Cuando Joe Biden odió a Dios

Lun, 01/06/2015 - 11:02
No es la primera vez que el dolor de la muerte golpea al destacado líder Joe Biden, hoy vicepresidente de los Estados Unidos. La partida de su hijo mayor, Beau Biden, consiguió reabrir las heridas q
No es la primera vez que el dolor de la muerte golpea al destacado líder Joe Biden, hoy vicepresidente de los Estados Unidos. La partida de su hijo mayor, Beau Biden, consiguió reabrir las heridas que hace cuatro décadas por poco lo llevan al suicidio. Para ese momento, en 1972, Biden era uno de los grandes líderes emergentes del partido Demócrata en Delaware. Tenía una bella esposa, tres hijos en quienes depositó sus sueños y una carrera política que ya lo convertía en senador electo con tan solo 29 años. Lea también: Gira de Biden: a la reconquista del sur El invierno del 72 fue inusualmente frío y azotado por la nieve. Biden viajó a Washington para preparar su investidura como nuevo senador. Su familia se quedó en Hockessin, Delaware, para preparar la noche buena. Neilia, su esposa, salía de compras con su hija de 12 meses, Naomi, el mayor de los hijos, Beau, y el del medio, Hunter. Su camioneta, con los regalos de navidad a bordo, fue embestida por un camión con remolque que perdió el control en una curva y destrozó sus vidas. Neilia murió con la bebé, Naomi. Los dos niños sobrevivieron, pero enfrentaron una dura recuperación. Lea también: “Obama quiere con Latinoamérica que discutamos como socios e iguales” La tragedia golpeó insolente al joven político que, hasta entonces, llevaba una vida perfecta. Joe Biden fue criado en una familia católica y siempre ha sobrellevado su vida bajo la voluntad de Dios y su religión. Solo años después, cuando el político volvió a la cima de la gloria profesional, publicó confesiones estremecedoras sobre el episodio de la muerte de su esposa e hija. Quedaron expresas en el libro ‘Promises to Keep: On Life and Politics’ (Promesas por cumplir: En la vida y la política). “Los primeros días me sentía atrapado en un crepúsculo constante de vértigos, como en un sueño en el que estás cayendo y nada te detiene. Solo estaba yo, cayendo constantemente”, escribió Biden para describir lo vivido en esa tragedia. “Mi vida se derrumbó. Si pudiera centrarme en lo que entonces me pasaba minuto a minuto, pensaba que solo quería salirme del agujero negro. Mi futuro, telescópicamente, se redujo al esfuerzo que hacía en poner un pie delante del otro”, añadió. Está claro que la pérdida de un hijo y una esposa puede ser absolutamente dramático. Biden confiesa que estuvo a punto de retirarse de la carrera política y planear su propia muerte, si sus hijos heridos no sobrevivían. Familia BidenJoe Biden con su antigua esposa, Neilia, y su hijo Hunter. Sus ideas dejaron un sinsabor entre los lectores, pero en 2012, durante un evento en Arlington, aclaró sus postura ante familiares de solados caídos en la guerra. Les hizo saber a los seres amados de los mártires que él sabía lo que significaba la muerte de alguien sumamente amado, y la desesperante necesidad de rendirse también al suicidio. “Por primera vez en mi vida, me di cuenta de lo que significa querer morir. Por primera vez entendí lo que piensa alguien que conscientemente podría suicidarse”, sostuvo. En seguida sustentó su punto: “No es que sean desquiciados, o con sentimientos endurecidos, sino que habían estado en la cima de la montaña y un hecho hizo que cayeran, y solo en su corazón sabían que nunca volverían a subir allá de nuevo”. Entonces lo inesperado le abrió un nuevo camino; la segunda oportunidad y razón para seguir viviendo. “Hubo buenas noticias: los doctores aseguraron que Beau y Hunter se recuperarían por completo. Los huesos de Beaus sanarían, y Hunter no tenía daños cerebrales. Pasé navidad con los chicos en el hospital, pero sentía en esa espera la cólera”, narró en su libro. “Veía a Beau y a Hunter dormidos, y me preguntaba qué nuevos terrores los aprisionaban en sus sueños, y me preguntaba quién les explicaría a mis hijos mi partida (eventual suicidio). Entonces supe que no tenía más elección sino pelear por estar vivo junto a ellos”, añadió. “Me recuerdo mirando hacia arriba y diciendo a Dios que él no era bueno” Superar la pena te tomó varios años. Su fe, tan fortalecida en la actualidad, para ese momento era solo un estorbo. Joe Biden odió a Dios. “No había palabras, oraciones, ni sermones que me calmasen”, escribió en su libro. “Toda mi vida me habían enseñado que Dios era benevolente. Que es un Dios que perdona, que es tolerante. Un Dios de amor, de felicidad. Pero no quise saber nada de ese Dios misericordioso. Sentí que Dios me había jugado una jugada horrible, y yo estaba enojado. No encontré consuelo en la Iglesia. Así que seguí caminando por las calles oscuras para tratar de agotar la rabia”. En ese caminar, recuerda el político, en algún momento se detuvo en medio de la calle y miró al cielo. Con rabia reclamó: “Dios, tú no eres bueno. ¿cómo puedes ser bueno cuando haces esto?” Describe los días siguientes de su duelo como un “agujero negro que se sentía en el pecho y al que eras arrastrado”. Cuarenta años después de la tragedia, a Biden aún le dolía recordar el momento más amargo de su vida frente a los familiares de los caídos en la guerra. Ahora, tuvo que volver a soportar la carga amarga del adiós, a los 73 años de edad y desde el segundo cargo político más importante en el gobierno de Estados Unidos. Beau Biden, de 46 años, su hijo mayor y sobreviviente de aquel fatídico accidente de 1972, murió el fin de semana de un tumor cerebral. Biden y DiosBeau Biden con su padre, Joe. Había sido fiscal general del estado de Delaware durante dos mandatos. Estaba casado y tenía dos hijos. Tenía ganas de seguir viviendo, así que planeó ser candidato a la gobernación de Delaware el próximo año. Pocas han sido las palabras del vicepresidente en recuerdo de su hijo, más allá de los escuetos homenajes póstumos. Joe Biden probablemente demanda en su cabeza la frase memorable de aquella vez que confesó intimidades de su duelo: “Ya vendrá el día, se los prometo, en el que los pensamientos en sus hijos o hijas, o sus esposos o esposas, les traigan una sonrisa a sus labios, antes que traer una lágrima a sus ojos”.
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