El pescador de muertos de Satinga

Lun, 07/11/2011 - 15:30
*Cortesía del periódico Q’hubo de Cali
Fotos: Giancarlo Manzano
 
Cuando le avisaron que un cadáver iba bajando por las aguas del río Sa
*Cortesía del periódico Q’hubo de Cali Fotos: Giancarlo Manzano
 

Cuando le avisaron que un cadáver iba bajando por las aguas del río Sanquianga, Chaín dejó a medio tejer una de sus redes, cogió su machete de mango negro y las tijeras que hace 40 años compró por un peso y veinte centavos y apresuró el paso.

Iba, como siempre se le ve, con unos pantalones cortos, una camisa sucia y remendada y unas botas de caucho. Cuando llegó a la bocatoma del pueblo era la una de la tarde. Ese lunes 17 de octubre, hace apenas dos semanas, Chaín sacó de las turbulentas aguas a su muerto número 52.

“Quedó enredado en una balsilla y lo engarcé con una guadua. Pero, como siempre, fue difícil que me ayudaran. Primero pasó una lancha y siguió derecho, luego otra y otra más. También se acercó una de la Armada, pero cuando vieron al muerto podrido se fueron.

Sólo Chaín se atreve a sacar los cadáveres de los ríos Sanguianga y Patía. Durante tres décadas, ha rescatado 52 cuerpos. Muchos terminan sepultados como N.N.

Al cabo de tres horas un señor, don Marino, me dijo que consiguiera un cuarto de gasolina, que él prestaba su lancha para remolcar el cuerpo. Lo llevamos al muelle que está frente al parque, lo bajamos y ahí sí llegó la Policía”, recuerda Chaín.

Se trataba de un hombre de piel blanca, de unos 45 años, al que le habían pegado un machetazo que le dejó la cabeza colgando apenas de unas fibras. “Lo habían amarrado y le vi un tatuaje, un ancla, en el brazo izquierdo y el dedo pulgar de la mano derecha lo tenía cercenado”.

Como nadie reclamó el muerto, Chaín lo rajó y lo preparó con esa mezcla de A.C.P.M y cal con la que alista a los que le llegan más fétidos. Abrió un hueco de dos metros de profundidad sobre una superficie fangosa del cementerio de Satinga y sobre él clavó una estaca marcada: NN 52.

Chaín, el mago

En Bocas de Satinga, cabecera urbana del municipio de Olaya Herrera, en Nariño, se dice que Chaín es mago, que vive hediondo a muerto, que es un viejo loco, pero nadie puede negar su valentía, su humanidad y su sabiduría.

Es el único en este pueblo que se atreve a sacar cadáveres del río. Ahogados, macheteados, quemados y hasta despedazados.

Muchos de los muertos que desde hace tres décadas ha dejado la violencia de las guerrillas, de los paramilitares y ahora de las bandas criminales, han pasado por las manos de Ángel Segundo Hernández, el verdadero nombre de este anciano de 78 años.

Unas tijeras que compró hace cincuenta años y un machete de mango negro son sus herramientas de trabajo.

A los 21, cuando apenas tenía un hijo, Chaín llegó a Satinga. Ahora tiene doce hijos producto de cuatro uniones. Tiene una hija monja, uno sacerdote, otro que es policía, uno que es pintor y otro abogado. Lo dice con orgullo, los enumera en su mente y hasta saca de su bolsillo un teléfono celular donde conserva los números de cada uno de sus vástagos.

Janet, de nueve años, es la única que está con él. En medio de nuestra conversación, de camino a la morgue, arrima por ella al colegio. “Es producto de una noche en que salvé a la mamá de ser asesinada por los paramilitares”, dice mientras la presenta orgulloso.

También cuenta que fue inspector de Policía, cuando Olaya Herrera era una Inspección, que fue tesorero del Municipio, concejal y que nadie como él conoce la historia de su pueblo.

¿Por qué decidió sacar cadáveres y exponerse al rechazo de la gente que le dice ‘el comemuertos’?

“Porque ese sentimiento por los muertos me lo enseñó mi abuelo Juan Ruperto Hernández, quien junto con otros seis hermanos sobrevivieron a la Guerra de los Mil Días.

En esa época se morían muchas mujeres embarazadas, pero no podían ser enterradas si sus hijos no eran bautizados, porque se decía que profanaban el cementerio. Entonces mi abuelo las metía a un cuarto, les sacaba la criatura usando unas tijeras, la bautizaba y la envolvía. Luego se la metía al lado a la mamá en el ataúd y los enterraba juntos”.

A Chaín le dicen mago porque de niño se perdió con un libro de hechizos y bebedizos que era de su abuelo. Y, además, porque sabe cómo cruzar a una persona para que la muerte no lo toque.

Pescador de muertos

El cementerio de Satinga es una prolongación de la Calle de Los Estudiantes. Se va caminando, viendo casas, y de repente se topa uno con mausoleos y viejas cruces. Atravesando un camino, en la mitad del camposanto, está la morgue.

Es una pieza sin puerta con dos mesones, donde Chaín acuesta a sus muertos. El lugar no tiene agua, ni energía eléctrica. El hombre podrido que sacó el pasado 17 de octubre, y todos los demás, tuvieron que ser arreglados a oscuras.

La sangre y otros fluidos caen al piso y Chaín los recoge en un balde y los echa sobre las lápidas y sobre el pasto.

Los cadáveres que pasan a oscuras por el Sanquianga o por el Patía, y no se enredan en una palizada pasan derecho. Los que pasan a la luz del día, Chaín los pesca y se los echa al hombro.

 Su abuelo, sobreviviente de la Guerra de los mil días, fue quien le transmitió la compasión por los muertos.

Aunque no ha llorado a ninguno, este misterioso hombre guarda con cierto cariño el recuerdo de tres muertos. ‘La Cascorva’, una chancera que se ahogó porque quedó en medio de un campamento guerrillero y se tiró al agua por miedo.

“La otra es ‘la Bumanguesa’, una mujer bonita y pelona (de cabello largo) que murió de varios balazos a manos de un paramilitar que se enamoró de ella. Como era prostituta, el tipo no quería que trabajara más en bares y la mató”.

Los relatos, casi todos, son iguales. Historias de injusticias, de horror paramilitar, de ausencia del Estado y de comnivencia de las autoridades con delincuentes.

Chaín recuerda también a un hombre que llegó con su sobrino a Satinga a comprar coca durante la bonanza.

“El señor apareció muerto flotando en el río con varios balazos. Yo lo saqué, le quité la gusamenta que tenía y me lo llevé para la morgue. El sobrino no apareció. Lo velé en mi casa, hasta que me llamaron de Cali, como a los cuatro días.

Un muchacho me describió a su papá, le dije que era el mismo que yo tenía y dijo que iba a venir por él. Resultó que el mismo sobrino que lo trajo lo mató y fue a Cali a decir que la guerrilla lo había hecho. El tema fue por robarle como 20 millones al tío, pero los hijos del señor lo pillaron y...”.

La Cruz Roja le dio a Chaín hace unos días unas lápidas para que marcara a los 52 NN que ha sacado, mientras la Fiscalía hace algo para su identificación. El problema es que el cementerio de Satinga se está llenando de muertos sin nombre y eso no le ha gustado al Alcalde.

En señal de protesta, cuenta Chaín, hace unos meses sacó un muerto del río y como no quisieron darle solución para sepultarlo, decidió llevarlo así, podrido como estaba y lleno de gusanos, a la puerta de la Alcaldía. “Es que todo finado tiene derecho a su casa, el cementerio".

Menelio, el secretario

El trabajo de Chaín no sería el mismo sin el apoyo de Menelio, su secretario. Es un negro alto, flaco que poco se diferencia de un muerto, pero con el mismo corazón bondadoso de su amigo. Chaín dice que el único día que cometió el error de no llevarlo a una autopsia se arrepintió porque llevó a un muchacho que terminó tocándole los senos a una muerta. “Yo confío en Menelio porque es serio, como yo”.

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