
En un país donde la maternidad aún se impone más que se elige, Catalina Ruiz-Navarro irrumpe con fuerza con su segundo libro Deseada: maternidad feminista.
Desde la honestidad brutal de su propia experiencia como madre, escritora y feminista, la autora colombiana ofrece un manifiesto político y emocional sobre lo que significa maternar en un mundo atravesado por la desigualdad, el mandato patriarcal y la culpa estructural.
“Cuando yo tenía 28 años, tenía pareja, y una de las cosas que pensé fue: ¿será que esto me toca hacerlo sola? Eso me daba menos miedo porque tengo una mamá espectacular”, dice Ruiz, abriendo con una confesión que marca el tono íntimo y a la vez político del libro.
Deseada no es una guía de maternidad, ni una oda a la maternidad perfecta. Es, ante todo, un ensayo autobiográfico, colectivo y combativo que pone sobre la mesa las preguntas que muchas mujeres se hacen, pero que pocas se atreven a decir en voz alta.
El miedo de desaparecer como mujer
Uno de los temores más fuertes que Ruiz confiesa tener antes de ser madre era que la maternidad eclipsara el resto de su identidad. “Seguir siendo una persona autónoma y completa, sin que esa identidad de madre se coma todo lo demás que hay en tu vida, era algo que me preocupaba mucho”, afirma. Y es que para muchas mujeres, el costo profesional y personal de tener hijos es abrumador.
Ruiz, periodista y cofundadora de la revista feminista Volcánicas, describe cómo el proceso de escribir el libro fue, literalmente, una batalla contra el agotamiento. “Este es un libro escrito a las cuatro de la mañana, con muchísimo cansancio”, recuerda. “Lo escribí en medio de mucho esfuerzo de voluntad porque decía: no puedo permitir que la maternidad me quite la posibilidad de seguir escribiendo”.
Maternidades diversas, feminismos diversos
Una de las mayores fortalezas de Deseada es su mirada interseccional y plural. Ruiz no pretende hablar solo desde su experiencia, sino que abre el espacio para que otras voces entren en el relato. “Entrevisté a 13 personas con proyectos de maternidades feministas. Quería que fueran personas que se identificaran como feministas públicamente”, explica.
Entre las historias recogidas hay madres trans, madres lesbianas, madres racializadas, migrantes, VIH positivas, y también padres feministas. Esta diversidad desafía la narrativa hegemónica de la maternidad, que suele ser blanca, cisgénero, heterosexual y normativa. “Todas las maternidades son adoptivas, porque no importa que tú gestes y pares. Luego tienes que asumir un compromiso público y constante de que vas a cuidar y proteger”, cita Ruiz a la teórica Sara Ruddick.
El mito del sacrificio
Ruiz no teme cuestionar las premisas sagradas de la cultura maternal. Una de las más dañinas, según ella, es que el valor de una madre se mida en cuánto se sacrifica. “Me parece cruel, nocivo, violento que la medida de una buena madre sea cuánto se sacrifica por sus hijos”, lanza. Y añade: “A los padres no les exigen eso. Para los padres, ser buenos significa traer plata a la casa, pero no tienen que sacrificar su vida”.
Esta crítica se conecta con una de las tesis centrales del libro: que las madres felices, realizadas y autónomas crían mejor. “Si esa madre está feliz, probablemente va a asumir el trabajo de crianza con muchísima más tranquilidad y plenitud. Si esto la está volviendo una persona miserable, eso también impacta a los hijos”, subraya.
Contra la culpa, la autonomía
La culpa es una presencia constante en el discurso materno, incluso entre quienes tienen redes de apoyo y condiciones relativamente favorables. “Yo viajo mucho por trabajo y los primeros viajes me hacían sentir tan culpable. Sentía que me iba a perder cosas importantes”, cuenta Ruiz. Pero también desmonta ese temor: “Eso no pasó. Carlota tiene naturalizado que su mamá viaja y trabaja. Eso le parece súper normal”.
La maternidad, insiste, no puede ser sinónimo de renuncia. “Nos dicen mucho a las madres que nos tomemos dos o tres años para cuidar al bebé. En teoría suena divino, pero vivimos en el capitalismo. Si paras tres años, no vas a volver al mismo punto, vas a irte diez años atrás”, advierte. Para Ruiz, tener autonomía económica no solo es una cuestión de realización personal, sino de protección. “La dependencia económica es muy peligrosa. Muchas mujeres no pueden salir de relaciones violentas porque no tienen cómo sostenerse ni a ellas ni a sus hijos”.
Maternar también es mirar el mundo de nuevo
Pese a todas las dificultades, Ruiz no romantiza ni condena la maternidad. La vive con lucidez, ternura y un cierto asombro filosófico. “El trabajo de cuidado puede ser durísimo. Pero también hay algo muy bello: ver a un ser vivo florecer. Como filósofa, me emociona mucho ver a los niños redescubrir el mundo”, dice con una sonrisa.
Su hija Carlota, de cuatro años y medio, ha sido una maestra inesperada. “Es una oportunidad de volver a pensar el mundo desde el asombro. ¿Por qué el hielo flota? ¿Por qué el agua suena? Son preguntas que me devuelven a mi lugar de filósofa”, reflexiona.
Con Deseada, Catalina Ruiz-Navarro no solo abre una conversación urgente sobre cómo queremos maternar, sino también sobre cómo queremos vivir. Su libro no ofrece recetas, sino preguntas. Y en tiempos de polarización y prescripciones morales, ese gesto es, sin duda, profundamente feminista.