés, según confesión de la ministra de Interior— podía haber aprendido lecciones en Corea, Italia y España. Pues no, el gobierno de Iván Duque se ha dedicado a dar órdenes contradictorias y caóticas. Su bálsamo de Fierabrás, aislar a los mayores de setenta años, no sirve de nada si los jóvenes salen a la calle, llevan el virus a casa y matan a los viejos. En el momento de escribir esto, no hay una política clara para afrontar la pandemia y el panorama es pavoroso.
Así que nuestro miedo de hoy es más que explicable. Un coloso invisible nos acecha y es más inteligente que quienes nos gobiernan, porque no tiene antídoto ni vacuna. Mientras aquellos en cuyas manos está nuestro destino, minúsculos y microscópicos, inmóviles en medio de este cuadro de terror, solo pretenden una cosa, ser visibles en televisión.