Del Grupo Niche a las ollas del Bronx

Jue, 03/10/2013 - 16:01
Son Callejero tiene 14 miembros. Todos son habitantes de la calle y adictos a las drogas. Algunos pasaron por emblemáticos grupos como Niche y Fruko y sus Tesos. Los vicios los llevaron

Son Callejero tiene 14 miembros. Todos son habitantes de la calle y adictos a las drogas. Algunos pasaron por emblemáticos grupos como Niche y Fruko y sus Tesos. Los vicios los llevaron a los peores extremos, pero cuando se reúnen a tocar vuelven a verse, y oírse, como estrellas de la salsa.

La historia comenzó hace 15 años cuando Dairo Cabrera se encontró a Alberto Puello, cantante conocido como el ‘Halcón’ – descubierto por el mismo mentor de Joe Arroyo (Michi Sarmiento) y exvocalista de orquestas importantes como la de Pacho Galán, La Protesta y el ‘Nene y sus traviesos’- mendigando por las calles de Cartagena. Marginado y totalmente “llevado”. Dairo decidió que algún día haría algo por él.

Al cabo de unos años comenzó a trabajar en la Secretaría de Integración Social. Allí tuvo la oportunidad de convocar a habitantes de la calle para hacer música. No sólo llamó al ‘Halcón’, sino que se fue encontrando uno a uno a exintegrantes de grupos de salsa como Niche, Fruko y sus Tesos y Washington y sus Latinos.

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Edgar Espinosa aparece en la foto de la derecha durante su paso por la Orquesta Internacional Los Niches. 

En el grupo quedaron Roberto Echeverría, arreglista y bajista-estuvo en la orquesta de Joseito Martínez, voz que inmortalizó temas como ’Sobre las olas’-; Edgar Espinosa, saxofonista, pianista, bajista, cantante y exintegrante del Grupo Niche; Antonio Ortiz, percusionista de orquestas como "La Banda de Saoko" y “Washington y sus Latinos”; Ezequiel Night, bajista y corista  de Wilson Manyoma, entre otros. En total son 14 músicos. Canciones como ‘Soy callejero’ y ‘Voy a enamorarte’ son de su propia autoría.

“Nosotros no hablamos de una recuperación total, eso sería mentirnos a nosotros mismos. Queremos resignificarlos como artistas, que sean funcionales. La gran mayoría de nuestros músicos llegaron con el costal en la espalda. Vivían en la calle, en este momento hay algunos que la habitan, pero la gran mayoría lograron abastecer sus necesidades básicas: una habitación o la comida. Lo más importante es que volvieron a la senda artística, a grabar una producción, a compartir escenario con grandes artistas, eso es lo que ha cambiado su vida”, cuenta Dairo.

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Dairo Cabrera, director de la orquesta, cuenta que ya no tienen instrumentos o dónde ensayar. 

-Me quiero ir, me quiero ir- dice Toño Ortiz, mientras espera a que llegue Dairo, quien los citó en frente del teatro Jorge Eliécer Gaitán para que dieran algunas entrevistas. Toño se viste con un abrigo elegante y una bufanda roja. Tiene los ojos lagrimosos y pide que no lo hagamos hablar porque se pondría a llorar.

A un lado se encuentra ‘el Halcón’, quien aprovecha para cantarle boleros a las personas que van caminando por la carrera Séptima. Normalmente lo hace en las calles del centro para ganar algunas monedas.

Toño no se lo aguanta. La gente que habla duro lo desespera. Está aturdido. Si Dairo no aparece pronto, se irá.

Más adelante, llega Oswaldo Arias, quien después de muchos años en las calles aprendió a tocar la percusión, de la mano de su maestro Toño, para pertenecer a este grupo donde ve la posibilidad de dejar de ser habitante de la calle.

-Ustedes no saben lo que nos pasa, pero bueno lo más importante es pensar en dónde dormir hoy. Cuando uno tiene donde quedarse y ya no quiere volver a la calle no sabe qué hacer- Dice Toño.

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Por ansiedad, o preocupaciones como dónde dormir, la convivencia dentro del grupo se torna difícil. 

El Halcón es hiperactivo, va cantando desde boleros hasta vallenatos.

Dairo llama para informar que las entrevistas se harán en un estudio de grabación y que se deben ir del teatro. El Halcón dice que no va a ir porque no se quiere encontrar a otro de los integrantes del grupo. Nadie le presta atención pero finalmente sale como un tiro y desaparece entre las calles. Hoy el Halcón no canta, sin embargo hay que continuar el programa porque los otros músicos no dan espera.

La pregunta obvia es cómo ha hecho Dairo Cabrera, músico, para liderar por alrededor de cinco años Son Callejero. Al llegar al estudio de grabación que les van a prestar para ensayar cuenta que lo complicado de este grupo es la convivencia.

“Por ansiedad de consumo es difícil. La gran mayoría de nuestros músicos son marginales, no solo en lo artístico, sino en atenciones básicas como salud, alimentación, hospedaje, en tener un ambiente habitacional decente o digno, por eso no es fácil, pero la convocatoria sí lo es porque la terapia más importante para lograr encasillar los músicos y dignificarlos como personas o artistas es reunirlos a tocar. Cuando salíamos de la Secretaría de Integración Social los ensayaderos nos quedaban cortos porque llegaban muchos músicos, allí se tornaba la convivencia un poco difícil pero es una labor que hacemos con mucho cariño”, cuenta.

-¿Cómo ha sido el recibimiento del público durante estos años?

Magnífico. He estado vinculado a otros colectivos musicales y es impresionante la sinergia que tiene Son Callejero con el público. Cuando Edgar Espinosa o el Halcón comienzan a improvisar la gente se mete de lleno en el cuento. O cuando escuchan un solo de Toño en el timbal, una composición de Roberto Echevarría, unas palabras de Alberto López de Mesa. Es impresionante la manera como se compenetran con la audiencia.

-¿En qué punto se encuentra el grupo?

Por el momento el grupo está fraccionado. Ya no trabajamos con la Secretaría de Integración Social por aspectos burocráticos. La Secretaria Teresa Muñoz no le paró bolas a Son Callejero pese a que sacaba pecho por el grupo. Quisiera que no piensen en los contratistas, sino en el talento callejero. Ellos necesitan el apoyo institucional porque es más fácil, hay donde trabajar, tienen herramientas de trabajo. Ojalá el alcalde Petro cumpla con la Bogotá Humana.

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Al momento de tocar cada músico se transforma. 

¿Con qué otras personas trabaja Son Callejero?

Si bien la idea fue mía, no estoy solo. Ha llegado gente como Ingrid Morris, Carlos Garzón, Susana Fergusson, gente de buen corazón que trabaja duro por esta causa. Pero en este momento la situación es crítica porque una vez que salimos de la Secretaría de Integración Social no tenemos herramientas de trabajo, ni un solo instrumento o un sitio donde ensayar. Tenemos muchas intenciones pero sin recursos no vamos a poder consolidar este proyecto como queremos.”

Yo soy el cantante

“Y nadie pregunta si sufro o si lloro, si tengo una pena que hiere muy hondo. Yo soy el cantante porque lo mío es cantar…” En la voz de Edgar Espinosa, la canción ‘El cantante’ de Héctor Lavoe. Suena casi profética. En los rostros de todos es evidente que la sienten como una narración de sus vidas.

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Reunidos en un mismo estudio, Espinosa, Toño, Oswaldo y Dairo -porque los demás no llegaron- no parecen los mismos que estaban hace un rato peleando en la calle o con ganas de irse. Se calman, asumen otro rol y vuelven en sí como si de repente algo los aterrizara.

Toño toma los timbales, Espinosa se sienta en el piano y canta. Tiene un abrigo largo con la capucha sobre su cabeza para tapar su pelo. Sus manos están sucias, pero sus ademanes son suaves, elegantes, y habla con mucha propiedad. Además, canta como si eso fuera lo único que le devolviera la vida. Tiene 55 años, pero aparenta más. Viene de una familia de músicos caleños: su abuelo paterno, su papá, Fabio Espinosa Duque (‘Pajuelín’), y su hermano, Fabio Espinosa Hurtado (Niche), eran reconocidos trompetistas. “Mi mamá y mi hermana tocan el saxofón en una iglesia y mi hermano era el de la canción: ‘Del puente para allá Juanchito’. Todos son muy buenos músicos, yo creo que me decapitaban si no salía músico”, dice.

Su primer trabajo fue a los 13 años con la orquesta de los Hermanos Martelo en Medellín. Después vendrían: El Combo de las Estrellas, Fruko y sus Tesos y Los Catedráticos (su propio grupo), entre otras agrupaciones. En 1981 integró junto a su hermano Fabio y Jairo Varela el Grupo Niche, grabó la percusión menor y coros del segundo trabajo discográfico: "Querer es poder", donde están canciones como “Buenaventura y Caney”. Describe a Varela como un monstruo compositor, pero con un trato duro hacia los artistas. “No quería que me humillara y me retiré varias veces de Niche”. Después haría parte de la Orquesta Internacional los Niches y llegaría a trabajar con el director de orquesta estadounidense Henry Fiol.

Hoy en día cuenta que tuvo un estudio de grabación en Cali, pero que los dueños de la casa lo robaron. No nombra a las drogas, se salta esa época, y dice que llegó a Son Callejero porque le daban lo que resultara de los toques, comida y dormida.

“Son Callejero es una mina de oro, pero falta apoyo en cuestión de instrumentos, contactos para poder viajar. Viajé mucho con los Niches a Europa y Estados Unidos, pero no conocí Cuba ni México y yo sé que Dios nos va a llevar allá”, corten por favor, dice, mirando a la cámara.

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La otra historia es la de Toño quien aprendió a tocar las maracas a los 11 años, en su natal Quibdó, para imitar a su hermano mayor. “Yo lo veía tocar y movía las manos como él. Una vez me escuchó tocando en la casa y hasta me regañó porque yo estaba muy pequeño, pero después me enseñó.”

En el año 82 llegó a Bogotá a tocar con distintas orquestas y después se fue a vivir a Alemania donde estudió pedagogía musical en la Universidad de Colonia. “Allí estuve 8 años y bueno acá estoy. No sé porqué me devolví. ¿A qué? ¿A hacer nada?”.

Después de mucho tiempo en hogares de paso, Toño conoció a Dairo en el Idiprón. Estaba tocando tambores artesanales y esa fue su entrada al grupo. Es la última orquesta que piensa integrar. Por ahora pasa muchos de sus ratos escuchando a Orestes Vilató, un timbalero cubano, al que considera su maestro.

"La música es mi alimento, yo sin música creo que estaría muerto", afirma Toño Ortiz. 

-¿Con todo lo que ha vivido por qué nunca dejó la música?

-Eso nunca se va a perder en mí, la música es mi alimento, yo sin música creo que estaría muerto. Si no toco yo sé que me muero enseguida.

-¿Lo más duro de los últimos años?

La soledad y la falta de oportunidades, eso es lo que me tiene mal porque mi familia es Son Callejero. Tengo contacto con mi hermano Lucho, pero como vive en Cali no hay mucho tiempo para estar con él. Yo quisiera estar con él y con mi hijo, pero por mi situación ellos no acuden de pronto, no sé qué pasa, pero no me veo mucho con ellos.

Al finalizar el ensayo Toño pide algo de dinero. Necesita dormir en un cuarto. No quiere estar en la calle y eso lo ha preocupando toda la tarde. Oswaldo está mucho más tranquila aunque sabe que esta noche sí habrá calle. “Aprendí a tocar gracias a Toño que me fue ayudando a tener conocimientos sobre el bongo, percusión y campana y yo soy de los que aprende fácilmente. Mi meta en este grupo es que me saque adelante.”

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Oswaldo Arias aprendió de música en el hogar de paso. Dice que aprende fácil y que quisiera dejar las calles gracias al grupo.

“Conozco de primera mano la historia de cada uno pero lo que nos atañe es su vida como músicos y no como pobrecitos que están en la calle o  en las drogas. Los vemos como artistas y eso ha permitido que haya un clima de respeto y de alguna jerarquía musical”, dice Dairo quien no se estresa por nada y los maneja con frescura.

Para él la cantidad de músicos por recuperar en Colombia es enorme. No cree que Son Callejero sea un caso único. “No todos están en la calle, pero sí inmersos en el consumo de drogas, y yo creo que a veces la fama mal llevada, o no poder controlar una serie de presentaciones diarias, los hace caer en esos vicios. Detrás de cada uno de ellos y de sus historias hay una vida familiar complicada y circunstancias personales que los obligaron a marginarse de lo musical a tal punto que muchos se quedaron en la calle.”

soncallejero.blogspot.com @JuanaRestrepo87 Lea también Silva y Villalba aún viven...y siguen cantando. “La televisión me frustra”: César Mora.
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