La diplomacia internacional está regida por un conjunto de normas, muchas de ellas no escritas, que buscan garantizar el respeto y la armonía entre los representantes de los Estados. Y el presidente Gustavo Petro, desde su llegada al poder, ha decidido, por lo visto, saltárselas a placer y romper con los códigos que rigen para estos casos, mostrando que no le importan las formas tradicionales del protocolo diplomático. Es una actitud muy acorde con la impresión de líder mundial que quiere proyectar, pero se equivoca.
Su último viaje, a la cumbre de la ONU en Sevilla, se convirtió en un nuevo capítulo de su ya conocido historial de comportamientos poco ortodoxos en la escena internacional. Uno de los episodios más bochornosos fue su intento de abrazar a la reina Letizia de España, un gesto que contraviene una de las reglas más elementales del protocolo: no se toca, y mucho menos se abraza, a los monarcas. La reacción de la reina, apartándose con lo que en España llaman “hacer una cobra”, fue tan elocuente como incómoda para los presentes y para quienes siguieron la escena a través de los medios.
Este tipo de situaciones no es nuevo en la diplomacia latinoamericana, y la escena recuerda aquel momento en que Hugo Chávez intentó abrazar a la reina Isabel II. Cuando la anciana y frágil monarca británica vio abalanzarse sobre ella los ciento veinte kilos de humanidad del “comandante eterno”, todos pudimos ver la cara de terror de la pobre reina. En el caso de Petro, llueve sobre mojado; la reiteración de estos gestos genera una percepción de importaculismo que ya pasa de castaño oscuro.
Una de las características más llamativas del estilo de Petro es su tendencia a tomar a los dignatarios con ambas manos, como si temiera que se le escaparan. Este comportamiento ha sido observado en encuentros con figuras de la talla del papa León XIV, el presidente chino Xi Jinping y el propio rey Felipe VI de España. En el ámbito diplomático, donde cada gesto es interpretado como un mensaje, este tipo de contacto físico puede ser visto como una invasión del espacio personal y una falta de consideración por las costumbres del interlocutor.
El presidente de Francia, Emmanuel Macron, no soportó la grosería de su homólogo colombiano y reaccionó duramente a las críticas de Petro hacia los países del norte global, a quienes acusó de instrumentalizar la migración y de relegar la crisis climática. Macron le exigió respeto a Petro y le recordó que en Europa también existen líderes comprometidos con la lucha contra la extrema derecha y el cambio climático. “Nunca le doy lecciones a alguien del sur, y es extraño recibirlas simplemente porque viene del sur. Yo exijo el mismo tipo de respeto”, le dijo el francés, visiblemente molesto.
A la falta de tacto en el trato personal se suma la elección de vestuario. En la mencionada cumbre de la ONU, Petro optó por vestirse de manera informal, en contraste con el atuendo sobrio de los demás mandatarios presentes. Aunque el presidente defendió la “moda caribeña” como símbolo de identidad, vestirse de vendedor de helados como si estuviera en Cartagena no fue la mejor idea.
Otro momento que llamó la atención fue la “foto de familia” de la cumbre, en la que Petro, a diferencia de los demás líderes que posaban con seriedad, levantó la mano y saludó efusivamente, como si estuviera celebrando la boda de una sobrina. Ese momento tradicional en este tipo de reuniones, con todos los presentes tan serios y compuestos de terno oscuro y Petro en medio, todo de blanco hasta los pies vestido, agitando la mano, hizo que el presidente de Colombia resultase tan discreto como una tarántula en un pastel de novia.
Al igual que hace en Colombia, Petro tiene el cuajo de llegar tarde a reuniones con quienes sí son líderes del mundo, como ocurrió en su encuentro con Xi Jinping, uno de los hombres más poderosos de la Tierra. Fue un retraso de unos minutos, pero retraso al fin y al cabo. A esas reuniones hay que llegar antes que el más importante, y esos retrasos, lejos de ser vistos como simples descuidos, son interpretados en la diplomacia como desaires o señales de desinterés, lo que puede afectar negativamente la imagen del país y sus relaciones internacionales.
Las actitudes de Petro en la escena internacional han generado incomodidad y, en muchos casos, vergüenza entre los colombianos. No se trata solo de una cuestión de formas, sino de fondo: el presidente representa a más de cincuenta millones de personas y su comportamiento es percibido como reflejo del país entero. En un contexto en el que Colombia lucha por mejorar su reputación global, estos episodios de grosería y falta de protocolo no hacen sino reforzar estereotipos negativos y dificultar la tarea diplomática de sus representantes.