Pablo Montoya Campuzano se encuentra hundido en el tiempo románico, pasea por las calles de París y por ratos detalla el oleaje lento del Río Sena. En sus letras revuelca los templos religiosos y con desparpajo entona la ruina, el exilio y la fortuna de ser un peregrino literario que emprende recorridos en los que la imaginación merece varios minutos para ser recreada en poemas sinceros.
El escritor de 55 años es oriundo de Barrancabermeja, Santander. Se crió en Medellín, donde actualmente reside y asiste a "su conflictivo y vertiginoso tránsito de una polis chovinista a una urbe cosmopolita". Además, exploró la música y la literatura en Tunja, vivió en Europa y allí afrontó el desarraigo.
Dice que "lo que une las geografías urbanas es el sujeto que las recorre", para él, lo único que estas cuatro ciudades tienen en común, "es que en ellas, y en especial en las últimas tres, he tratado de escribir una obra".
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Montoya fue galardonado en el 2015 por su obra Tríptico de la infamia con el Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos, es miembro de la Academia Colombiana de la Lengua y profesor en la Universidad de Antioquia desde el 2002.
"Tú eres, español mío, mi soporte y mi arma. La única patria que intento mantener indemne en medio del engaño y la manipulación". Fragmento del discurso Español Lengua MíaEn conversación con KienyKe.com comenta que su padre José Montoya, "fue un médico genuino, es decir, que tenía el don de la clarividencia para detectar la presencia de la muerte en sus pacientes, quería que yo siguiera sus pasos" a los que renunció al cuarto semestre de medicina en la Universidad de Antioquia. Para el noveno de once hermanos, el aprendizaje en la Escuela Superior de música de Tunja y la carrera de filosofía y letras que hizo en la Universidad Santo Tomás en Bogotá, le enseñaron a trabajar con ahínco. Pablo, se considera "un obsesivo de ambas artes y vivo en función de ellas. Ahora bien, la medicina la abandoné muy pronto. Solo alcancé a estudiar cadáveres en las mesas de la clase de anatomía, porque pudo más el sortilegio de los sonidos y me fui tras a ellos, apertrechado en mi otra pasión: la literatura". [caption id="attachment_977844" align="alignnone" width="1024"] Facebook - Pablo-Montoya-Campuzano[/caption] Leer a Montoya, un hombre que conectó la medicina, la música y las letras como los "saberes que nos permiten conocer la condición humana, tanto la física como la mental. La orgánica y la espiritual" es todo un reto. Es responder con autonomía y conciencia a la consideración de que es una las voces más relevantes de la narrativa nacional.
"Esa masa bruta y fea no quería saber nada de los criollos ilustrados, de las almibaradas frases sobre la libertad pronunciadas por los abogados, de los nobles corruptos con los que Colombia iniciaba su pútrida historia política". Fragmento de la obra Adiós a los próceres.Como maestro, declara que el reto de la educación colombiana es "formar individuos que sean capaces de ser autónomos y libres. Y enseñar el respeto a los otros y a sus diferencias. Si la literatura no conduce a eso, corre el riesgo de convertirse en una actividad de entretenimiento vacuo".
Mencionar al "Hombre en Ruinas" para celebrar triunfos
Su paso por La Ciudad de la Luz" fue envilecido por derrotas y sacrilegios, confiesa que su "conocimiento del exilio en París, es decir la certeza de saber que era nadie en el sentido en que lo ha entendido la mejor literatura que se ha escrito sobre ese tema, me curó de cualquier vanagloria. Supe aceptar entonces los rechazos que habría de tener en mi carrera literaria"."Si llegué a publicar en París mis primeros libros de cuentos fue porque los pagué de mi bolsillo".Solo lo publicaron en revistas y pequeñas editoriales en su regreso a Medellín, por impases comerciales encontró durante mucho tiempo "las puertas cerradas de las grandes editoriales". Hecho decepcionante que lo obligó a reaccionar y " reemprender la escritura de mis libros con más decisión y convencimiento." Su último libro es Hombre en Ruinas, en el cual aborda, desde una prosa construida a lo largo de su trayectoria, un viaje a Roma en el 2009 y que solo hasta este año logra entregar como obra, como recuerdo, como alegoría. Ya que el exilio es para usted fundamental, ¿por qué ilustrarlo poéticamente en Hombre en Ruinas? El exilio es uno de los ejes fundamentales de mis libros. Está presente en Viajeros, en Razia, en Habitantes, en Lejos de Roma, en Cuaderno de París, en Los derrotados, en Tríptico de la infamia. Es tal vez la piedra de toque de mi comprensión de la existencia humana. Acaso porque nuestra contemporaneidad está basada en la extrañeza, en la experiencia del afuera, en la orfandad, así se nos quiera imponer la idea de que vivimos un mundo confortable, comunicativo, aquella aldea global donde todos estamos hermanados por los medios de comunicación y las redes sociales.
"En cierto modo estamos más informados, pero también se nos ha embrutecido y alienado más"En Hombre en ruinas es donde esta visión del exilio, creo yo, alcanza más profundidad y densidad, donde está tratada desde una mirada más poética y reflexiva. El poema en prosa que titula este libro es tal vez mi texto mejor logrado porque en él se alcanza a condensar una serie de consideraciones sobre el tiempo y la historia, el exilio y la muerte, el goce de los sentidos y la adquisición de la belleza artística que había abordado en libros anteriores. Hombre en ruinas es, por lo tanto, un punto de madurez poética al que he llegado luego de haber escrito cinco libros de poesía.¿Desde cuándo y por qué su desvelo por templos, monumentos, calles, ventanales… mudanzas? Es posible que todo venga de mi paso por Tunja, ciudad de iglesias y casonas y callejas coloniales. Acaso este interés por el vestigio en sus diversas formas, proceda de habitar una ciudad como Medellín, que es diestra en arrasar la memoria arquitectónica y su manera de comportarse ante el tiempo es amnésica. Por supuesto está mi paso por tantas ciudades del mundo. Por un tiempo, eso ya no lo hago tan a menudo, me volví un transeúnte de cementerios. Lo hacia porque así le rendía tributo a algunos muertos que admiro –generalmente músicos, escritores y pintores–, y también porque esos campos de la muerte son parte ineludible de toda cartografía humana.