La primera vez que se citaron Clara y Carlos sin comisarios políticos ni testigos, solo los dos, fue entrados los años ochenta. Ella era contralora de Bogotá y él concejal. El emblemático Crem Helado de la 32 con Caracas anidó las conversaciones que de manera excepcional no tenían que ver con el trabajo, sino con sus vidas. Entre anécdotas y banana split pasaban la tarde y se encendían tímidas chispas que ellos no advertían. Fue algo entre curioso y accidentado, como esa parte de la canción de Simón Días 'CaballoViejo': “cuando el amor llega así de esa manera, uno no se da ni cuenta”.
Clara López Obregón confiesa que de niña tenía ese imaginario que inculcan a casi todas las jovencitas de su edad y su clase social. Pensaba en el príncipe valiente que pidiera su mano. Quizá aquel hombre fuese un político, como lo dictaba la herencia de su sangre. Sin embargo destacaba como una mujer de las que pocos hombre pueden pensar: de estudios en Harvard y tanteos laborales en la oficina del primo de su padre, el expresidente Alfonso López Michelsen.
Una vida muy diferente a la del samario Carlos Romero. Desde joven estuvo vinculado al activismo y la resistencia social. “Poco pensaba en una mujer ideal”, dice, porque su vida, llena de convulsiones y rebeldías, lo enamoraban a una causa. “Fui un hombre que privilegiaba la actividad política y la lucha surgida desde abajo”. Durante treinta años las relaciones amorosas que sostenía eran algo ocasional y furtivo. Estuvo diez veces en la cárcel y en su juventud universitaria sus compañeros lo apodaron 'taxi': “me tenían que preguntar cuándo estaba libre”, explica sonriendo.
En Bogotá Carlos quiso hacer carrera política. En el Concejo, entre debates y ambientes de rivalidad, conocería al amor sin proponérselo. Pero no fue a primera vista. En 1980, desde la Contraloría Clara López sostenía una intensa oposición al concejal Romero. “Teníamos confrontaciones bravas. Carlos era un concejal muy temido y yo no recuerdo que los primeros vistazos que tuvimos hubieran sido por algo agradable”, cuenta Clara. Las tensiones incrementaban con el paso de las semanas. Pero todo cambio luego de que el entonces presidente del Concejo, Alfonso Palacio Rudas, decidió invitar a la contralora y al concejal a un almuerzo para limar asperezas. “En ese almuerzo –dice López Obregón– hicimos la paz y para mí fue ahí donde se sembró la primera semillita. Pero fue hasta varios años después que finalmente nos miramos con otros ojos”.
Tiempo más tarde formaron parte de la junta directiva del Instituto Distrital de Recreación y Deporte. Los encuentros empezaron a intensificarse. “Conversábamos, intercambiábamos ideas y surgieron afinidades”, dice Romero y agrega: “Clara era una mujer muy apetecida en Bogotá, por su belleza y su posición. Tenía mucho atractivo para cualquier hombre, y más para mí”. Siguieron con frecuencia las citas de trabajo hasta que un día decidieron verse sin asistentes, sin agenda de trabajo y donde hoy recuerdan empezó su amor: el Crem Helado.
Y es que “cuando el amor llega así de esa manera uno no tiene la culpa”. Dicen los dos que no hay una fecha u hora en la que formalmente haya iniciado su idilio, porque todo fue resultado de momentos que hicieron, que de un día para otro, supieran que no podrían dejar de estar juntos. Ese día que no se marca en el calendario, la sociedad también recibió la noticia como baldado de agua fría.
“Me enamoró con música y helado”
Luego de varios años de vivir juntos habrían de darse cuenta de que el destino estuvo jugando con ellos, acercándolos y alejándolos, para finalmente darles la oportunidad de coincidir en el mismo camino. Mucho tiempo antes de encontrarse en la política, Clara López y Carlos Romero habrían sido vecinos. “Mire usted como son las coincidencias: vivíamos en el mismo barrio, en el Bosque Izquierdo. Creo que mercábamos en la misma tienda y hasta guardaríamos el carro en el mismo estacionamiento pero nunca nos dimos cuenta. Fue después de estar viviendo juntos que descubrimos, en un paseo por Bogotá, que habíamos vivido un tiempo a dos o tres cuadras de distancia”, recuerda Clara López.
En su casa de Bogotá viven Clara López y Carlos Romero acompañados de dos gatos y un perro. "Esto vive lleno de gente", dice la pareja al referirse a las constantes visitas de sus hijos y nietos.
Las infranqueables barreras que insistían en separar sus mundos se fueron diluyendo entre tardes de helado y vallenatos. Clara López desconocía los sitios de rumba en Bogotá. Carlos, con un poco más de confianza, la sacó de las fiestas de élite y la invitó a los aquelarres populares. “Carlos me empezó a invitar a un lugar en la 53. Era un sitio chiquitico donde el señor que atendía tenía una colección de discos extraordinaria de boleros, salsas, vallenatos, porros. Uno se sentaba en un bar donde no cabían más de seis personas. En esa época tomaba aguardiente con hielo y nos poníamos a conversar y escuchar canción por canción”.
Podrían ser tardes y noches de encanto. Carlos, con la imborrable marca del costeño y la herencia del juglar, relataba a su enamorada el significado social, cultural e histórico que cada letra escondía entre los sonidos del acordeón y las tamboras. “Para mí eso fue una revelación: pienso que la música devela el alma del ser humano”, dice Clara López.
La exacaldesa confiesa que ese no fue el primer encuentro con la música del Caribe, pero sí un acercamiento profundo e íntimo. “He sido aficionada a la música clásica y el rock de la época de los Beatles y los Rolling Stones. Igual en mi casa se oía vallenato porque al doctor López (Michelsen) le gustaba y se sabía todas las letras, pero lo que me enseñó Carlos fue el mundo de la música latinoamericana que calienta el alma”.
Más cercana al folklor costeño, Clara decidió acompañar a su pareja en varias de esas parrandas que hoy aún califican como brutales. Eran fiestas de horas y horas, amenizadas algunas veces por Alejo Durán, Abel Antonio Villa, Totó la Momposina 'el Cantor de Fonseca' y muchos otros. Clara López, como los demás parranderos, se encontró maravillada con los espectáculos que hoy entiende como privilegio de pocos. “Me parecía muy especial la reverencia y la atención que se apoderaba de un salón lleno de dicharacheros, cuando Alejo Durán agarraba su acordeón”.
Como a muchos cachacos, el rito de la parranda la cogió por sorpresa. En la primera de estas fiestas, no tuvo la precaución de comer algo antes iniciar la rumba. “Pues como a la medianoche le dije a Carlos que tenía hambre y él me responde: ve a la cocina y que te den de lo que estén cocinando. Pues fui a la cocina y ¡qué diablos!, ahí no había nadie, y solo había un bulto de yuca y uno de plátano para el sancocho del desayuno. Pues me tocó aguantar hasta que amaneciera”, anota ella, mientras Carlos añade “Y es que no crea; eran fiestas interminables. Empezábamos el viernes e íbamos hasta el sábado tarde. Las parrandas nos enseñaron a divertirnos juntos; aprender otra cosa que teníamos en común”. En una de esas fiestas, sin que quisieran dar más detalles, fue que Carlos Romero dedicó a Clara López “El alma viajera”, interpretada por Poncho Zuleta.
"Estuvimos a punto de que nos mataran"
Ellos insisten: la relación se hizo pública el mismo día que cayeron en cuenta que tenían algo. Hasta aquel momento no pasaba de ser una cercana amistad. Eso era como 1985. “Pero la verdad es que al comienzo las contradicciones con la familia de Clara hacían que nuestra unión tuviera complicaciones”, anota el señor Romero. Pero después de la sorpresa, la gente llegó a entender la fuerza de ese sentimiento y el asombro terminó por desaparecer. El amor se formalizó hace 28 años, desde cuando empezaron a vivir juntos.
“Inicialmente pensé que no iba a ser fácil; que era complicado romper la barrera. Pero en la medida que fui conociendo a Clara me di cuenta de que es una mujer muy espontanea, que tiene una ventaja muy grande y es que nunca ha hecho discriminación social con quien no parezca pertenecer a su propio rango. Ella trata por igual a todo mundo”, dice Romero.
"Las infranqueables barreras que insistían en separar sus mundos se fueron diluyendo entre tardes de helado y vallenatos"
Las pocas desavenencias no hirieron su romance. Clara recuerda que en alguna oportunidad invitó a su pareja a almorzar al Jockey Club. En el lugar le enviaron a través de su hermano una razón: “¿qué hacía una mujer prestigiosa con un ‘comandante guerrillero’?. “Yo les expliqué que el señor Romero no era guerrillero sino Concejal de Bogotá y que merecía todo el respeto del club. Que lamentaba mucho esa actitud pero que si él no era bienvenido, entonces yo tampoco. Ese día nos fuimos de allí indignados".
La amenaza más grande a su historia no fue contra su amor, sino contra sus ideas. Recuerdan dos episodios que sortearon juntos, de frente a la muerte. El primero fue como resultado de las persecuciones a la Unión Patriótica a finales de la década de 1980. “El terror nos unió. Desde que fui seleccionada a la alcaldía de Bogotá por la UP empezó una persecución que nos obligó varias veces a huir, afirma. Y años más tarde las cosas no mejoraron. Las amenazas en 1999 eran cada vez más intensas. Incluso en ese momento Clara López estaba más dedicada a la academia que a la política. “Estábamos muy bien organizados –recuerda ella- pero un día secuestraron a nuestro conductor. Ese día fue terrible; fue como la alerta de salida”.
“Estábamos a punto de que nos mataran –reseña Carlos– y frente a la casa llegaban las motos con gente para amenazarnos. Y usted sabe que acá las amenazas son para creerlas. Había una retaliación abierta contra las posiciones de izquierda en Colombia; era cosa absurda”.
Ese año tuvieron que buscar refugio en el extranjero. La presión era tal que no pudieron ni siquiera ir a casa para empacar. Se fueron solos a Panamá. “En pleno vuelo –dice Clara– cogí una revista The Economist y la ojeé. Las cosas caen del cielo, porque vi precisamente que había unos cursos del Banco Interamericano de Desarrollo y le dije a Carlos en medio del desespero que esa era una posibilidad para empezar de cero. Pues aunque íbamos para Panamá después nos tocó viajar a Venezuela a presentar los exámenes y quedé seleccionada. Era un trabajo interesantísimo en la Asamblea Nacional y en medio de una constituyente. Carlos logró entrar a dar clases en una universidad y escribía columnas en periódicos venezolanos. Pero la distancia me partió el alma; sentí que me habían arrancado de la tierra y me habían puesto en un florero”.
El exilio duró más de tres años. El regreso al país, en el 2003, estuvo motivado por “razones baladíes”, según rememoran. “Era navidad y viajamos a Santa Marta. La hija de Carlos nos regaló un perrito y la necesidad de cuidarlo fue lo que más nos motivó a devolvernos”, sostuvo López. Para asegurarse que no correrían riesgos al volver, Clara solicitó una cita con el entonces presidente Álvaro Uribe y le pidió garantías de seguridad para el regreso. El mandatario les dio su palabra. “Regresamos sin problemas y eso se lo tenemos que agradecer”, agrega la política.
Carlos es mi 'mano izquierda'
Clara López y Carlos Romero viven en compañía de dos gatos, Ambrosio y Atarván, un perro, y las constantes visitas de los hijos de Carlos y los que han adoptado como pareja, que incluso ya les han dado nietos. “Esos son los momentos más bonitos -dice Clara- cuando llega un nuevo miembro a la familia. Me llena el corazón”.
Clara y Carlos han viajado a España, Francia, Italia, y por circunstancias que recuerdan con dolor también han ido a Panamá y Venezuela.
Para su esposo los mejores momentos en pareja han tenido relación con el éxito político que la dirigente del Polo Democrático ha consolidado desde años recientes. “En el tercer congreso del Polo, cuando eligieron a Clara como candidata presidencial, tuve una alegría íntima, porque su desarrollo político ha sido sorprendente. Estoy soñando con ver a clara en la Presidencia”.
En la vida pública también andan juntos. Carlos procura acompañar a su mujer a varios de sus actos políticos y ella también asiste a algunas de las reuniones a las que frecuenta su marido. No obstante en la casa, confiesan los dos, las discusiones que han tenido no son por dinero o celos, sino sobre ideas políticas. “Tenemos diferencias, desde luego, porque es que ella viene de raíces liberales y yo comunistas”, dice Romero.
Las diferencias vacuas no implican que en grandes proyectos dejen de remar para el mismo lado. “Romero es mi ‘mano izquierda’ cuando tengo campañas”, comenta Clara López. “Muchas veces me acompaña a viajes, y otras veces no puede. Pero siempre está a junto a mí. Hay que cambiar la frase y decir: al lado de cada gran hombre hay una gran mujer, y al lado de cada gran mujer hay un gran hombre”, agrega.
Y a su historia, piden ellos, es mejor no ponerle ‘colorín, colorado este cuento ha acabado’. Aún les faltan muchos momentos que quisieran probar, muchas batallas para acompañarse y muchas anécdotas para contar en sus fiestas familiares, que son recurrentes, de seguro el ritual más importante que presiden como patriarcas. “Yo tengo asegurado que Carlos también va ir al cielo”, le recuerda la doctora López a su esposo, abrazándolo entre su seriedad, y soltando una cómplice carcajada, de las pocas que se les puede ver en público.
Clara López y Carlos Romero: romance de helado y vallenato
Dom, 17/02/2013 - 16:00
La primera vez que se citaron Clara y Carlos sin comisarios políticos ni testigos, solo los dos, fue entrados los años ochenta. Ella era contralora de Bogotá y él concejal. El emblemático Crem