“Acá se está moviendo plata de los sombrerones”, dice Gabriel*, de 22 años, en referencia a mexicanos miembros del Cartel de Sinaloa y que poco a poco están ejerciendo influencia en varias zonas de Medellín.
Gabriel, quien reconoce que es consumidor de drogas psicoactivas, es miembro de una pandilla que realiza trabajos de cobro y sicariato para La Oficina de Envigado. Por cada labor le pagaban entre 200 y 500 mil pesos, aunque también podía recibir cocaína o heroína en forma de pago.
Ahora confiesa que los jóvenes de las comunas tienen una tentadora oferta: dos millones de pesos más supuestas bonificaciones por misiones cumplidas. Es decir, según la oferta de emisarios del Cartel de Sinaloa, cada joven podría recibir hasta cinco millones de pesos mensuales.
Algo similar le cuenta a KienyKe.com un funcionario de la Defensoría del Pueblo que trabaja en el sector: “La comunidad cuenta que ha visto a mexicanos en la ciudad, pasando por los tugurios en vehículos de lujo cargados con armas y dinero en efectivo para distribuir entre las pandillas”.
Lea también: La hija del narco más sanguinario de México que quiere ser cantante
Detrás del pacto del fusil
Los cárteles mexicanos han tenido un interés particular por Medellín desde hace un buen tiempo. Y en los últimos meses se ha acentuado con perspectivas de acrecentar sus ingresos.
El 13 de julio del año pasado, comandantes de los Urabeños -ahora Clan Úsaga- y de la Oficina de Envigado se reunieron en una lujosa finca en el municipio de San Jerónimo, cerca de Medellín. Declararon el fin de la guerra y se comprometieron a respetar los límites territoriales para sus actividades criminales. Sin embargo, detrás del acuerdo de paz estaría un poderoso patrocinador: el Cartel de Sinaloa.
Ese cartel mexicano ha tenido alianzas con la Oficina de Envigado desde hace muchos años. Pero luego de la extradición del alias ‘Don Berna’ en 2008 sus miembros han perdido poder y desde entonces han tenido una guerra a sangre con Los Urabeños para evitar que los invadan.
Al parecer, ese cartel ya no quiere tener un aliado en la ciudad, sino mantener presencia y pandillas propias que trabajen para ellos. Es una lógica de cualquier empresa que aplica también para la criminalidad: llegar a la materia prima sin intermediarios para optimizar el tráfico de cocaína.
Un año de paz criminal
Días después a la firma del pacto, las pandillas rivales se reunieron en algunos de los barrios más conflictivos de Medellín para jugar partidos de fútbol y participar en fiestas callejeras, celebrando la nueva paz.
De alguna forma esa paz se ha mantenido. La tasa de homicidios de la ciudad se redujo de 52 por cada 100.000 habitantes en 2012, a 38 en 2013, y luego a 28,5 al inicio de 2014.
Lea también: ¿Se siente seguro en su ciudad?
Las autoridades de la ciudad, entre ellos, la policía y alcaldía, dijieron orgullosos que sus políticas de seguridad fueron las encargadas de generar esta drástica caída en la violencia, señalando que coincidió con la llegada de una ola de refuerzos policiales, con la implementación de nuevas tecnologías -como la implementación de cámaras de seguridad- y con tácticas especiales basadas en el control territorial y en el permanente contacto con la comunidad.
Hasta abril de este año el alcalde de Medellín, Anibal Gavirìa negaba la existencia de dicho pacto.
Sin embargo, Jorge Mejía, consejero de la Alcaldía para la convivencia, la reconrciliación y la vida, reconoció su existencia del pacto y el papel que ha jugado en la reducción de la violencia, pero dijo a El Colombiano que consideraba que fue la presión ejercida por el Estado lo que llevó a que los Urabeños y la Oficina llegaran al acuerdo de poner alto al fuego.
“Creo que el pacto de no agresión tiene que ver con el hecho que estaban recibiendo demasiados golpes por parte de la fuerza pública”, señaló.
Según la Corporación para la Paz y el Desarrollo Social, Corpades, pese que el pacto entre las dos partes ha silenciado las armas en las calles de Medellín, éste no tenía como propósito llevar paz a los ciudadanos del Valle de Aburrá. Por lo contrario, fue una estrategia criminal de alto riesgo, en el que Medellín es el tablero, y las pandillas callejeras de la ciudad, las actividades criminales y las oficinas de cobro, las fichas.
Menos muertos, más delitos
Los residentes de los barrios pobres de la ciudad, que son los principales campos de batalla entre las bandas criminales, contradicen la historia de seguridad exitosa. Dicen que aunque la vida puede parecer normal y tranquila, el control que ejercen las pandillas sobre sus barrios ha aumentado con el pacto. La extorsión ha incrementado, el reclutamiento de niños y el abuso sexual siguen siendo la norma, y las desapariciones aumentaron dramáticamente.
“La presión de las pandillas se ha intesificado en los barrios. Existe casi un toque de queda después de las nueve de la noche en algunos sectores. Aunque hay menos muertos, existen más violaciones a mujeres y hurtos”, dijo a KienyKe.com el funcionario de la Defensoría del Pueblo, quien además aseguró que los comerciantes no son ahora las únicas víctimas de las denominadas ‘vacunas’, sino también la población más vulnerable.
“Hay familias que son extorsionados porque algunos jóvenes no quieren dejarse reclutar. También cobran por el tránsito, como una especie de peaje, sobre todo en las zonas altas donde por lo general tienen los centros de acopio o bodegas”, sostuvo el defensor comunitario.
Luis Fernando Quijano, director de la Fundación Corporación para la paz y el desarrollo social, Corpades, quien hace unos años advirtió de la llegada de Los Urabeños a Medellín, que los sinaolenses buscan fortalecer su presencia en el ‘Valle de Aburrá’.
“El cartel de Sinaloa tiene presencia en el Valle de Aburrá, Bajo Cauca y en Urabá; pero ahora lo que se está planteando es que están acercándose a bandas de Medellín, comprando bandas, para hacerle contrapeso a La Oficina, esto para fortalecerse y volver a redireccionar el pacto de fusil”, explicó el investigador en temas de conflicto urbano.
Por ejemplo, según informaciones y testimonios de algunos pandilleros, la banda La Agonia, que delinque en la Comuna 13, ahora no trabaja ni para La Oficina de Envigado ni muchos menos para Los Urabeños. En este momento es una ficha del mencionado cartel mexicano, antiguo socio de Pablo Escobar.
“La institucionalidad demoró cuatro años para reconocer la presencia de los Urabeños en Medellín y esperamos que no se demore otros cuatro años para reconocer la llegada del Cartel de Sinaloa a Medellín”, concluyó a Caracol Radio el director de Corpades.
Para un defensor comunitario, quien lleva más de 15 años trabajando en zonas de conflicto, en algunas zonas de Medellín como las comunas 4, 5 y 10 y en el barrio La Loma, se han presentado algunos asesinatos que anunciarían el fin del pacto del fusil.
El defensor sentencia quién sería el ganador en el mediano plazo de la presencia de mexicanos y luego del fin del pacto del fusil: “Los Urabeños se van a quedar con todo, con la producción y las rutas.” Según el defensor el riesgo que sigue es que crezca el número de bandas en Medellín, unas comandadas por los Urabeños, otras por La Oficina y otras más a cargo del cartel de Sinaloa.
*Nombre cambiado a petición de la fuente.
¿Cuánto le paga el cartel de Sinaloa a las pandillas de Medellín?
Dom, 19/10/2014 - 16:01
“Acá se está moviendo plata de los sombrerones”, dice Gabriel*, de 22 años, en referencia a mexicanos miembros del Cartel de Sinaloa y que poco a poco están ejerciendo influencia en varias zon