Cómo un coronavirus devastó un crucero

Mar, 25/02/2020 - 18:53
Apenas empezaba la velada cuando se escuchó la voz del capitán: un pasajero tiene el nuevo coronavirus

Apenas empezaba la velada cuando se escuchó la voz del capitán por el interfón: un pasajero que había desembarcado nueve días antes tenía el nuevo coronavirus que arrasaba en China.

Los pasajeros del barco no parecieron preocuparse, era la última noche de su crucero de lujo de dos semanas en el Diamond Princess. El jolgorio continuó mientras la nave se dirigía al puerto de Yokohama, la segunda ciudad más grande de Japón.

Los pasajeros disfrutaron de un filete mignon en la cena, asistieron a espectáculos en el teatro con capacidad para 700 personas y abarrotaron los bares y las pistas de baile toda la noche. Los directores del crucero distribuyeron apresuradamente una serie de actividades, como tenis de mesa, karaoke y clases de baile estilo Bollywood, para mantener ocupados a los huéspedes que tendrían que permanecer un día más mientras los funcionarios del sector salud los evaluaban para ver si presentaban síntomas.

Querían aprovechar las últimas horas de su romántica travesía, así que esa noche Tyler y Rachel Torres, una pareja de recién casados de Irving, Texas, acudieron a la función de un cantante de baladas. “Realmente no pensamos en el peligro de salir de nuestra habitación”, dijo Torres, un terapeuta ocupacional de 24 años. “Y como estábamos de luna de miel, nos rehusamos a desperdiciar nuestros últimos momentos en el crucero”.

Mientras la música sonaba, los pasajeros probablemente se estuvieran exponiendo al virus. En total, las autoridades japonesas tardaron más de 72 horas en imponer una cuarentena tras ser notificados del caso vinculado con el barco.

El retraso por parte del gobierno nipón, junto con las medidas de contención mal diseñadas e ineficaces que se implementaron durante el periodo de aislamiento de dos semanas, harían del Diamond Princess un desastre epidemiológico flotante.

Los pasajeros febriles tuvieron que quedarse en sus habitaciones varios días sin que les hicieran pruebas para saber si tenían el virus. Funcionarios de salud e incluso algunos profesionales médicos trabajaron en el barco sin equipo protector. Miembros de la tripulación enfermos dormían en camarotes con compañeros que continuaron con sus labores por toda la nave, socavando la cuarentena.

Con 634 infecciones y dos muertes, el crucero representa la concentración más grande de casos de coronavirus fuera de China, lo cual le ha ameritado su propia categoría en los datos compilados por la Organización Mundial de la Salud.

La semana pasada, el gobierno de Estados Unidos permitió que 14 estadounidenses infectados abordaran vuelos de evacuación junto con cientos de pasajeros que no lo estaban. Desde entonces, las autoridades japonesas han permitido que cerca de 1000 pasajeros que salieron negativos en las pruebas del virus salieran libres, a pesar de que los expertos temen que algunos de ellos hayan sido expuestos y puedan desarrollar síntomas más adelante. Se tenía planeado que los miembros de la tripulación comenzaran a dejar el crucero este fin de semana.

El sábado, el ministro de Salud confesó que 23 pasajeros habían sido liberados del barco sin que se les hubiera hecho una prueba reciente válida y que habían viajado en transporte público después de desembarcar la semana pasada.

Ahora que la cuarentena ha terminado y la mayoría de los pasajeros se han ido, la preocupación es que puedan comenzar a propagar el virus en tierra firme.

Las autoridades japonesas dijeron que hicieron lo mejor que pudieron en una situación que se desarrolló con rapidez, pues intentaban evitar que el virus se propagara dentro del país. Después de confirmar los primeros casos entre los que estaban a bordo, procedieron a aislar a los pasajeros para reducir la transmisión, dijeron las autoridades. El gobierno ha dicho que la cuarentena en general fue eficaz.

El operador del barco, Princess Cruises, dijo que las autoridades japonesas tomaron la delantera en las pruebas y protocolos. Agregó que “el enfoque ha sido y sigue siendo la seguridad, la salud y el bienestar de nuestros huéspedes y nuestra tripulación”.

En las primeras horas del 2 de febrero, antes de que el barco siquiera atracara en Yokohama, los funcionarios de Hong Kong informaron al Ministerio de Salud japonés sobre el primer pasajero infectado.

Una portavoz de Princess Cruises dijo que la compañía recibió una “verificación formal” de la infección de Hong Kong el 3 de febrero y que la anunció a los pasajeros en el barco esa noche.

No fue sino hasta que las fiestas y los espectáculos terminaron, alrededor de las 11 de la noche, que se aconsejó a los pasajeros que se quedaran en sus habitaciones. Cuando el barco atracó en Yokohama, los oficiales médicos abordaron y fueron de puerta en puerta tomándoles la temperatura a los pasajeros, revisando si presentaban tos y haciendo pruebas para descubrir si tenían el virus.

Los directores del crucero cancelaron las actividades planeadas para el día siguiente, mientras seguían revisando a todos. La gente todavía convivía a bordo, haciendo fila en grandes bufés a la hora de las comidas. Utilizaban cucharones y pinzas comunales, y compartían saleros y pimenteros en las mesas.

Los pasajeros pensaron que su partida se retrasaría solo un día, más o menos. Muchos iban camino al desayuno cuando el capitán volvió a llamar por el intercomunicador la mañana del 5 de febrero.

El Ministerio de Salud japonés ya había confirmado diez casos de coronavirus en el barco, les dijo.

Los huéspedes debían regresar a sus habitaciones de inmediato, donde tendrían que permanecer aislados durante los próximos 14 días.

Recuerdos contaminados

Atrapados en sus camarotes, los 2666 pasajeros tuvieron tiempo de pensar en cada uno de los encuentros que podrían haberlos expuesto al virus en los días previos a la cuarentena en el barco.
Gay Courter, de 75 años, una novelista estadounidense de Crystal River, Florida, quien alguna vez escribió una novela de suspenso sobre un asesinato en un crucero, no pudo dejar de pensar en la última parada del barco, Naha, la capital de Okinawa. Cuando la gente desembarcaba, los funcionarios de salud pública les tomaban la temperatura, una medida que se estaba volviendo más común conforme la infección aumentaba en China.

Al pensar en eso, Courter se preguntaba si el coronavirus ya habría empezado a propagarse. Con su esposo, Philip, y un grupo de amigos, comió fideos y camote frito en un puesto de comida al aire libre.

“En verdad lamento haber hecho eso”, dijo, “porque era un lugar muy concurrido y había gente del barco paseándose por la ciudad”.

Cada día surgían más casos: primero 10, luego otros 10 y posteriormente un aumento de 41 casos más.

Lo que más angustió a los pasajeros fue la sensación de que se estaba reteniendo información. Pasaban horas entre el momento en que el Ministerio de Salud filtraba la información de nuevos casos a los medios y el momento en que se notificaba a las personas a bordo.

Los pasajeros comenzaron a contar las ambulancias formadas en el muelle para adivinar cuántas nuevas infecciones se anunciarían ese día. Los huéspedes japoneses colgaron pancartas en los balcones, en las que se leía: “Grave falta de medicinas, falta de información”.

‘Sin plan de acción’

Las políticas y los protocolos cambiaron a medida que transcurría la cuarentena.

El segundo día, las autoridades sanitarias empezaron a permitir a los que estaban en camarotes sin ventanas que salieran a ratos para tomar aire fresco. No fue sino hasta el día siguiente que se les advirtió a los pasajeros que se mantuvieran a más de 1,8 metros de distancia de los demás. Torres, un enfermero que ya fue evacuado junto con su esposa, se percató de que otros pasajeros no se preocupaban por tener siempre puestos los cubrebocas en la cubierta.

Al quinto día, los pasajeros recibieron resistentes mascarillas N95 y se les solicitó usarlas al abrir sus puertas para aceptar entregas de alimentos y servicios de la tripulación.
Al principio, las autoridades sanitarias no examinaron a todos, pues alegaban no tener los recursos. En cambio, se enfocaron en individuos de alto riesgo: aquellos que habían tenido contacto directo con el pasajero contagiado, y luego los pasajeros más viejos o sintomáticos.

Algunos pasajeros tuvieron problemas para recibir atención médica, aun cuando comenzaron a manifestar posibles síntomas. En el primer día de la cuarentena, Carol Montgomery, una auxiliar administrativa retirada de 67 años de San Clemente, California, llamó a la enfermería para notificar que tenía fiebre y quería ser examinada.

Le dijeron que eso dependía del Ministerio de Salud japonés y que no había disponibilidad de exámenes a bordo. Después de un día, su esposo, John, llamó a la embajada estadounidense en Tokio e intentó convencer a un funcionario de que todos necesitaban ser examinados.

“Estamos en una placa de Petri”, dijo John Montgomery. “Es un experimento. Somos sus conejillos de Indias”.

Su esposa finalmente convenció al consultorio médico del barco a que permitieran que la pareja saliera del camarote para hacerse un examen. Un doctor les hizo pruebas de gripe, las cuales resultaron negativas, y le recetó a Carol un antibiótico para su infección del tracto urinario.

Ni siquiera por todo esto les hicieron la prueba del coronavirus. La pareja fue evacuada poco después junto con los otros estadounidenses.

Bufés y baños compartidos

Durante todo el proceso, los miembros de la tripulación trabajaron horas extras, y algunas veces llegaron a realizar turnos de hasta 13 horas. Prepararon y entregaron comidas tres veces al día para 1500 camarotes. Entregaron toallas, sábanas y detalles extras para los huéspedes: sudokus, papel para hacer papiroflexia, mascarillas de belleza y chocolates el día de San Valentín.

Los miembros de la tripulación, un total de 1045 personas, tuvieron que seguir trabajando aunque enfrentaran el mayor riesgo de contagio. En total, 85 de ellos han dado positivo en la prueba del virus.

Bajo cubierta, la tripulación compartió espacios reducidos, con hasta cuatro personas usando un mismo baño. Hacían sus comidas al estilo bufé.

Atendieron las líneas telefónicas cuando los huéspedes llamaban buscando respuestas a preguntas eternas. Limpiaron las cubiertas y las barandillas luego de cada receso para tomar aire fresco de los pasajeros. Lavaron la ropa de los huéspedes. Para algunas tareas no usaron guantes y utilizaron una misma mascarilla más tiempo que las 24 horas recomendadas.

Además, surgieron nuevas obligaciones, como vigilar los pasillos durante la noche para asegurarse de que los pasajeros no abandonaran sus cuartos. Cuando los pasajeros contagiados fueron trasladados a los hospitales, los miembros de la tripulación tuvieron que cargar su equipaje.

“El estrés emocional, psicológico y físico por el que estamos pasando ahora es muy fuerte”, afirmó una mujer que trabajaba en la cocina, quien solicitó hablar desde el anonimato por temor a perder su trabajo. Terminó dando positivo en la prueba del virus.

Cubiertas de plástico y cinta adhesiva

Para ocuparse en algo durante el cautiverio, los huéspedes pasaron largas horas viendo películas en servicios de emisión en continuo o publicando en redes sociales. Hicieron ejercicio y vieron al mago del barco realizar trucos en el circuito cerrado de televisión.

A medida que los contagios siguieron aumentando, el aburrimiento se convirtió en miedo. En grupos privados de Facebook, los pasajeros expresaron estar desesperados por irse, y sus familiares usaron la etiqueta #getthemoffthatboat (#sáquenlosdeesebarco). Cuestionaron la efectividad de la cuarentena y temían que el virus pudiera transmitirse por las habitaciones a través del sistema de ventilación.

Luego de que algunos pasajeros estadounidenses expresaron esa preocupación a la Embajada de Estados Unidos, un funcionario de los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades (CDC, por su sigla en inglés) escribió que “no había evidencia actual que sugiriera que el virus se pudiera propagar entre los camarotes de un barco a través del sistema de ventilación”. Lo mejor que podían hacer los pasajeros, dijo el funcionario, era esperar a que terminara la cuarentena en sus habitaciones.

Una semana y media después, los funcionarios estadounidenses cambiaron su postura. El gobierno de Estados Unidos anunció que iba a evacuarlos antes del final de la cuarentena y que los iba a confinar durante otros 14 días adicionales en bases en California y Texas. Una carta dirigida a los pasajeros estadounidenses decía que “el Departamento de Salud y Servicios Sociales llegó a la conclusión de que los pasajeros y los miembros de la tripulación a bordo tienen un alto riesgo de exposición”.

La evacuación se tornó problemática. Mientras los 328 pasajeros y miembros de la tripulación iban rumbo al aeropuerto de Tokio, funcionarios estadounidenses se enteraron por las autoridades sanitarias japonesas que 14 de ellos habían dado positivo en la prueba del coronavirus.

Esperaron durante horas a un lado del camino mientras los expertos de los CDC debatían con funcionarios del Departamento de Estado y el Departamento de Salud y Servicios Sociales sobre el mejor procedimiento a seguir. La discusión tomó tanto tiempo que algunos pasajeros tuvieron que salir a orinar a un lado de los autobuses.

Los funcionarios del Departamento de Estado y el Departamento de Salud y Servicios Sociales finalmente decidieron llevárselos a todos. Pusieron a los contagiados en la parte de atrás de dos aviones, separándolos del resto con solo tres metros de cubiertas de plástico y cinta adhesiva.

Mientras los pasajeros abordaban, Gay Courter estaba justo al lado de una mujer a la que le estaban informando que había dado positivo en la prueba del coronavirus. “Estábamos a menos de un metro de distancia”, dijo Courter. “Recuerdo haber pensado: ‘Acabo de pasar dos semanas evitando a cualquiera que hubiera dado positivo en la prueba y ahora tengo a una respirando justo frente a mí’”.

Otros países siguieron el ejemplo de Estados Unidos de organizar vuelos chárter para sus ciudadanos y establecer nuevas cuarentenas de 14 días. Aun así, se permitió que muchos simplemente se marcharan del barco tras finalizar la cuarentena en Yokohama, incluyendo a un gran número de pasajeros japoneses, que constituían la mitad de los pasajeros a bordo.

El 20 de febrero, a Linda Tsukamoto, gerente de ventas retirada de 63 años de Marina del Rey, California, quien decidió no tomar uno de los vuelos estadounidenses, se le permitió dejar el barco. No tendrá permitido ingresar a Estados Unidos durante al menos otras dos semanas, por lo que decidió quedarse en un hotel en Tokio. Dijo que el personal del hotel estaba usando cubrebocas y que había letreros que advertían a los huéspedes sobre el riesgo del coronavirus.

Por: Motoko Rich / The New York Times

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