Un control necesario

Una de las consecuencias del alto nivel de polarización que vive Colombia es la distorsión que sufre el ejercicio de cualquier actividad normal en un país democrático. Ya sea la protesta ciudadana, el control al Gobierno por parte del legislativo o cualquier crítica a la gestión gubernamental, es vista desde el poder como un acto de traición.

Los pronósticos catastrofistas, por ejemplo, que se hicieron desde el oficialismo por la llegada a Bogotá de una marcha indígena con una serie de reivindicaciones, llevaron esa distorsión hasta el delirio. El orden y limpieza de calles y albergues ocupados por los indígenas, la ausencia de desmanes y violencia, fueron vistos por el ex senador uribista Alfredo Rangel como una estrategia de descrédito hacia el gobierno de Iván Duque. Palo porque bogas, palo porque no bogas

Bien, en ese orden de cosas incluso el desempeño de la función de control al Gobierno que supone la moción de censura a un ministro, es vista por el oficialismo como un acto poco menos que subversivo, que se puede hurtar con artimañas muy propias de república bananera.

Los motivos para convocar una sesión parlamentaria virtual en la que se debería haber debatido la conducta del ministro de Defensa, el ardid obsceno para impedir a la oposición exponer sus argumentos y demás triquiñuelas de tipo mafioso, son suficientemente conocidos. 

Veamos, sin embargo, algunas, solo algunas, de las denuncias que un senador tan poco sospechoso de mamertismo como Roy Barreras expone a don Holmes Trujillo, ministro de Defensa y precandidato presidencial “de modo, tiempo y lugar”. 

Con respecto a la denuncia presentada por el senador Barreras el pasado noviembre de un bombardeo militar en Caquetá, en el que se dijo que habían muerto ocho niños, ahora se sabe que fueron treintaiséis, cosa que el ministro ocultó al país. El senador quería saber si esos niños estaban armados o no, si cayeron en combate o fue durante un ataque; en fin, bobadas. 

Como el ministro dijo que el debate era para estigmatizar a la fuerza pública, Barrera pregunta si una niña de trece años asesinada en Maicao el pasado marzo constituía una amenaza militar.

Y esta otra bobadita, en palabras textuales del senador (¿independiente?, ya que abandonó el Partido de la U): “Reitero: trágicamente, en estos dos años del actual Gobierno, cincuenta y cuatro niñas han sido abusadas sexualmente por miembros de la fuerza pública. Hace apenas unos días supimos por una reciente denuncia, en Manizales, de unos cánticos con que ponen a marchar a los soldados en los que se ofende y agrede a las mujeres, y mientras marchan van diciendo que ellas pueden ser abusadas, asesinadas o violadas”.

Insisto en algo que ya he dicho aquí. En Colombia ocurren a diario cosas que en Noruega, pongamos por caso, harían caer al Gobierno. Y entre tanto para el partido oficialista y sus apoyos parlamentarios, una moción de censura como la que se frustró esta semana “es una pérdida de tiempo”; o, como afirma un editorial del diario La República, lo que busca afanosamente la oposición es “llevar al país a una espiral de caos en la que todos pierdan”. Según este periódico conservador, que expresa el pensamiento oficialista, el hecho de que desde su instauración en el ordenamiento constitucional colombiano no haya prosperado nunca una moción de censura, hace de ese instrumento político una herramienta inútil.

Pues no, no es inútil, todo lo contrario. Esta regla es un mecanismo que permite estimular los debates, da espacio a la oposición (por más que esto parezca escandaloso a los partidarios del Gobierno), permite que la prensa y la opinión pública conozcan los problemas de la política y las acciones de los gobiernos, entre otras más cosas. Y si antes de ser votada la iniciativa, este factor de presión obliga a una renuncia o estimula cambios de gabinete, de manera indirecta la moción de censura habrá tenido éxito. Esto ocurre en los países que la aplican sin hacer trampas de tahúr del Misisipi.

En este país algunos llegan al poder con la idea de que sus convicciones políticas son una religión, y que han sido predestinados para llevar a la gente por el camino de la verdad aun en contra de su voluntad. En estos tiempos de tribulación generalizada, de falta de trabajo, de hambre, de amenaza de una pandemia sin control, uno se pregunta si estos profetas no están tensando demasiado la cuerda.

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