Hernando Arboleda es el amo de la ropa de vinilo, los látigos y las esposas. Este pionero de la industria fetichista en Colombia vende su ropa a los sex shops de todo el país. En su taller se mezclan las prácticas de la disciplina sexual con el ambiente casero de un negocio familiar. Arboleda es conocido por las altas y secretas esferas del sado y el fetichismo en Colombia. Su negocio no es un asunto de moda.
Sex Leather es el mayor distribuidor de ropa para sadomasoquismo y fetichismo en Colombia. Su taller del barrio San Luis de Bogotá es un pequeño cuarto con baño que fue la habitación de Arboleda cuando vivía con su familia. Las paredes están forradas de accesorios: látigos, esposas, antifaces y guantes cuelgan de un gran mostrador en forma de reja. Sobre la mesa de dibujo hay moldes y patrones para confección, herramientas de trabajo y varios catálogos con miles de imágenes para adultos en las que se ve la enorme oferta de atuendos para sadomasoquismo.
Un par de maniquís exhiben máscaras de látex negro, especiales para sumisión. Otros lucen trajes completos: un hábito de monja de cuero negro y un uniforme de enfermera de vinilo brillante. Del techo cuelgan torsos vestidos con corsés y arneses para amos y dóminas. Los colores oscuros que predominan en las prendas hacen que la luz se vuelva tenue. Una bandera del Reino Unido, un afiche de la banda de metal Black Sabbath y otro de la película ‘The Matrix’ ocupan los últimos espacios de las paredes del pequeño taller.
Hace 15 años, Hernando Arboleda le apostó al negocio del fetichismo.
A un lado de la entrada hay un pequeño escritorio con una máquina de coser. Amalia, una de las costureras, trabaja en silencio. Está terminando un corsé de PVC lleno de correas. Levanta la cara y sonríe cuando ve pasar a Arboleda, quien dice: “Para ella ha sido duro trabajar conmigo. Es cristiana”. Amalia tiene casi sesenta años y cuando fue contratada junto con otros 3 costureros jamás se imaginó que terminaría cosiendo ropa diseñada para jugar con el placer y el dolor.
Hace diez años, Arboleda, con ayuda de su mamá, encontró a las personas adecuadas para confeccionar su ropa. Pero cuando Amalia supo de qué se trataba, se negó a trabajar para Sex Leather. Luego aceptó porque necesitaba el dinero, pero siempre que puede le habla a Arboleda: “Don Hernando, ¿y usted no ha pensado en dedicarse a otra cosita?”.
El nuevo producto de Sex Leather son los ositos amos o dominatrices.Hace 15 años, Hernando Arboleda terminaba la carrera de diseñador gráfico en la Universidad Jorge Tadeo Lozano y empezaba las prácticas. Buscaba trabajo. Unos amigos italianos dueños de un sex shop de estrato alto le ofrecieron ser el administrador. Al comienzo, lo dudó: “No es fácil aventurarse a trabajar en un lugar de esos. Es difícil hablar de sexo con extraños”, dice. Pero el sueldo era bueno y el diseño gráfico no pagaba tan bien. Entonces aceptó.
Se concentró en su trabajo y estudió cada libro que pasaba por sus manos. Se interesó en el sadomasoquismo y en el bondage: el arte de atar, restringir e inmovilizar físicamente como parte de un juego sexual. La ropa para estas prácticas que llegaba al almacén provenía de Holanda y Alemania. Eran prendas diseñadas en materiales especiales para resaltar partes específicas del cuerpo y denotar roles de dominio o sumisión.
El sex shop cerró y Arboleda se fue a España a trabajar en publicidad. Allí conoció el verdadero mundo del BDSM (Bondage, Disciplina, Sumisión y Masoquismo), que se llevaba practicando desde la década de los ochenta y estaba en furor. Arboleda se adentró en los bares fetichistas y conoció el trabajo de las dominatrices. También visitó diferentes lugares donde se practicaba todo tipo de BDSM, desde las fantasías más simples, que involucran vendas en los ojos e inmovilizaciones suaves, hasta el fetichismo duro, que no solo suele ser sórdido sino que además cuesta mucho dinero.
“Al principio me parecía increíble que un tipo pagara para que una mujer le diera fuete. Pero luego vi el potencial de un mercado que en Colombia no existía”, dice Arboleda. Después de dos años, decidió volver a Colombia para crear su propio negocio de ropa BDSM. Llegó a Bogotá cargado de catálogos, prendas fetichistas y mucha información que serviría para poner a funcionar su nueva empresa.
El cuarto de Nando se convirtió en taller. Poco a poco comenzó a llenarse de insumos, moldes y máquinas para confeccionar ropa. Arboleda siempre fue un fanático de las prendas de cuero. Antes de viajar a Europa fue cliente de una señora que le hacía chaquetas y pantalones a la medida. Ella sería su primera colaboradora.
El proceso no fue sencillo, antes de recurrir a esta modista de cabecera, Arboleda acudió a varios lugares. Pero todo el mundo le cerró las puertas. “Me tiraban el teléfono cuando les pedía cotizaciones por la hechura de tangas, brasieres y corpiños de cuero. Me decían que era un depravado y me pedían que no volviera a llamarlos”, dice. Tuvo que empezar de ceros. Se rodeó de gente cercana, como su mamá, quien también era una experta en costura.
Arboleda empezó a probar suerte con clientas que conocía desde las épocas del sex shop. El almacén no podía estar mejor situada. Quedaba frente a la tienda de motos Harley Davidson. Muchas de las novias y amigas de los motociclistas, fanáticas del cuero, le encargaban a Arboleda chaquetas y pantalones para las caravanas. Cuando estuvieron listas las primeras prendas de ropa interior femenina y masculina, Arboleda llamó a sus antiguas clientas para ofrecerles su nueva colección.
Todo empezó mal. “Muchas me seguían buscando por las chaquetas, y cuando yo les mostraba los calzones de cuero, me miraban horrorizadas. Decían que era ropa de ‘fufurufa’. Yo les decía que era lencería de cuero y al final convencí a varias”. Con la llegada de Internet la movida del BDSM en Colombia empezó a crecer. Eventos, ferias y convenciones especializadas eran el lugar de reunión para los adeptos al fetichismo y las prácticas de disciplina. Sex Leather siempre estaba presente.
La oferta de vestidos de sadomasoquismo es muy amplia.
El voz a voz es un medio muy efectivo en esta comunidad. Una vez se entra en confianza la gente se acerca y trae a otros interesados. Quienes se conectan con Arboleda saben qué buscan y tienen claro que quien los atiende no es un novato en el tema. “A mí me interesa que la gente se entere que no siempre es necesario amarrarse o someterse para jugar. El solo hecho de vestirse y tomar un rol le da un nuevo aire a cualquier relación. Es una especie de ritual en el que divertirse y pasarla bien es el único fin”, dice Arboleda.
Nando no ha parado de aprender sobre su oficio. Crear ropa bondage no es sólo un asunto estético: “Hay que entrar en la mente de cada uno de los clientes para saber cuál es la mejor forma de cumplir sus deseos”, cuenta Arboleda. Su experiencia se ha forjado en talleres, sesiones de BDSM, libros y entrevistas con dominatrices y amos.
“El mundo del BDSM es de un nivel cultural alto. La información que tienen las personas que conocen estas prácticas no llega a cualquiera. La mayoría han viajado mucho y saben diferentes idiomas. Mis clientes pueden gastar hasta dos millones de pesos en una sola compra”. La prenda más económica es un antifaz que cuesta 10.000 pesos, costo; la más costosa, una camisa de fuerza, llega a los 600.000.
Amalia, una devota cristiana de sesenta años, es la encargada de coser las prendas.
El ajuar básico de BDSM incluye los siguientes elementos: máscaras, ball gags (pelotas para asfixia), bozales, máscaras para asfixia, para no ver, no oír, collares para jalar y para sometimiento, arneses, chalecos, armbands, guantes, guantes con esposas, anillos, camisas, chaquetas, pantaloncillos, tangas, corpiños, cinturillas, corseletes, strap ons, chaps, polainas, medias, ligueros y vestidos femeninos para hombres que fantasean con ser mucamas.
La edad de los clientes –que son en mayoría mujeres– está entre los 30 y 60 años. Arboleda cuenta que sobre todo a las mujeres les encanta ser dominatrices. “Una de mis clientas dejó amarrado a su esposo a un palo durante todo un día. Mientras tanto ella se fue a hacer sus vueltas, verse con las amigas y al final del día lo dejó libre”. Otra anécdota es la de una pareja de esposos que jugaron a que la mujer se parara en una zona de prostitutas y esperara a que su marido la recogiera en el carro, como si fuera un cliente.
La familia de Arboleda acepta su negocio. Su esposa es odontóloga y poco tiene que ver con el mundo del BDSM, pero ha sido alumna de juegos de su marido. “Con quien más embarrada me daba era con mi abuelita”, dice. “Al principio, cuando yo le mostraba las tangas de cuero, ella no podía creer que alguien usara algo así. De cualquier forma, ella fue la primera en ayudarme a armar la mesa del taller. Fue la primera inversión que hice para Sex Leather y todavía está en el taller”.
Su mamá no solo lo ayuda en la confección de las prendas y administra el taller secundario de Sex Leather. “Ella no tiene problema, pero a veces me pregunta si no me quiero dedicar a otra cosa”. Aparte de su empresa de ropa fetichista, Arboleda quiere tener otro negocio. Le encanta la cocina y sueña con tener un restaurante de comida mexicana sin abandonar su ropa BDSM.
Arboleda cree que Sex Leather es sólo una parte del desarrollo de la movida BDSM en Colombia. Su visión del futuro con respecto a esta práctica es muy similar a la que tenía cuando volvió de España. “Aquí hay mucho por hacer. Hacen falta bares donde suene música gótica y se pueda reunir gente vestida de látex. También mazmorras donde se pueda practicar bondage con todas las medidas de seguridad e higiene. Hay mucho por hacer”, dice
Amalia termina de coser un arnés y un calzón con taches miniatura. Son para el nuevo producto de Sex Leather: ositos de peluche vestidos como dominatrices o amos. “Los puedes vestir como quieras. Es otro aspecto más del juego. Todo debe sacarse de la rutina”, dice Arboleda mientras le amarra un antifaz al osito amo.