La sonrisa del maestro interno

Jue, 17/08/2023 - 07:59
Sonreír al sufrimiento puede parecer excesivo. Pero lo cierto es que también la tristeza y la desgracia están ahí para nuestro crecimiento.
Créditos:
Neom

Todo esto es muy difícil de compartir y, posiblemente, de entender, porque en Occidente vivimos en un mundo demasiado intelectualizado. Para hacer frente este intelectualismo generalizado y exacerbado es preciso despertar al maestro interior que cada uno de nosotros llevamos dentro y, en fin, dejarle hablar.

Digo eso porque en el fondo todos somos muchos más sabios de lo que creemos y porque en ese fondo todos sabemos bien qué es lo que se espera de nosotros y qué debemos hacer. El maestro interior no dice nada que no sepamos; nos recuerda lo que ya sabemos, nos pone ante la evidencia para que sonriamos. A decir verdad, sobran todos los maestros del mundo: cada cual es ya un cosmos entero de conocimiento y sabiduría.

Esa sonrisa a la que acabo de apuntar, indulgente y benévola, es infinitamente más eficaz, de cara a la propia transformación, que cualquier censura o reprimenda. El niño a quien una y otra vez se descubre en su travesura, terminará por dejar de cometerla. Los malos hábitos se derrocan en la meditación por pura observación y mediante una amable sonrisa. Mirar y sonreír, esa es la clave para la transformación.

Sonreír al sufrimiento puede parecer excesivo. Pero lo cierto es que también la tristeza y la desgracia están ahí para nuestro crecimiento. El mal debe aceptarse, lo que significa ser capaces de ver su lado bueno y, en definitiva, agradecerlo. Sabemos que hemos aceptado un sufrimiento cuando hemos extraído algún bien de él y, en consecuencia, hemos dado las gracias por haberlo padecido.

No estoy diciendo que sonreír ante la adversidad sea lo más espontaneo, pero es sin duda lo más inteligente y sensato. Y diré por qué. Reaccionar ante el dolor con
animadversión es la manera de convertirlo en sufrimiento. Sonreír ante él, en cambio, es la forma de neutralizar su veneno. Nadie va a discutir que el dolor resulta
desagradable, pero aceptar lo desagradable y entregarse a ello sin resistencia es el modo para que resulte menos desagradable. Lo que nos hace sufrir son nuestras
resistencias a la realidad.

“La sonrisa del maestro interno” en la voz del Logoterapeuta y Coach de Vida Armando Martí© (una adaptación del libro Biografía del silencio de Pablo d`Ors), para la sección Konciencia de KienyKe.com. Escúchalo, disfrútalo y compártelo:

Pensamiento No. 48: Ética de la atención y del cuidado

La pregunta por la virginidad espiritual, por la pureza del corazón o por la inocencia primordial, es la que verdaderamente cuenta; todas las demás son preguntas falsas, falsos problemas.

Vivimos vidas que no son las nuestras; respondemos a interrogantes que nadie nos ha formulado; nos quejamos de enfermedades que no padecemos; aspiramos a ideales ajenos y soñamos los sueños de otros. No hay exageración, es así: casi todos nuestros proyectos de felicidad son quiméricos. Las ideas que decimos acariciar no son nuestras, nuestras aspiraciones son las de nuestros padres, y hasta nos enamoramos de personas que en verdad no nos gustan.

¿Qué nos ha pasado para sucumbir a semejante impostura? Persigo algo que en el fondo no deseo. Lucho por algo que me es indiferente. Tengo una casa intercambiable con la de mi vecino. Hago un viaje y no veo nada. Me voy de vacaciones y no descanso. Leo un libro y no me entero. Escucho una frase y soy incapaz de repetirla. ¿Cómo es posible que no me conmueva ante un necesitado, que no responsa cuando me preguntan, que siempre mire hacia otra parte y que no esté donde de hecho estoy?

Ante esta absurda situación, yo voy a pararme, voy a pensar, a respirar y a nacer, si es posible, por segunda vez. No estoy dispuesto a no bailar si suena la flauta, o a no comer si me ofrecen un manjar, o a almacenar para mañana cuando no hay quien tiene para hoy. Tampoco estoy dispuesto a creerme el ombligo del mundo, ni a suponer que lo mío es lo mejor, ni a martirizarme con problemas diminutos o dolores imaginarios.

Resulta lamentable haber llegado a este punto de inconsciencia, de idiotez, a este punto de insensibilidad, a este extremo de avaricia, de pereza, de vanidad … El mundo no es un pastel que yo me tenga que comer. El otro no es un objeto que yo puedo utilizar. La Tierra no es un planeta preparado para que yo lo explote. Yo no soy un monstruo depredador. Por eso, he decidido ponerme en pie y abrir los ojos. He decidido comer y beber con moderación, dormir lo necesario, escribir únicamente lo que contribuya a hacer mejores a quienes me lean, abstenerme de la codicia y no compararme jamás con mis semejantes.

También he decidido regar mis plantas y cuidar de un animal. Visitaré a los enfermos, conversaré con los solitarios y no dejaré que pase mucho tiempo sin jugar con algún niño. De igual modo, he decidido recitar mis oraciones todos los días, postrarme varias veces ante lo que considero sagrado, celebrar la eucaristía: escuchar la Palabra, partir el pan y repartir el vino, dar la paz.

Cantar al unísono. Y pasear, que para mí es fundamental. Y encender la chimenea, lo que también es fundamental. Y hacer la compra sin prisa; saludar a los vecinos, aunque no me guste su cara; llevar un diario; llamar regularmente por teléfono a mis amigos y hermanos. Y hacer excursiones, y bañarme en el mar al menos una vez al año, y leer sólo buenos libros, o releer los que me han gustado.

La meditación - ¿o debería decir simplemente la madurez?- me ha enseñado a apreciar lo ordinario, lo elemental. Viviré por ello desde la ética de la atención y del cuidado. Y llegaré así a una feliz ancianidad, desde donde contemplaré, humilde y orgulloso a un tiempo, el pequeño gran huerto que he cultivado. La vida como culto, cultura y cultivo.

Por: Armando Martí

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