Los yates se han convertido en el lujo preferido de los magnates rusos que amasan fortunas y, muchos de ellos, se han aliado estratégicamente al Kremlin. Por esa razón, países como Alemania, Francia y Estados Unidos han emprendido una cacería, tras la invasión militar de Rusia contra Ucrania, para incautar estos excéntricos barcos que se estacionan en los puertos principalmente europeos.
Pero, ¿por qué los yates son tan apetecidos por la oligarquía rusa? Dicen que el dueño del Chelsea, Roman Abramovich, fue el pionero en la compra compulsiva de yates en Rusia, algo así como una competencia entre multimillonarios para exhibir las infinitas fortunas amasadas.
- Lea también: Técnico del Sheriff: de ganarle al Real Madrid a enlistarse en el ejército ucraniano
- Además: Guanajuato, el estado mexicano que quiere acercarse a Colombia
Abramovich suele comprar uno cada dos años, desde el Le Grand Bleu por 100 millones de dólares en 2001, pasando por Luna de 800 millones en 2010, hasta llegar al Eclipse, para ese entonces el barco más grande del mundo, en 900 millones.
Un yate para ellos no es un simple medio de transporte, sino un símbolo de poder en un mundo en donde los billetes ya no se cuentan en secreto.
Los especialistas en el tema señalan que un yate se desvaloriza tan pronto se paga; aunque cueste mucho comprarlo y mucho más mantenerlo. Los costos fijos son escandalosos y es necesario un personal adecuado para sostenerlo aun si no navega.
Incluso su precio varía de acuerdo al tamaño; entre más grande, mejor. Es por eso que subir de nivel, comprar cada vez uno más grande, es el objetivo de sus compradores. Pero no solamente allí radican los desorbitantes precios, sino también en los lujos adentro de los barcos; jacuzzis, discotecas, helipuertos y hasta salas de cine, son algunas de las excentricidades de las que disponen estos multimillonarios dentro de sus navíos.
Otra dimensión de superioridad, poder y riqueza tiene que ver con el lugar de parqueo. Es preferible tenerlo visible, ante los ojos envidiosos de terceros y en un puerto lleno de bares, discotecas y restaurantes. Costa Azul, en la localidad francesa de Saint-Tropez, es uno de esos lugares en donde cientos de turistas a diario se sientan a ver las riquezas de otros reflejadas en sus lujosos yates.
Pero llegó la hora de esconder el lujo, las sanciones internacionales por el desembarco de tropas rusas en Ucrania alcanzó también a estos magnates de quienes se dice están del lado del presidente ruso Vladimir Putin.
“Nos estamos uniendo a nuestros aliados europeos para encontrar y apoderarnos de sus yates, sus apartamentos de lujo y sus aviones privados. Vamos a ir por sus ganancias mal engendradas", señaló el presidente Joe Biden, durante el discurso del Estado de la Unión dado en el Congreso de los Estados Unidos el pasado 1 de marzo.
La Unión Europea adoptó la misma posición y comenzó a rastrear cualquier barco de lujo a nombre de oligarcas rusos.
Desde ese instante comenzaron los traslados de estos excéntricos barcos para evitar mares en jurisdicciones europeas o americanas. Vagit Alekperov, presidente de Lukoil, fue uno de los primeros en trasladar su yate Galáctica Super Nova, valuado en unos 900 millones de dólares, de Barcelona a Montenegro.
Sin embargo, el magnate ruso Igor Sechin no contó con la misma suerte. Mientras intentaba sacar su barco del puerto de la Ciotat, las autoridades francesas incautaron su Amore Vero.
Con la misma suerte corrió el multimillonario ruso Alisher Usmanov, fundador de USM Holdings Alisher, a quien las autoridades alemanas le confiscaron su Dilbar, un barco de lujo de 156 metros de longitud, 12 suites, la piscina más grande construida dentro de un yate, sauna, gimnasio y helipuerto, valuado en 600 millones de dólares.
Estas medidas podrían ser, tal vez, el intento de dar en el blanco del poder de los oligarcas rusos y así presionar el entorno de Vladimir Putin para que cese la guerra en Ucrania. En fin, una guerra contra los lujos de los poderosos en Rusia sin disparar un solo misil, pero sí tocándoles el bolsillo. ¿Les dolerá?
