El pasado 3 de noviembre se anunció el comienzo de la construcción de la Visión Colombia 2050, una hoja de ruta del Gobierno que pretende proyectar al país con políticas de largo plazo y servir como un insumo para los futuros planes de desarrollo, en los cuales la sostenibilidad debe ser su directriz fundamental.
Creo que ya para todos es claro que la sostenibilidad no es solo verde, que el campo también debe aprovecharse para asegurar el futuro económico y social de las naciones, y que las empresas son un jugador fundamental en la transformación que desde todos los rincones del planeta se está exigiendo.
Bienvenida la Visión Colombia 2050. Los 42 talleres presenciales y virtuales que ha anunciado en su primera etapa el Departamento Nacional de Planeación (DNP), con la finalidad de articular las propuestas de los diferentes actores, expertos y territorios, nos dan esperanza.
Sin embargo, para alcanzar el éxito, es ineludible que se realice, como nunca, un ejercicio juicioso sobre el campo, sus oportunidades, la crisis económica a la que se enfrenta y la problemática social que significa el desplazamiento, cada vez mayor, de las personas a las ciudades.
El sector rural fue fundamental durante la pandemia para abastecer las necesidades alimentarias del país. Sin embargo, la crisis vivida demostró una vez más el abismo que en Colombia lo separa de las llamadas zonas urbanas.
La informalidad en el empleo que allí se genera, la deficiente interconectividad de sus poblaciones, la carencia de conocimiento tecnológico en los pequeños productores y la falta de carreteras afectaron gravemente, como lo vimos en los medios de comunicación, a sus trabajadores y comunidades, y por lo tanto a las ciudades.
Pero el COVID también ha sido una oportunidad para demostrar que si se puede construir un mejor futuro en estas zonas. Un ejemplo es el sector el floricultor, que promovió una estrategia que le permitió conservar los cerca de 160 mil empleos formales que genera, realizar alianzas estratégicas para asegurar la salud de sus trabajadores, transferir conocimiento a los pequeños productores y apoyar con tecnologías la educación de los niños, niñas y jóvenes de sus comunidades, entre otras acciones.
Hoy, tras los restos afrontados, unos superados y otros en proceso, el sector floricultor espera que en 2021 sus exportaciones superen los US$1.500 millones, representados en 240.000 toneladas, beneficiando así miles de familias que viven de esta actividad.
Traigo a colación al sector floricultor por mi cercanía a él, pero otros sectores agrícolas, empresariales y gremiales, con la ruralidad como centro de sus actividades, también hicieron frente al Coronavirus, aportaron a que las consecuencias no fueran peores y demostraron que es posible trabajar por su correcto desarrollo.
Finalmente, y al unir el actual proceso que elaborará la Visión Colombia 2050 y las reflexiones sobre lo vivido en el campo durante la crisis sanitaria, es evidente la necesidad de incluir como protagonistas a los gobiernos municipales, los trabajadores rurales y las comunidades.
Este esfuerzo del Gobierno y demás actores involucrados, nos permitirá, más que construir un documento, concertar y realizar acciones en el corto, mediano y largo plazo porque gran parte de la sostenibilidad del país está en nuestros municipios productores y su gente, casi siempre olvidados.
Los empresarios en general y el sector agrícola en particular, tenemos la obligación de participar en la construcción de esta visión, transferir nuestro conocimiento y defender la importancia de una transformación social, que permita entender su trascendencia en el desarrollo del país. Necesitamos comprometernos con una Visión 2050, construida también desde y por el campo