
“Todo el mundo me decía: ‘pero al menos no te pega’. Yo llegué a creer que era yo la loca”.
Así empieza el testimonio de Diana*, una mujer que durante 7 años vivió en una relación donde no hubo golpes, pero sí insultos diarios, control absoluto, gaslighting, amenazas veladas y una constante anulación emocional. Como ella, miles en Colombia.
La violencia psicológica es un tipo de agresión tan devastadora como la física, pero que sigue siendo invisibilizada. No hay heridas abiertas, pero hay ansiedad crónica, depresión profunda, trastornos alimenticios y, en los peores casos, suicidio.
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Más del 70% de mujeres han vivido violencia emocional o psicológica en algún momento de su vida
Según la Encuesta Nacional de Demografía y Salud (ENDS), el 71,6% de las mujeres entre 15 y 49 años han sufrido al menos una forma de violencia emocional por parte de su pareja. Las cifras aumentan en regiones rurales, comunidades indígenas y zonas afectadas por conflicto armado.
Pero este tipo de violencia no solo ocurre en relaciones de pareja. También se da entre padres e hijos, jefes y empleados, cuidadores y adultos mayores. Es transversal y silenciosa.
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“No grita, pero destruye”: cuando la manipulación se convierte en norma
Muchos agresores se camuflan bajo la figura del ‘protector’. Ponen límites que no son amorosos, sino controladores. Aíslan, invalidan, ridiculizan y dominan con la palabra.
El problema es que el sistema institucional colombiano todavía no está preparado para reconocer este tipo de violencia como un riesgo real. A las víctimas se les dice que “exageran”, que “eso no es suficiente para una denuncia” o que “no hay pruebas”.
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Ni la Ley 1257 ni las Comisarías están cumpliendo su rol de protección emocional
Aunque desde 2008 Colombia cuenta con un marco legal que reconoce la violencia psicológica como un delito, en la práctica la ruta es un laberinto.
Las víctimas deben demostrar el daño con peritajes psiquiátricos, que tardan meses. En muchos casos, cuando llegan a pedir ayuda, ya han sido devastadas emocionalmente y se enfrentan a funcionarios que minimizan su dolor o ni siquiera saben cómo actuar.
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Testimonios que gritan desde el silencio
—“Mi mamá me decía que me callara, que todo se iba a arreglar, pero cada palabra de él me rompía un poco más”.
—“Lo peor no fue lo que me decía, sino que me hizo dudar de mí misma. Sentí que no valía nada”.
—“Tuve pensamientos suicidas y ni siquiera me atreví a contárselo a nadie. Él me decía que sin él no era nadie”.
Estas voces no aparecen en los titulares, pero son el eco de una violencia diaria que ocurre en barrios, oficinas, universidades, y en todos los estratos.
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ENTREVISTA ANÓNIMA: “Pensé que me estaba volviendo loca. Y no, era él”
Radar K habló con Lina, una mujer de 32 años que aceptó contar su historia bajo anonimato. Su relato retrata el patrón de abuso emocional que muchas veces pasa desapercibido.
¿Cuándo te diste cuenta de que estabas viviendo violencia psicológica?
No fue fácil. Uno normaliza muchas cosas. Al principio eran bromas pesadas, luego críticas constantes, luego empezó a controlar mi forma de vestir, mis amigos, mi celular. Lo disfrazaba de preocupación o amor. Pero empecé a sentir miedo de hablar, de respirar. Sentía que cualquier cosa que dijera estaba mal.
¿Qué fue lo más difícil de todo el proceso?
Que nadie me creyera. Me decían que exageraba, que “él era buen tipo”. Hasta mi familia me decía que debía tener más paciencia. Yo empecé a dudar de mí misma, pensaba que todo era mi culpa.
¿Qué te salvó?
Un día terminé en urgencias por una crisis de ansiedad. La médica me preguntó si vivía con alguien que me hacía sentir así. Esa pregunta me rompió. Empecé terapia y entendí que no era débil. Era una sobreviviente.
¿Qué mensaje le dejarías a otras mujeres que están viviendo lo mismo?
No esperen a que les peguen. El daño emocional también mata. Y lo más importante: no están solas. Hablen. Romper el silencio es el primer acto de libertad.
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¿Y el Estado? Bien, gracias
Mientras se destinan recursos para campañas mediáticas, no hay una red real de atención psicosocial permanente. Las EPS no cubren procesos terapéuticos sostenidos, y muchas mujeres no tienen acceso a atención mental de calidad.
¿Qué tan grave debe ser el daño emocional para que el Estado actúe?
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