El Son de Negro: una mueca a la vida

Mar, 12/02/2013 - 14:00
En noviembre de 2010 el país vio consternado las imágenes de la brutal inundación que azotaría el sur del departamento Atlántico. Las corrientes de agua de un enfurecido Canal del Dique, impulsa
En noviembre de 2010 el país vio consternado las imágenes de la brutal inundación que azotaría el sur del departamento Atlántico. Las corrientes de agua de un enfurecido Canal del Dique, impulsado por la fuerte ola invernal que arreciaba en todo el país, rompería de un momento a otro la vía de contención ubicada entre los municipios de Calamar y Santa Lucía, arrasando después todo a su paso. Campo de la Cruz, Suán, Manatí y Santa Lucía, poblaciones aledañas al Dique ubicadas a dos horas de la industrializada Barranquilla, yendo hacia al sur por la autopista de oriente, serían devoradas por las aguas de este afluente artificial del Magdalena. Casas tapadas hasta el techo, decenas de reses y crías de animales de granja perdidas. Mientras tanto, la gente corría despavorida para resguardarse de los cúmulos de aguas que seguían entrando en el boquete roto por el Dique. El son de negros En la noche de aquella tarde, carpas y tenderetes improvisados abarrotaban la carretera oriental del sur del Atlántico a la altura del municipio de Campo de la Cruz. Más de 25 mil familias a la intemperie que, en un momento de desesperanza y desolación, solo se verían motivadas a entonar estos versos: Cuando el dique se rompió me cogió a mí de sorpresa (Bis) La gente corrió, lloró  con las manos en la cabeza (Bis) Porque el dique en su afán hizo grandes correrías (Bis) Inundó a Campo e' la Cruz,  Manatí y Santa Lucía (Bis). No se trataba de un verso de lamento. Era un festivo Son de Negros. Un canto al centenario amigo que ante los ojos del país figuraba como su mayor amenaza: El Dique. "El Canal no nos inundó. Hizo un fuerte llamado al abandono del que este y nosotros hemos sido víctimas", comenta Gaspar Jiménez, un pescador de Santa Lucía que canta, toca y compone versos del Son de negro. El Son de negro es un ritmo musical con el que los pobladores de esta región parodian hasta los momentos más conflictivos de su historia. No era la primera vez que sufrían una tragedia. Desde la llegada de sus ancestros africanos como esclavos a América, cargan con un historial de infortunio al que han hecho mofa con cantos y versos. La ocasión no era para menos. El Dique era el homenajeado de la noche penumbrosa. El exilio, que duró más de tres meses, comenzó en diciembre y se extendió a las fiestas de Navidad y fin de año. Entonces se escucharon voces al interior del país que reclamaban una suspensión de la fiesta subsiguiente: El carnaval. Un llamado que buscaba exhortar a las empresas patrocinadoras y la ciudadanía en general a evitar las grandes sumas de dinero que mueve la fiesta de Barranquilla, y en cambio, destinarlas en ayudas a los damnificados. La respuesta de las mismas víctimas fue una gran sorpresa: "No nos quiten la felicidad". Para los pobladores de esta zona, la carnestolenda, más allá de una fiesta, se constituye en una remembranza de la herencia cultural que dejó una minoría étnica que por años ha sido excluida, y que en el Son de Negro encuentra el instrumento perfecto de defensa de sus valores de igualdad. De carácter guerrero, el Son de Negro contiene todo un entramado artístico festivo que integra danza, música, teatro, literatura y artes plásticas. Cultura que nació en uno de los momentos más críticos de la raza africana: la época de la colonia. En sus momentos de descanso, a los africanos que entraron como esclavos a Cartagena se les permitía cantar y bailar. Jamás dejaron de hacerlo. Con sus cantos recordaban la tierra de la que fueron sacados. En esas reuniones al margen del opresor, los africanos hacían defensa de sus tradiciones. El son de negros Por aquel tiempo se construyó el Canal del Dique, que prácticamente terminó en una obra de ingeniería africana hecha a pulmón y mano negra, ya que con sus propias manos cavaron el camino artificial para comunicar a Cartagena con el río Magdalena. De esas faenas nació y se propagó la cultura del Son de Negros en la sub-región del Dique, luego a través de los pescadores. Pedro Olivo, un agricultor nacido en Santa Lucía, quien también estuvo entre los miles de afectados por la inundación del Dique, sostiene que tratar de suspender el Carnaval era llevarles más tragedia. "No se trata solo de un sustento económico temporal, significa un escenario patriótico para nuestra raza negra", dice. Para él, el Son de negro en el carnaval es una alegría para su pueblo y todo un ritual que expresa su grito de libertad. Criado en el seno de una familia aferrada al Son de Negro, entre sus familiares se cuentan a más de 200 artistas: hijos, hermanos, tíos, primos, sobrinos y abuelos que han participado de esta manifestación cultural ancestral y siempre actúan el Carnaval. Como Olivo, muchos de sus coterráneos, conscientes del sentido que adquiere la vida a través del arte y la cultura, guardan con recelo la que hace homenaje a su raza, trasladándola a aquella fiesta de cuatro días que los introduce en una ficción con la cual olvidan cuanto los acosa en la cotidianidad. Los danzantes, pintados con tinta negra que remarca su raza, bailan al compás del ritmo de Son de Negro y articulan en su rostro gestos y morisquetas, como una parodia y homenaje a la situación o personaje que se canta en el verso. Anteriormente, estas morisquetas y versos eran burlas destinadas al colonizador español; pero hoy, con todas las transformaciones sociales que se han dado en el entorno local y nacional, son una reflexión sobre la coyuntura y la condición social. La palabra es acción y se configura como el arma de lucha política de su representación cultural. El Sur del Atlántico fue devastado y todo lo perdió, pero solo la oralidad de su Son de negro permanece intacta como el mayor activo de esta región. Les da una dignidad, como una danza igualitaria que reclama sus derechos. Después de tres años del caótico éxodo invernal, nada ha cambiado en la región del Dique. La desidia gubernamental los sigue afectando, pero en cambio son un ejemplo del movimiento que se gesta en todos los pueblos del Caribe en torno al carnaval: hacerle el saque a los embates de la vida en las formas más sensibles que otorga la cultura. Sentar una voz de protesta, dar el grito de autonomía. Hoy terminó esa gesta libertaria de cuatro días de una guerra sin balas ni violencia. Una guerra que no acaba y que cada año vuelve a alzarlos en batalla.
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