El pasado 26 de marzo, la disidencia de las Farc amordazó la prensa. Un día después, el ministro del Interior de Ecuador, Cesar Navas, aseguró que un equipo del diario El Comercio fue secuestrado en una parroquia de Esmeraldas, zona norte Ecuador. Una zona que había sido blanco de constantes ataques terroristas por los hombres al mando de alias Guacho, disidente de la guerrilla en paz, FARC.
Esa fue la razón para que Javier Ortega, Paúl Rivas y Efraín Segarra viajaran a la zona fronteriza para cubrir el conflicto que después de afectar a Colombia, empezaba a manchar parte de Ecuador. "Rumbo a Esmeraldas, San Lorenzo. El trabajo nos llama, un abrazo", dijo Segarra, el conductor, antes de partir en la camioneta Mazda azul del periódico el 25 de marzo.
Al pasar por la zona de San Lorenzo, las autoridades hicieron registro de su paso a la zona y, según indicaron, les anunciaron los riesgos de llegar pasar a una zona en la que ya habían ocurrido cuatro asesinatos de militares. Por eso, tras el anuncio del viaje, sus amigos y familiares les enviaron bendiciones, les pidieron tener cuidado y les desearon un pronto regreso, que nunca llegó.
Los días transcurrían y no se sabía más que una "situación estable" de los periodistas anunciada por el Gobierno de Ecuador y el anuncio del Fiscal General colombiano, Néstor Humberto Martínez, quien aseguraba que los cautivos se encontraban en la zona fronteriza de Mataje, en Colombia.
El tres de abril se difundió un video en el que los tres periodistas aparecían abrazados, con cadenas al cuello que recordaban los peores momentos del conflicto colombiano. “Señor presidente Lenín Moreno, en sus manos están nuestras vidas. Ellos lo único que quieren es el intercambio de sus tres detenidos en Ecuador por nuestras vidas, para ir sanos y salvos a Ecuador, y también la anulación de ese convenio que tienen Ecuador y Colombia para acabar con el terrorismo”, decían los periodistas.
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Las autoridades de ambos países renunciaron a los ataques contra la disidencia con el fin de salvaguardar la vida de los periodistas. Hasta el miércoles 11 de abril, cuando un comunicado difundido en redes sociales, firmado por el frente Oliver Sinisterra aseguraba el asesinato de los periodistas y el conductor. Atribuían el sadismo de sus acciones a las ofensivas militares de las fuerzas armadas de los gobiernos.
Ayer, 12 de abril, en horas de la tarde, la Fundación para la Libertad de Prensa recibió unas fotografías en las que aparecían, al parecer, los cuerpos asesinados de los comunicadores. Esa fue la estocada para la libertad, la voz y la valentía de la prensa, todo quedó en manos de las autoridades.
Lenin Moreno, después de conocer las imágenes, con los ojos llorosos y la voz entrecortada, y aún con algo de esperanza, estableció un plazo de doce horas para que los secuestradores entregaran pruebas de vida, pero el tiempo se terminó y sobre las 12:30 p.m del viernes, volvió a dar declaraciones en las que confirmó la muerte de los tres secuestrados.
Javier Ortega, periodista
Tenia 32 años y llevaba 10 trabajando para el diario El Comercio, según dijo su hermano a la emisora La W Radio, era un apasionado del periodismo y había ascendido peldaño por peldaño hasta ocupar el cargo en el que se encontraba "antes de la tragedia".
Había vivido en España la primera parte de su vida porque su familia migró buscando mayores oportunidades, antes de la crisis económica, regresaron a Ecuador. Allí empezó a estudiar comunicación hasta llegar a El Comercio.
Era un asiduo fan del deporte, su equipo favorito era el Barcelona de Cataluña y con emoción gritaba cada gambeta de Lionel Messi, su jugador favorito. Pero aunque este era su hobbie, entró a la sección de Justicia del diario. Aprendió fotografía de su padre quien tuvo un estudio fotográfico.
El día del viaje se notaba nervioso, fue a causa de un relevo que tuvo que viajar, aunque no era la primera vez que cubría la frontera. Pero ese día, su compañero le anunció que la situación en Esmeraldas era compleja.
Paúl Rivas, el fotógrafo
Las identidades de los secuestradas fueron reveladas atendiendo al protocolo de seguridad de periodistas que asegura que el anonimato eleva el peligro. La primera identidad dada a conocer fue la del fotoperiodista Paúl Rivas, quien llevaba 19 años trabajando para El Comercio.
Pero toda una vida dedicado a captar el momento preciso, tiene 45 años y el oficio de la fotografía lo aprendió de su padre. Disfrutaba haciendo retratos, coleccionando cámaras fotográficas y contando chistes, sus amigos y familiares lo describían como un ser jovial.
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Su pasión lo llevó a coleccionar más de 40 cámaras de diferentes años de producción y un millar de fotografías de su trabajo, su familia y su hija, quien trata de seguir los pasos del padre empuñando una cámara semiprofesional.
Ella recuerda que antes del viaje a Esmeraldas almorzaron juntos en familia. Pero ella no quería comer y su padre le dijo, “Coma, coma Lupita, langostas, quién no le dice que será la última cena”.
Paúl Rivas ha obtenido siete premios de fotoperiodismo en Ecuador y otros reconocimientos internacionales.
Efraín Segarra, el conductor
Sus amigos lo llaman 'Segarrita' y era uno de los conductores más queridos de El Comercio. "Más suave y delicado que un pan de dulce, su carácter tiene la calidez de una madre que arropa a sus pequeños para que no se resfríen", dijo su amigo Víctor Vizuete en una publicación de Facebook.
Tiene 60 años y llevaba 16 trabajando para el diario ecuatoriano. Había tenido que ser, durante varios años, padre soltero de dos hijos, lo que, según su amigo, lo convirtió en un ser amable, tranquilo y paternal.
Ese sentimiento de protección lo expresó también con los animales, sus hijos recuerdan que en casa llegó a albergar hasta a 12 perros adoptados de la calle. En su casa lo esperaban sus dos hijos, dos gatos y un perro.
Pasó por diversos oficios antes de llegar a ser el emisario de la información. Fue taxista, chófer de carretera, asesor de un banquero. Al llegar a El Comercio no solo fue el conductor de la camioneta de prensa, sino que aprendió el oficio y se convirtió en un reportero ciudadano a través de sus redes sociales.
Trabajar con periodistas también le permitió fotografiarse con los jugadores del equipo que seguía con fervor, el Deportivo Quito, esas imágenes las tenía colgadas en su cuarto.
"Cura sin sotana y pastor sin diezmos, siempre tiene para regalar una palabra de aliento, un abrazo solidario, una palmada de consuelo o un cigarrillo encendido para quienes gustan de echar volutas de tabaco al viento", es la descripción que ofrece de él su amigo Vizuete.