Los hijos son la prolongación de la vida. Por eso, debemos ayudarlos en su camino hacia la madurez emocional, pero respetando su voluntad, al igual que la libertad de elegir lo que ellos consideran más apropiado, según el mandato del corazón.
Las historias que reposan en sus memorias evolutivas son más antiguas que las nuestras, pues están diseñadas para corregir las disfunciones, romper las cadenas intergeneracionales que existen en las familias y sanar a los padres.
En consecuencia, deben descubrir por ellos mismos el sentido de la vida y la misión en este planeta. De ahí́ que, el desprendimiento emocional de la sombra autoritaria del padre y la adversa sobreprotección de la madre, sea el inicio del viaje hacia el descubrimiento de su propia conexión espiritual. Como padres biológicos lo intuimos, pero el deseo de control nos impide actuar y pensar con honestidad y claridad.
Lo peor que se le puede hacer a un hijo, es convertirlo en la proyección del ego malsano, implantando en su mente la idea de una pugna con sus semejantes para “alcanzar” el éxito económico y social, pues el camino más confuso y doloroso es el de la perfección.
Recordemos que humano significa imperfecto, con algunas opciones de desarrollar un sobrio y tranquilo potencial personal. Dejar fluir es permitir sanar, ya que la naturaleza en general no necesita de ninguna programación para crecer en armonía.
Una de las funciones principales de los padres es apoyar las experiencias de los hijos en sus ensayos y errores, sin imponerles lo que está bien o mal. Para empezar, reconoce que tú todavía no has descubierto quién eres y lo que en realidad quieres, y aun así́ pretendes ser el ejemplo a seguir.
Si logras mirarte sin máscaras, miedos o prejuicios, descubrirás que también fuiste programado con exageradas expectativas de tus padres y que estás en un camino lleno de sobresfuerzos para lograr unas metas que quizás ni siquiera deseas para ti.
Los padres son el pasado y los hijos el futuro. Para amarlos auténticamente, primero ámate a ti mismo y deja de esconder tus defectos de carácter, rompiendo con la dinámica de condicionar el amor como un instrumento de premio o castigo.
El padre sabio concede a sus hijos el derecho a explorar y experimentar, con el propósito de encontrar el sendero hacia su verdadera esencia. Si quieres ser amigo de tus hijos, olvídate de las jerarquías, el corazón no necesita amenazas. La confianza nace cuando pueden mirarse a los ojos como iguales.
No eres Dios y tampoco puedes ocupar ese lugar. Eso sería esclavizarlos emocionalmente. Cada ser humano tiene su propio niño interior herido, el cual debe reconciliarse con el adulto responsable para perdonarse a sí mismo y a sus padres.
Con este humilde acto liberador, simultáneamente la sombra de la confusión y la mentira desaparecerán, sintiendo plenitud y tranquilidad, inclusive ocurrirá́ el milagro de amar sin condiciones, dejando de culpar a los demás y superando su autolimitación.
La grandiosa misión con los hijos es la de enseñarles a creer en sí mismos, respetando sus pensamientos e ideas, motivando sus cualidades y reflexionando sobre los defectos, para honrar al maestro interior que tiene la necesidad de trascendencia, sin hacerse daño ni haciendo daño a los demás, sirviendo con sus dones y talentos. Ser padres significa aprender del maravilloso milagro del amor de Dios.
El arte de vivir en paz es el resultado de haber atravesado diferentes pruebas adversas, dolorosas, desafiantes y reveladoras a lo largo de la vida, que impulsan al encuentro de la auténtica esencia.
Conocerse a uno mismo es un proceso largo y de transformación constante, pues hemos aprendido a utilizar varios disfraces sociales, que nos separan del carácter humano y trascendido con el que fuimos creados.
Sin prisa, pero con la firme y humilde convicción de seguir la guía de un Poder Superior y desde el lenguaje del corazón, podemos tener la oportunidad de sanar, perdonar, aceptar y liberar todo este peso existencial, reconociéndonos como seres vulnerables unidos al amor incondicional del Creador.