
Lina María Garrido, representante a la Cámara por Arauca, irrumpió en la instalación del Congreso con un discurso que no fue réplica: fue demolición. En menos de diez minutos, desnudó el desencanto de millones de colombianos que votaron por Gustavo Petro creyendo en un cambio. No usó eufemismos, no pidió permiso. Habló como ciudadana, no como política, y esa fue su mayor fuerza.
“Yo voté por usted… como lo hicieron once millones de colombianos. Hoy, tres años después, no hay un solo logro que mostrar. Usted traicionó a Colombia”, sentenció. La frase cortó el aire, y segundos después el presidente abandonaba el recinto.
¿Por qué tembló la Casa de Nariño?
Porque la réplica de Garrido no fue política, fue emocional. Y lo emocional, cuando está sustentado en hechos, golpea más que cualquier cifra.
Enumeró, sin titubeos, los escándalos que han marcado este gobierno:
• Los $15.000 millones de Benedetti
• El espionaje de la niñera
• El lavado de activos que salpica al hijo del presidente
• El saqueo a la UNGRD
• Los contratos cruzados en Ecopetrol
• El desangre de la salud del magisterio
Garrido convirtió el Congreso en un espejo. Uno que le devolvió al presidente no su propia imagen, sino la de un país herido, frustrado, traicionado.
¿Y Petro?
Se levantó. Salió.
No contestó con argumentos. No desmontó datos. No defendió su gobierno.
Solo se fue.
Luego, desde la comodidad del teclado, dijo que solo había escuchado “insultos y mentiras”. Pero no respondió ninguno de los puntos que ella denunció. Porque, cuando la verdad duele, la estrategia es descalificar al mensajero.
El momento que quedó para la historia
La imagen del presidente saliendo mientras la voz de una mujer del Llano lo interpelaba con fuerza, será una de las postales políticas del 2025. No porque sea la primera vez que alguien lo confronta. Sino porque es la primera vez que lo hace desde adentro, desde la misma orilla que lo eligió.
Y eso, para Petro, es más incómodo que cualquier oposición de derecha.
¿Réplica o revolución?
Lo que ocurrió en el Congreso fue más que un discurso. Fue una declaración de ruptura. Garrido habló por muchos que hoy no se sienten representados ni por el poder ni por quienes prometieron destruirlo.
Habló por una Colombia cansada de ver cómo el cambio se convirtió en coartada, y la revolución, en excusa para el desorden, el clientelismo y la corrupción.