
La Organización Mundial de la Salud (OMS) lanzó una alerta global: más de 1.000 millones de personas en el mundo viven hoy con algún trastorno mental. Ansiedad, depresión, adicciones y suicidio se consolidan como la epidemia silenciosa del siglo XXI, mientras los sistemas sanitarios siguen mostrando su incapacidad para responder.
El informe publicado el 2 de septiembre de 2025 revela que apenas entre el 2 % y el 2,1 % del gasto sanitario mundial se destina a la salud mental. Una cifra mínima frente al peso real del problema: vidas interrumpidas, familias devastadas y economías en riesgo.
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Una epidemia sin fronteras
La crisis no distingue pasaporte ni nivel económico. El impacto se siente en los países desarrollados, donde la ansiedad y la depresión arrastran a millones de jóvenes, y también en naciones con sistemas de salud precarios, donde las brechas de atención condenan a poblaciones enteras al silencio.
La OMS advierte que esta desigualdad profundiza el sufrimiento: mientras en Europa o Norteamérica existen programas de detección temprana y redes de atención, en África y América Latina millones de personas nunca reciben diagnóstico ni tratamiento.
El espejo colombiano
La advertencia mundial es también un llamado directo a Colombia. Pese a los avances recientes con la Ley 2460 de 2025, que creó una subcuenta presupuestal exclusiva para salud mental, el panorama sigue siendo alarmante:
- El 44,7 % de niños y adolescentes presentan afectaciones emocionales, según UNICEF.
- Entre 2023 y el primer trimestre de 2024 se registraron más de 370 suicidios en menores de edad.
- En comunidades indígenas, como las del Chocó y Vaupés, el suicidio juvenil se convirtió en una emergencia humanitaria silenciosa.
La gran pregunta es si las reformas, la nueva Política Nacional de Salud Mental 2025–2034 y la Encuesta Nacional de Salud Mental 2025 lograrán aterrizar soluciones reales en los territorios o quedarán atrapadas en el papel.
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Un costo que trasciende lo humano
El informe de la OMS también pone números a la tragedia: la falta de atención en salud mental le cuesta al planeta más de un trillón de dólares al año en pérdida de productividad, ausentismo laboral y presión sobre otros sistemas de salud.
Invertir en salud mental, insiste la OMS, no es un lujo: es una estrategia de desarrollo, sostenibilidad y seguridad global.
La salud mental ya no puede ser vista como un tema accesorio. Es un asunto de vida o muerte, de cohesión social y de futuro económico. Colombia tiene hoy leyes, políticas y encuestas en marcha, pero el verdadero reto está en convertir esas herramientas en atención real para la madre desplazada que sufre depresión, el niño indígena que piensa en el suicidio o el joven urbano atrapado en la ansiedad.
El llamado es global y urgente: sin inversión masiva y sostenida, el planeta seguirá condenado a convivir con una crisis que se mide en vidas perdidas y generaciones rotas.