El cura que salvó a los 19.000 habitantes de Campo de la Cruz

Vie, 14/01/2011 - 13:00
Samuel Londoño fue la última persona que salió de Campo de la Cruz. Lo hizo a mitad de diciembre en canoa por las calles que antes caminaba. Se fue remando, algo que tuvo que aprender sobre la marc
Samuel Londoño fue la última persona que salió de Campo de la Cruz. Lo hizo a mitad de diciembre en canoa por las calles que antes caminaba. Se fue remando, algo que tuvo que aprender sobre la marcha, porque sus oficios como párroco del pueblo consistían en dar misa y aliviar las penas espirituales. Antes que él, diecinueve mil personas salieron del lugar huyéndole a la inundación de más de dos metros de altura que cubrió al pueblo. El Canal del Dique, ese inmenso brazo que lleva al río Magdalena hasta Cartagena, y que está cuatro metros por encima de las tierras del departamento del Atlántico, se rompió el 30 de noviembre. Tres días después, sus aguas llegaron a Campo de la Cruz, a unos veinte kilómetros de allí. No se trató de una inundación violenta, fue más bien algo sistemático, anunciado desde años atrás. Desde días atrás el pueblo estaba rodeado de paredes de arena de dos metros de altura y una vez llegada el agua logró retenerla durante cuarenta y ocho horas, pero terminó por ceder. Impotentes, las personas vieron cómo se anegaba todo, incesante, unos cuantos centímetros cada día. Los que tenían medios contrataron camiones para sacar sus pertenencias, mientras la mayoría confiaba en un milagro ‒o en una acción del gobierno departamental‒ que nunca llegó. Fueron esos los que terminaron por salir a última hora a comienzos de diciembre. Dejaron más de la mitad de su vida sumergida bajo el agua y se llevaron lo poco que pudieron rescatar: radios, ollas, algunos muebles, colchones, mecedoras. Con 36 años, el padre Samuel no era ningún principiante. Llevaba tres años en Campo de la Cruz y antes había sido párroco de Piojó, pero durante las inundaciones de fin de año supo cómo era vivir sin servicios públicos. La emergencia los obligó a cortar la luz y el agua en todo el pueblo, dormir bajo el acoso de mosquitos sin la posibilidad de un ventilador y andar con manga larga para defenderse del sol, durante el día, y de los insectos, en la noche. En un lugar como Campo de la Cruz, donde casi todas las casas son de un piso y la construcción más alta es la iglesia, dos metros de agua es una verdadera catástrofe. Hasta hace poco los más jóvenes oían a los viejos narrar las historias de la gran inundación de la década del cincuenta, como si se tratara de una epopeya casi mítica. En ese tiempo, hace más de medio siglo, el agua llegó a un metro y el pueblo casi colapsa. Las urbanizaciones Villa Luz y Villa Caribe no existían por entonces, pero en 2010 fueron las primeras en inundarse por quedar en la zona del pueblo más cercana al Canal. En tres días se evacuó el pueblo entero, y los rezagados quedaron a  merced de la naturaleza, defendiéndose de las serpientes y animales salvajes con fuego, como en la antigüedad. Pero por muy dramático que suene, la inundación de Campo de la Cruz es sólo un suceso entre los muchos que sufrió el departamento del Atlántico, víctima de un desastre que dejó cien mil damnificados, trece mil viviendas inhabitables y siete mil cabezas de ganado perdidas. Todo esto ocurrió pese a que a mitad de 2010 el gobierno departamental había anunciado la inversión de ciento veinte mil millones de pesos para prevenir la ola invernal, ciento veinte mil millones que se fueron por el río Magdalena y que necesitarán de otros cuatrocientos mil millones para reconstruir el sur del departamento. ¿Cuándo? No se sabe. Los más optimistas dicen que a mediados de marzo se podrá reiniciar la reconstrucción del sur del Atlántico. Los pesimistas temen que el invierno, que ya pasó, se junte con el que se viene en abril y la situación empeore. Con tregua del cielo o sin ella, en la Gobernación del Atlántico se creó la llamada Mesa de Crisis, una dependencia que funciona en el piso once de la sede principal, a pocos metros de la oficina del gobernador, Eduardo Verano de la Rosa. Literalmente se trata de una gran mesa donde durante no menos de doce horas al día se sientan las autoridades departamentales que trabajan en la recuperación del sur del departamento. Ejército, Armada, Fuerza Aérea, Policía, Defensa Civil y Cruz Roja toman nota de los reportes y debaten qué hacer. El boquete que dejó incomunicado por carretera a Santa Lucía comenzó con diez metros de ancho y alcanzó los 250 metros en menos de 48 horas. Ahora serán necesarias la rehabilitación de distritos de riego, la recuperación de zonas inundadas, la creación de albergues en todo el departamento que hoy reciben a más de dos mil quinientas familias, la condonación de la deuda a ganaderos por parte del Banco Agrario y subsidios a campesinos que lo perdieron todo por causa del agua. Existe también la promesa de traer de Estados Unidos bombas que puedan evacuar los más de quince mil millones de metros cúbicos de agua que inundaron el Atlántico. Para tener una idea de qué cantidad de agua se habla, mientras los siete millones de habitantes de Bogotá consumen veinte metros cúbicos de agua por segundo, por el boquete del Canal del Dique alcanzaron a entrar 1.700. La inundación casi desaparece del mapa a Campo De La Cruz y el corregimiento de Algodonal, 90% de Santa Lucía, 80% de Carreto y más de la mitad de Manatí, las dos terceras partes de Repelón y amenazó de manera grave a Suán. Pese al desastre, la recuperación parece posible en la teoría. Al visitar la zona, las cosas lucen un poco más confusas. A lo largo de la carretera oriental, la vía que comunica a Barranquilla con poblaciones como Carmen de Bolívar y Montería, se ven kilómetros de cambuches. En Bohórquez, un corregimiento de Campo de la Cruz, los desplazados están a lado y lado de la carretera, en carpas improvisadas hechas con sacos de algodón y bolsas de basura. Las de mayor lujo tienen paredes de madera o lata. Sus habitantes salen desde temprano, en parte porque el sol pega fuerte, en parte porque hay que pedir ayuda como sea. Se parquean en la vía y sacan la mano para que los conductores aporten dinero o alguna otra ayuda. En estos tiempos de tragedia cualquier ropa, comida o enser es valioso. Los más recursivos venden panes a $300 y minutos de celular a $200. Gaseosas, mangos, papas en paquete, todo un mercado emergente. Las personas  parqueadas a un lado de su nuevo y provisional hogar miran a lo lejos a la espera de algo. En su desespero lograron sacar neveras de icopor y eléctricas, como las que tienen las casas normales. Mantas, juguetes, mesas de noche, camas, sin tablas y sin colchón, todo hace parte del museo de cosas que se alcanzaron a salvar. Pueblo adentro se pudren bajo las aguas todo tipo de elementos de cocina, libros, ropa, electrodomésticos, cultivos, toneladas de cultivos. Cada uno de los 520 campesinos de Manatí, por ejemplo, perdió entre diez y doce millones de pesos, y aunque el gobierno les prometió cerca de 2.500 millones de pesos, hubo algunos que sólo recibieron siete mil pesos cuando pasaron por su ayuda al Banco Agrario. Pueblo adentro, ya sea en Bohórquez, Campo de la Cruz o Santa Lucía, los lugareños hacen visitas guiadas a los visitantes en una de las cien canoas y cinco lanchas de motor que están parqueadas donde antes había reses. Cobran cinco mil pesos por persona. Suan es la excepción del paisaje. Gracias a la visión de su alcalde, Rodolfo Pacheco, el pueblo se adelantó al invierno y  resistió por las paredillas de dos metros  y medio de altura y siete motobombas que funcionaron de forma simultánea. A un lado, las aguas del Magdalena, al otro, las del Canal del Dique, pero el pueblo se mantuvo seco. En las afueras del pueblo no se ven desplazados, ni cambuches. Hay, eso sí, un altar dedicado a la Virgen del Carmen hecho por sus habitantes en agradecimiento por haberlos salvado. No hay un altar para Pacheco. Mientras Rodolfo Pacheco es héroe del  momento en el departamento, su colega, el alcalde de Campo de la Cruz, tiene la suerte de espaldas y no hace nada para ayudarse. A Carlos Gutiérrez lo vieron llegar borracho a la Mesa de Crisis. Fue expulsado en medio de un escándalo general. De ahí la importancia de Samuel Londoño, el párroco del pueblo, que ha puesto la cara ante la ausencia del alcalde Gutiérrez. La inundación del Atlántico parece una recreación del diluvio universal, la obra de Dios, y por eso nada mejor que un hombre de la Iglesia para liderar la repoblación.
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