
Cuando ocupó la subdirección de la cárcel El Buen Pastor de Bogotá, el hombre recorrió los pasillos, miró las celdas y se mezcló con las reclusas en los patios. Vio a una rubia con el pelo recogido. Le gustaron sus ojos color miel. Luego de caminar por su nuevo sitio de trabajo, entró a la oficina de la directora y preguntó por la mujer que había visto.
–¿Otro que se enamora de Sandra Porras? –dijo la funcionaria.
Él se sonrojó. Pensó: “¿Por qué preguntar por esa mujer?” Cuando iba a salir de la oficina, sintiéndose apenado, escuchó:
–Detrás de esa reclusa hay mafiosos ¡Pilas con ella, que es bastante peligrosa, es la novia de ‘El Alacrán’! –Advirtió la directora.
Sandra Porras no sabía lo que había sucedido en la oficina. Estaba sumida en el limbo de la cárcel. Ella recuerda que una tarde se recostó en una baranda del último piso y miró hacia abajo. Siempre lo hacía. Se imaginaba cayendo al vacío bajo la mirada aterrada de sus compañeras y las guardianas. Consideraba que esa baranda era un buen punto para terminar todo lo que había comenzado hace cuatro años, cuando se metió con los mafiosos.
Uno de esos días en que fraguaba su muerte, una joven acusada de pertenecer al M–19 se acercó. Sandra no le prestó atención.
–¿Acaso la monita está pensando en matarse?
Nunca había pensado ser amiga de una guerrillera. Mientras ella montaba camionetas tipo ‘Burbuja’ en el poblado de Medellín, seguida de escoltas; la otra, su compañera, empuñaba las armas en la selva.
La antigua novia de los mafiosos confesó su intención de tirarse por la baranda.
–Y que tal si cae mal y queda inválida –contestó la ex guerrillera.
Abandonó la baranda y el suicidio. Sandra decidió cumplir la penitencia que le impuso la vida por ambiciosa. Con el tiempo se dio cuenta de que las camionetas ‘Burbuja’ eran un augurio de la burbuja en la que vivió durante un tiempo y que estalló para dejarla en la cárcel.
Nació en una familia de clase media en Medellín. Comía lo necesario y vivía con lo necesario, pero quería más. La familia Porras se trasladó a Sabaneta, municipio aledaño a la capital antioqueña. Allí Sandra estudió y se hizo mujer. Su cuerpo no fue obra del ejercicio ni de las cirugías que empezaban a estar en auge entre las mujeres, sino de la naturaleza. Era alta, de piel bronceada y senos grandes y firmes. Los jóvenes del pueblo la pretendían como un bello trofeo. Para ella no había en Sabaneta un amor que la mereciera.
A los veinte años, en 1991, se fue a Medellín para sacar provecho de su belleza. Se convirtió en modelo. Posó para la publicidad de una lotería y los empresarios y mafiosos ya no querían verla vestida. Sandra empezó a desfilar en ropa interior y se pagaba la carrera de idiomas en la Universidad de Antioquía vendiendo carros. Ella cuenta que era muy buena vendedora aunque nunca supo si fue por su cuerpo o por su discurso.
Los narcotraficantes llegaban al concesionario donde trabajaba Sandra y pagaban los carros con costalados de billetes. La mujer, que padecía del síndrome de La Cenicienta, deseaba un hombre que la llevara a un palacio con joyas, carros y servidumbre. Y abandonó la universidad para perseguir ese sueño del que hoy se arrepiente: “Por tener unos pesos me creía rica. Pensaba que un buen cuerpo era suficiente boleto para ser feliz”.
Un día estando en Cartagena conoció al príncipe que creía merecer. El hombre llegó con escoltas en dos camionetas a una reunión de la mafia colombiana. Era socio del capo Julio César Correa, alias ‘Julio Ferro’, ex marido de la modelo Natalia París. Sandra estaba invitada junto a una amiga que tenía vínculos con la familia de Pablo Escobar.
El recién llegado miró sus largas piernas que sobresalían bajo la minifalda; ella, los finos zapatos y el reloj de oro que él lucía. Durante tres meses salieron hasta que él la cambió por un harem de modelos antioqueñas. Sandra renunció a él pero no a la vida como millonaria. Se sentía orgullosa cuando visitaba a su familia en Sabaneta y el pueblo la veía como una personalidad por andar con ‘los duros’ de la región.
La mujer entró a la cárcel por tener un supuesto romance con Henry Loaiza alias 'El Alacrán'.
Superado el despecho, más por el bolsillo que por el corazón, empezó a salir con otros hombres que se ganaban la vida enviando toneladas de droga a Estados Unidos y Europa. Era normal que los novios se desaparecieran por temporadas de uno o dos meses. Siempre estuvo preparada para el anuncio de la viudez antes del matrimonio. Los hombres desaparecían cuando una mercancía era rastreada e incautada por el gobierno colombiano o de cualquier otro país. También cuando los amenazaban de muerte.
En 1993 conoció a un paramilitar a quien incluso los narcos le hacían fila en su oficina de Envigado para pedirle favores. Era sanguinario, “el tipo más malo que he visto en la vida –afirma Sandra–, podía decirme que me amaba y luego contestar una llamada para dar la orden de descuartizar y desaparecer a alguien”. Se llamaba Gabriel. Estuvo diez años en una cárcel de Estados Unidos y luego se dedicó a trabajar con la gente del cartel de Medellín y con los paramilitares.
Recuerda que estando recluida en el Buen Pastor, dos años después de terminar la relación, el contador que trabajaba con Gabriel la visitó en el centro penitenciario. Luego de unas palabras acerca de lo feas que se ponen las mujeres en las cárceles le mando saludos de su ex novio.
–¿Qué es lo que quiere él? –preguntó Sandra.
El contador bajó la voz para evitar que las guardias lo escucharan.
–Vea, niña, el patrón le manda a decir que si le hace falta algo no es más que lo pida; pero si abre la boca con algún fiscal, recuerde que usted tiene familia en Sabaneta.
Con esa sentencia se marchó.
Meses después la mujer se enteró de la forma en que fue asesinado Gabriel. La gente del extinto paramilitar Carlos Castaño cerró todas las vías del poblado para hacerle la persecución. Detuvieron el carro blindado donde se transportaba y lo hicieron salir. Los escoltas percibieron lo que se avecinaba y salieron corriendo. Solo se quedó uno. Las balas perforaron el cuerpo del ex novio de la modelo y de su fiel escolta. Después de enterarse de la noticia Sandra descansó. Esa muerte significaba una amenaza menos.
Antes de perder la libertad, Sandra siguió mostrando sus curvas en desfiles públicos de ropa interior. En una de esas pasarelas, en el hotel Intercontinental de Cali, vio a Henry Loaiza alias ‘El Alacrán’.
Aunque no fueron amantes, ni siquiera amigos, tiempo después Sandra fue arrestada por narcotráfico y por ser la amante de ese hombre acusado de conformar grupos de sicarios y de la masacre en Trujillo, Valle. Cuentan testigos de la masacre que ‘El Alacrán’ torturó al cura del pueblo cortándole los dedos de las manos y de los pies y se los hizo comer, luego hizo lo mismo con los genitales.
Una llamada al DAS alertó a las autoridades sobre el romance entre el asesino y la modelo. Fue la hermana de Sandra quien se comunicó con los agentes para dar testimonio de esa falsa relación. A raíz de la llamada, empezó un operativo para seguir a la presunta amante. Le interceptaron los teléfonos y comenzó una persecución de ciudad en ciudad.
Mientras se formaba un despliegue de inteligencia alrededor de Sandra, ella seguía con su vida de joyas, ropa, restaurantes y desfiles. En ese momento era novia de un socio del narcotraficante Diego León Montoya, alias ‘Don Diego’. El 11 de mayo de 1995 tomó un avión junto a su enamorado para pasar unos días en Bogotá. Los agentes del DAS pensaban que se iba a encontrar con Henry Loaiza.
Se quedó en el apartamento de su novio ubicado en el norte de la capital. Dos días después salieron a comer a un restaurante. Pero gracias al rastreo de llamadas, las autoridades llegaron antes y rodearon el lugar con agentes vestidos de civil. La pareja no sospechó nada. El socio de ‘Don Diego’ y la modelo se sentaron en una mesa y los escoltas y trabajadores en otra. Todos almorzaron, quizá los detectives esperaban la llegada de ‘El Alacrán’. Un hombre se acercó y le preguntó a la mujer si era Sandra Porras. Ella asintió sin nervios. Su acompañante palideció.
–Ustedes están en un carro robado.
–Ese Ford Mustang es nuevo, lo acabamos de pagar –respondió la mujer un poco enojada por la intromisión.
–Tranquila, acompáñenos al DAS para solucionar lo del vehículo.
“Me paré a pagar la cuenta y mi novio, aprovechando que los agentes estaban de espaldas, me pasó un maletín que contenía dos armas y 23.000 dólares, con la advertencia de entregarlo al primer desconocido que viera. Cuando pagué la cuenta le di el maletín al joven que atendía la caja”. Mientras sucedía lo del restaurante, en el apartamento hallaron 72 kilos de coca y 4.000 millones de pesos. La mujer dice que no sabía nada de la droga, pues nunca revisó lo que había en las otras habitaciones.
Esta es la fachada de la cárcel El Buen Pastor, lugar donde Sandra Porra conoció a su esposo, el subdirector del centro penal.
“Un golpe al narcotráfico”, señalaban los medios de comunicación y las autoridades. Mientras los involucrados en la operación que dio captura a la modelo brindaban por el golpe y los habitantes de Sabaneta se sorprendían al ver a la bonita del pueblo reseñada como mafiosa, Sandra se sentía perdida. En las indagatorias nunca le preguntaron por el supuesto carro robado. Ahora la veían como la dueña del apartamento, la droga y el dinero encontrado. En un principio pensaba que iba a salir en un par de horas, luego en un par de días. Pero jamás pensó que sería en 7 años.
Cuando entró a la cárcel se sorprendió al ver tantos varones.
–¿Por qué aquí hay tantos hombres?
La guardiana se rió –No son hombres, son mujeres que se cortan el pelo, se fajan los senos y se colocan cojines para aparentar que tiene miembro.
Los días pasaron entre duchas de agua fría, un catre duro y unas compañeras que amenazaban con cambiarla de bando; es decir, volverla lesbiana.
No hablaba con nadie. Cuando acudía al comedor comunal, veía a las reclusas quitarse la camiseta y besarse los senos. También consumir líneas de cocaína y cigarros de marihuana. Sandra no probó la droga cuando salía con los mafiosos. Ellos lo prohibían.
Una mañana presenció la muerte de una compañera. Sucedió cuando todas las convictas estaban asomadas en la baranda viendo un partido de baloncesto. A Sandra no le interesaban esas contiendas y cuando se volteó para ocuparse en otras cosas, vio a la expendedora de drogas del penal corriendo asustada. La perseguían cuatro mujeres que la arrinconaron. Una de las reclusas sacó una suerte de lima para el arreglo de las uñas y lo enterró a la expendedora en la espalda, el cuello y la cabeza. Después de varias chuzadas, cayó muerta. Las culpables huyeron dejando un reguero de sangre. “A todas nos llamaron para atestiguar pero ninguna podía decir una palabra porque fijo corría con la misma suerte”, cuenta Sandra.
La droga, armas y celulares eran ingresados por las guardianas. Lo ilícito movía bastante dinero y la comisión por entrar la mercancía superaba los sueldos de los carceleros. “Las guardianas eran corruptas. Las presas que tenían dinero pagaban, y a las que no tenían les cobraban con sexo. Era una mafia. Solo una vez probé la marihuana, me ofreció una compañera. Me reí como boba, lloré como boba y comí como desquiciada. No quise volver a probarla”.
Cuando la ex modelo estaba pensando en culminar sus días lanzándose por la baranda, el nuevo subdirector de la cárcel salía de la oficina de la directora del penal con el rostro apenado. Hacía unos segundos la funcionaria le había advertido no involucrarse con Sandra Porras porque era la novia de ‘El Alacrán’ y amante de los capos. Meterse con ella significaba anticipar su funeral.
El hombre caminaba por los pasillos, visitaba las celdas y recorría los patios buscando a la ex modelo. Cuando la veía no le hablaba. Le tenía miedo y curiosidad. La mujer que creía haber perdido la batalla contra la vida encontró en ese hombre una excusa para soñar: era piloto, soltero, buen mozo y no tenía relaciones con la mafia.
Periodistas de un noticiero pidieron una entrevista con la reclusa. El subdirector debía firmar el permiso para dar la entrada al medio de comunicación. Con el papelito del permiso Sandra se dirigió al funcionario. No fue capaz de verlo a los ojos. Le pidió la firma.
Después de una juventud de desfiles y dinero, ahora es una mujer de 40 años que se dedica a su hogar, su esposo y los hijos.
–Eres la famosísima modelo –dijo el hombre.
–Sí, doctor –dio la espalda y se fue.
En la celda la mujer recordaba el diálogo. Lo cambiaba, lo alargaba y añadía otras palabras. Se sentía culpable de no haber preguntado algo interesante. Consideraba que había perdido la oportunidad.
–Ese doctor riega la baba por usted –le decía una compañera de reclusión.
–Dejá de hablar bobadas que ese señor no se fijaría en ninguna de nosotras.
No le importaron las palabras de la directora sobre los amoríos de la modelo y tampoco una próxima sentencia de muerte. El subdirector estaba cautivado por la antioqueña. Quería protegerla. La veía llorar, comer sola, sentarse en el patio, ajena a todo. Quería conocer los pensamientos de esa mujer que el país veía como una arpía y algunos mafiosos como una amenaza.
Escribió una frase: “lo que el corazón desea con fuerza se cumple” y se lo envío con una joven que había pertenecido a las Farc.
–Mire lo que le mandaron –dijo y sacó el papel enrollado.
“Otra amenaza”, imaginó Sandra. Lo abrió y leyó. La caligrafía era masculina. “Es del doctor”.
La guerrillera se convirtió en la celestina. Las cartas fueron el único recurso para amarse. El subdirector se ausentaba de la oficina para ver, siempre de lejos, a su amada. Si él se tocaba los labios significaba un beso; si extendía las manos, un abrazo. Ella sonreía con disimulo para no alertar a las guardianas y devolvía los gestos en cartas. Fue un noviazgo sin caricias y sin besos.
La mandaron a llamar a la sala de visitas. La esperaba la abogada de ‘El Alacrán’ para decirle que si seguía con el cuento de ser la amante de su apoderado la iban a matar.
Sandra se levantó –¡No me venga amenazar! No conocí a ese tipo, no tuve nada con él. Fui una idiota útil –Salió llorando de la ira.
Llamó a su ex pareja, el socio de ‘Don Diego, para ordenarle que la sacaran de la prisión. Él estaba en un penal del Valle. Al otro lado de la línea escuchó:
–Si estamos acá es por culpa de su hermana, ella fue la que llamó a los sapos del DAS para contar su romance con Loaiza. Por esa mentirosa nos capturaron. Nunca debí enredarme con usted.
Los chismes entre las reclusas acerca del noviazgo entre el subdirector y Sandra llegaron a las guardianas y de ahí a la directora y hasta la Procuraduría. Los rumores decían que la pareja había tenido relaciones sexuales en los escritorios, los baños y los pasillos. Empezó una investigación contra el enamorado. “Le advertí que no se metiera con esa mujer”, le repetía la directora. El funcionario estaba al borde de perder el trabajo y con él, el amor de su reclusa. Pasaron días de revuelo y el novelón de la pareja era trasmitido de boca en boca. La investigación no arrojó resultados negativos contra el subdirector. La pareja siguió manteniendo su relación a distancia.
Duró cuatro años en la cárcel El Buen Pastor de Bogotá. Fueron años en los que no tuvo un hombre o mujer en el lecho (muchas lo desearon). Para evitar más papeleos e investigaciones, trasladaron a Sandra Porras a la cárcel de Medellín.
El noviazgo soportó el distanciamiento. El hombre viajaba todos los fines de semana a visitar a Sandra. Por primera vez pudieron tocarse las manos, acariciarse el rostro y besarse en los labios. Por fin eran novios. Sandra, entonces, le pidió solicitar la visita conyugal.
Recordó la época en que se arreglaba para los mafiosos, no extrañó esos días, pues se preparaba para recibir al hombre que la amaba. Él único que no la vio como un artículo de lujo o un caballo de paso fino. Tinturó su pelo y se puso un vestido ceñido que marcaba su figura aún torneada.
Él llegó, estaba nervioso, no sabía cómo tocarla. A ella se le había olvidado hacer el amor. Los besos y las caricias le recordaron cómo se hacía y sintió que perdía la virginidad por segunda vez. Después de recuperar la libertad, en el 2000, se casaron, pero en esa celda de Medellín se consumó la relación, Sandra quedó embarazada.