En la hacienda del Cholo, el llanero del Grammy

Vie, 10/06/2011 - 00:00
Cuatro décadas y seis años atrás, en el fundo El Copey, Orlando Valderrama le pidió a su papá que lo dejará jinetear un caballo a pelo, sin silla, un alazano al qu

Cuatro décadas y seis años atrás, en el fundo El Copey, Orlando Valderrama le pidió a su papá que lo dejará jinetear un caballo a pelo, sin silla, un alazano al que le faltaban un par de meses para la monta. Su papá primero se negó, le dijo que ni el mejor de los vaqueros de toda esa sabana, desde Arauca hasta Guárico, sería capaz de domar a ese animal. Un rato después, parco como los llaneros, don Manuel le daría el permiso al muchacho para que lo intentara: esperando, sólo, a que su hijo cayera al suelo como el huevo de un toche.

Orlando se quitó las cotizas. Descalzo, se fue acercando en puntitas por la cola del caballo, comenzó a volear su lazo, lo soltó y enlazó al animal. Entonces midió la altura de la bestia y saltó tan alto como los grillos monteños, cayó de manera perfecta en el lomo, agarró la crin como pudo y después se sujetó del lazo que le había puesto por cabezada. El animal se empezó a sacudir apenas sintió la montada. Saltaba con furia, corcoveaba con rabia: caballo y jinete brillaban por los aires en una pelea sin tregua. “Uipipipipiiiiiiii”, gritaba aquel vaquero de catorce años. Segundos después, el caballo se dio por vencido, exhaló su último relincho y se quedo quieto, presto para ser montado por el resto de sus días.

Manuel, el viejo caporal del Copey, no expresó nada con su mirada. Esperó a que su hijo se bajara, sacó una cajetilla de cigarrillos, tomó uno y se lo llevó a la boca, tomó el segundo y se lo pasó al joven, encendió un fosforo para los dos y sentenció:

—Fúmese este primer cigarrillo de su vida conmigo, que usted ya es todo un hombre.

Catorce años atrás, a la “mama” Sara la cogió el parto en Sogamoso, pero Orlando Valderrama es más llanero que un Oripopo. Al Copey llegaría veinte días después, para nacer de nuevo en la tierra de los caballos, las vacas, los toros, los marranos, las gallinas, los toches, los chigüiros, las piñas dulces, los ríos y el petróleo.

Séptimo entre ocho hermanos, el Cholo se fue a estudiar a Sogamoso. Allá le tomó aprecio a las letras, a las palabras, a las frases, pero sobretodo a las coplas. Llegó el cuarto año, la clase de sociales, el modulo de América del Sur, y Perú como el país a estudiar con la profesora Piedad Vega. Entonces, el niño preguntó que cómo le decían a los peruanos y la profesora se lo explicó bautizándolo, para toda la vida, con el sobrenombre que hoy el mundo conoce:

—Cholos. Les dicen cholos porque son bajitos, de sangre india y  trabajadores como tú, Cholo Valderrama.

El grupo del cantante en su gira por China.

El Cholo no veía la hora de salir a vacaciones y volver al llano. Le gustaban las madrugadas llaneras, el canto de los gallos, el sol rojo en el oriente. Levantarse y salir a apartar vacas. Jugar a cogerles la cola y salir corriendo, predestinado, sin saberlo, a ser un coleador hasta llegar a viejo.

De repente, ya habían pasado varios años: el Cholo era estudiante en Sogamoso y peón de sabana en vacaciones. Como todos los llaneros que andan sobre el lomo de una bestia a más de 30 grados de temperatura, con sombrero a medio palo y machete al cinto, el Cholo también cantaba, pero con una inmensa diferencia: su voz era bravía y de largas poesías. Coreaba historias que se calaban entre los huesos. Cantaba como el Alcaraván, a toda hora y en todo el llano. Entonces, se sentó a escribir su primer canción, Bonguero de Casanare, dedicada a un viejo bonguero que navegaba como nadie por los ríos Ariporo, Upía, Cusiana y el Pauto.

***

—¿Quién le enseñó a tocar el Cuatro?

—Eso no se aprende, eso se lleva en la sangre ‒cuenta el Cholo‒. El llanero nunca enseña, el llanero le dice a uno “mire para que aprenda”. Yo no sé tocar el Cuatro, pero sí lo hago sonar. Cantar, cantar se un poco.

***

Y es verdad. Su hermano “Cunaviche” cuenta que el Cholo compró un guitarro y ensayaba cuando tenía tiempo. Las notas no le salían, pero sí las coplas: “Mi verso viene del llano y vuelve al llano mi verso, por el rumbo del recuerdo, como me lo dio mi tierra, así mismo se lo devuelvo”, cantaba el vaquero. Entonces llegó la época de prestarle el servicio a la patria y se fue para el ejercito, pero como no le gustaba la milicia armó su primer grupo de joropo, y con otros tres llaneros se dio a la tarea de cantar y pasear por cuanto batallón los invitaban.

(Extracto) Mi verso y yo

Al saber que un gran coplero debía tener un gran acervo conceptual, nunca dejó los estudios de lado. No fue a la universidad, pero leía cuanto papel llegaba a sus manos. Así se encontró con un libro que lo marcaría de por vida, Cantaclaro, del maestro Rómulo Gallegos. Según el Cholo, es el mejor libro del escritor venezolano, una historia que retrata la vida de los campesinos venezolanos de principios del siglo XX. Como el Cholo también quería compartir su saber, por esos días se le ocurrió enseñarle a leer a “papa” Manuel junto a sus hermanas: saber por saber se comparte, así sea al revés, de retoño a “papaíto”.

Leyendo y aprendiendo de los demás, fue como en San Martín (Meta), en un concurso de copleros, se encontró con un amigo para la perpetuidad. El cantante recuerda que se acababan ya los años sesenta, la plaza estaba llena, pero en el sitio resplandecía la sabiduría del llano. Sentado en una mesa, estaba un hombre delgado, gentil y elegante que daba cátedra sobre la Orinoquia. Al Cholo lo llamaron a la mesa para hacer parte de la tertulia, los hombres se pararon y le presentaron al que iba a ser uno de sus grandes faros. “Cholo,  éste es Bayiyo, Bayiyo éste es el Cholo”, dijo uno de los presentes. “Mucho gusto, Álvaro Coronel Mancipe”, dijo aquel hombre.

En 1993 ganó el Florentino de Oro, un premio exclusivo para venezolanos pero se lo dieron en Honoris Causa por su trayectoria.

***

—¿A qué le suena ese apellido, periodista? —indagó el Cholo.

—Al único Coronel que conozco es a Daniel, el columnista de la revista Semana, y es con dos eles.

—Es el papá.

—¿Y el papá de Daniel no es Judío?

—El papá de Daniel es más tameño que el río Cravo.

***

Álvaro Coronel Mancipe es tan amigo del Cholo que se llaman por “papi”, “papi”, a voz ronca, con los sonidos bajos que deja el cigarrillo. Para el Cholo, Coronel no es sólo su amigo, lo considera la biblia del llano. Dice que es el hombre que más sabe de la Orinoquia. En El Llano Adentro, cuarta obra de Coronel, aparece el Cholo: “Así es el Cholo Valderrama: EL AMIGO EN LA ALEGRÍA Y EL COMPADRE EN EL DOLOR”.

Y sería el propio Coronel quien presentaría el amor hecho mujer al cantante, en una noche de contrapunteo, por allá hace treinta años. Carmen Elisa Flórez había ido a ver los concursos tan famosos y tan nombrados, mientras que Coronel los había ido a trasmitir para la emisora Radio Cinco. La muchacha quiso conocer al cantante ganador y el ganador a la muchacha. Entonces empezó la carrera por el amor. El Cholo se hizo amigo de ella y le prometió que la próxima vez que la viera se iba a lanzar en una manga para brindarle el mejor toro de la tarde. Ella volvió a sus estudios de Economía en la Universidad de los Andes en Bogotá, y él siguió cantando en los sabanales del Orinoco. Meses después, en Paz de Ariporo, se dio la tan esperada cita. Como señal de conquista, el cantante le propuso a la reina que si ella gustaba de él levantara su sombrero justo cuando él cogiera al cimarrón por la cola y lo tumbara. Él lo tumbó, y ella tocó el cielo con las alas de su sombrero.

Así comenzaron las visitas y sus estrategias de conquista en Bogotá. Al Cholo le gustó desde siempre la intelectualidad de Carmen Elisa, y a ella la originalidad del cantante y el amor por el llano. El noviazgo vino largo y apasionado. Al final de los años setenta, llegó el primer hijo de la pareja, un hombrecito al que llamarían Manuel Orlando. El cantante trabajaba en el llano, escribía canciones y presentaba su propuesta artística en Colombia y Venezuela. Pero a la pareja le sobrevino un nuevo plan de vida. Carmen Elisa fue aceptada en la Universidad de Princeton en New Jersey, Estados Unidos, para realizar un Phd en demografía. El hombre no truncó el sueño de la mujer y, como pocos machos llaneros, la apoyó en la decisión de trasladarse al país del sueño americano.

Ella llegó a estudiar a la prestigiosa universidad y el Cholo no se quedó atrás. Lo primero que hizo fue tomar el directorio telefónico de la región, buscar las páginas amarillas y subrayar los trabajos en los que él no quedaría mal: los de las labores de vaquería. Consiguió emplearse en un rancho como caporal de pesebreras. El idioma no era fácil, pero el idioma con los caballos es y ha sido universal. Como salía de su trabajo a eso de las 5 p.m., decidió aprovechar el tiempo para estudiar su obsesión: el canto. De modo que ingresó al Westmeinster Choir College para perfeccionar su técnica vocal. A los profesores de la escuela los dejó impresionados este alumno, que sin haber tomado nunca técnicas de respiración, respiraba mejor que los estudiantes avanzados. ¿Pero cómo no lo iba a hacer mejor que muchos si él, el Cholo, se había inventado años antes un nuevo género en el mundo del Joropo? Una tarde, estaban grabando en Yopal una canción, pero ninguno de los músicos encontraba las notas ni el ritmo de la pieza. Entonces el Cholo les dijo que él la cantaba de un sólo tajó y que el productor la arreglara después. Valderrama tomo el micrófono, respiro profundo y se lanzó con una historia de tres minutos y medio sin parar. Todos se quedaron impresionados y lo único que atinó a decir el productor fue “esa canción le quita el resuello a cualquiera ¡camarita!”. Y fue así como se tituló el tema y el nuevo género, Quitarresuellos.

El Cholo tiene en su finca más de 700 cabezas de ganado, su pasión es la vaquería y su hobbie cantar.

Lejos de sus morichales, del arpa, las maracas y el cuatro, las letras de las canciones vendrían a la cabeza del Cholo. En las lejanías de New Jersey, recordaría a su “mama” Sara y empezarían a circular en su mente las líneas de una canción que plasmaría un par de años después. Un joropo que hace llorar a los más hombres “Señora Sara la de negra cabellera, la de la raza llanera, bailaora de joropo, en el rebozo de tu falda floreada yo recostaba la cara cuando quería una caricia y tú con una sonrisa, vieja mía me acariciabas”.

(Extracto) Señora Sara

Al abrirse al mundo, el cantante también se abrió a la multiculturalidad de la música misma. Entonces supo que los vaqueros del sur de Estados Unidos, esos de Memphis, de Nashville y Knoxville, componían canciones con historias de amor parecidas y con sonidos inquietos de guitarra. Desde aquellas épocas le gusta escuchar la voz con aroma a alcohol de Johnny Cash, los coros del bohemio Willie Nelson y la energía del texano Kenny Rogers. Además, Led Zepelin, los Rolling Stones, Frank Sinatra, Caetano Veloso y Joan Manuel Serrat se entrometieron en sus gustos musicales. Variados sus gustos, pero no su música. Siempre joropo y siempre llanera.

Al volver a Colombia, su nombre empezó a retumbar en las disqueras venezolanas. Ellos lograron que el Cholo grabará 16 discos con producción del país hermano. Para él y para casi todos los llaneros no hay frontera que los separe, en los llanos colombianos y venezolanos, nunca se dice “éste es colombiano” o “aquel es venezolano”. Sólo se oye decir: “aquel camarita es llanero”.

Tal vez por esa hermandad, en 1993 el nombre de El Cholo Valderrama rompe el protocolo de los premios de la música en Venezuela. Ese año todos los músicos, críticos y autoridades culturales, al unísono, le dieron El Florentino de Oro, en honoris causa por toda su obra y haber musical.

Sus coplas, versos, corridos y resuellos empezaron a oírse por todo el mundo: México, Guatemala, Panamá, Inglaterra, Francia, Alemania, España, Estados Unidos, China, Japón, Corea y hasta en la helada Rusia se deleitaron y se siguen deleitando con las historias hechas canciones de nuestros hatos colombianos.

***

— Maestro, ¿dónde estaba cuando supo la noticia del Grammy?

—Estaba en Pore, en la casa del “Cachi” Ortegón, mi amigo, y tal vez el mejor compositor del llano. Entonces sonó mi celular, era Gerardo Paz, de Vibra Music, con quien grabo mis discos. Y me dijo “Cholo, nos nominaron al Grammy”. Entonces yo le dije  «no se pajudo hombre» y le colgué.

—¿Y entonces?

—Volvió a llamar, y me dijo que era en serio, que habíamos sido nominados a Mejor Álbum Folklore, que pronto debíamos viajar a Houston a la premiación, que estábamos nominados junto a otro grande del joropo, Walter Silva, y con otros tres cantantes de Perú, Brasil y México.

—¿Qué recuerda cuando lo nombraron ganador aquella noche?

—Una inmensa alegría. La gente en el Llano no sabía la magnitud de los Grammys hasta nuestra nominación. Comenzaron a leer del premio y para todos era una inmensa fortuna el sólo haber sido nominados. Pero cuando dijeron mi nombre, no sólo pensé en mí. Pensé en todo un pueblo olvidado, donde nos catalogan de vaqueros borrachos por los estereotipos de las telenovelas, y eso no es así. En el llano hay talento, hay idiosincrasia y hay un mundo bellísimo para mostrar. Por eso lo defiendo y lo representaré hasta el día de mi muerte.

***

Sabe tanto de caballos como de contar historias tocando un Cuatro.

Al llegar a la Hacienda del Cholo Valderrama, en su portada se lee un nombre premonitorio: Vida tranquila. El fundo queda internado entre los sabanales de Pore y el hato La Venturosa, en pleno centro de los llanos del Casanare. El largo camino que lleva hasta la casona principal deja ver a los lados grandiosos pastizales donde se divisan pequeños grupos de vacas, en un silencio que se rompe, de vez en cuando, por los mugidos de los terneros y uno que otro trino de garzas y alcaravanes. Las diez vacas que están afuera son las del ordeño. Al pasar el camino largo, antes de la segunda portada donde se entra a la casona, está el ordeñadero, un rancho pulcro donde a las 5:30 a. m. y a las 4:30 p. m. se extraen todos los días, de esas ubres rosadas, dos cantinas de leche, con capacidad para 20 litros cada una. En el fundo sólo hay una decena de vacas de ordeño, porque el negocio es el levante, engorde y venta de ganado.

De hecho, Vida tranquila comprende un territorio de 700 hectáreas, un equivalente a siete veces el estadio Nemesio Camacho El Campín. El Cholo tiene en su hacienda 750 cabezas de ganado, 45 caballos, veinte gallinas, cinco gallos y tres perros. Las garzas, los azulejos, los toches, los alcaravanes, los chigüiros, los babos y los sancudos son difíciles de contar en aquel colosal paraíso llano. Bien adentro hay un torno, o rotonda, donde se escogen los caballos que están listos para la monta. Frente al torno hay un ensilladero, construido en palmas y guadua: allí se herran los zainos, los bayos y los moros más fuertes de la hacienda, que sirven para arriar ganado. En su mayoría los caballos son de genética Quarter, animales perfectos para montar junto a los ovinos. El Cholo una vez tuvo uno de paso, pero no le gustó ni el paso ni la cultura de ese mundo equino, porque no soporta que los “nuevos ricos” los monten tomando trago para que admiren su “valentía”.

Así como el “Tino” Asprilla tiene en su finca una cancha de fútbol, para disfrutar de su pasión: el Cholo Valderrama tiene en su hacienda una manga de coleo. Un extenso trecho llano, encerrado en barandales de madera, de 200 metros de largo y 20 de ancho. Los fines de semana, el Cholo y cinco de sus vaqueros sacan de diez a quince novillos para practicar el deporte sagrado de los llaneros. Allá dejan todas las fuerzas que sobraron en la semana, se olvidan del trabajo arduo de los días de sol, y se baten a un duelo sin muertos ni sangre. El caballo imprime velocidad para alcanzar al novillo, el vaquero toma las riendas para guiar con una mano, entonces extiende la otra para coger la cola del animal, lo hala con una técnica indescriptible y tumba al novillo, que da un par de vueltas. Pero a diferencia de las tardes de toros ‒el Cholo odia la tauromaquia‒, el novillo se levanta y vuelve al corral como si nada hubiera pasado.

La casona es moderada. Tiene un recibidor, donde todas las tardes el Cholo se sienta a tomar café y a interactuar con sus fans en Facebook. Lo mismo hace en su cuenta de Twitter. También ha empezado a debatir desde allí sobre los riesgos de la colonización de las grandes multinacionales petroleras en búsqueda del oro negro. Hace poco, el Cholo se enfrentó a los titulares de una de esas compañías que querían pasar un oleoducto por su hacienda, sin avisar y sin pedir permiso. La pelea del Cholo apenas comienza. Mientras él defiende la cultura centenaria del Llano, ellos defienden el “porvenir” de las ciudades. Una batalla que se podría denominar El caporal frente a la multinacional.

El coleo es el deporte de los llaneros; y fue en una manga conquisto a la que hoy es su esposa.

Un pasillo lleva a las habitaciones. Ahí están la de Manuel Orlando, su primer hijo, que después de graduarse de antropólogo en la Universidad de los Andes fue aceptado para hacer un master en Nueva York. Seguidas están las habitaciones de sus mellizos, Daniel, que estudia Psicología en los Andes, y Luisa Fernanda, que estudia Artes en la misma universidad. Sus hijos llegan a vivir en  vacaciones las aventuras del llano con su papá. En el otro pasillo está el estudio del Cholo, un cuarto atiborrado de libros donde se lee en las solapas nombres como Atahualpa Yupanqui, Alfredo Molano, García Lorca, Germán Castro Caicedo, José Eustasio Rivera, J.J. Benitez, García Márquez, Álvaro Coronel Mancipe y otra decena de libros de caballos y de la Orinoquia. Junto a estas columnas de conocimiento están cientos de los premios que ha recibido en vida el cantautor.

En el cuarto del cantante hay un chinchorro, donde descansa leyendo o viendo televisión: lo único que ve es El mundo del Campo, a las 4:30 a. m., cuando abre los ojos. En aquella hamaca también entona su cuatro y con él saca las canciones que después serán éxitos sin proponérselo. En la mesa de noche hay pastillas para la presión y el libro que lee por estos días, El Tercer Ojo, de Lobsang Rampa. Pero lo que más se destaca es una escultura de la Virgen de Manare, patrona de los llaneros. A ella es a quien le pide por la vida de su familia y la de todos los que pasan por un mal momento. Por estos días lo aflige el desplazamiento forzado de sus “camaritas” por culpa de la violencia. Aunque en el Llano ni se habla ni se pregunta por guerrilla o paramilitares, es una realidad que no se puede ocultar. Tal vez por eso es que canta con tanto sentimiento, a dúo con Fonseca, aquella canción llamada Camina Pedro. Una canción que me voy tarareando mientras regreso a Bogotá, a ese mundo que, tal vez, no es el mundo del gran Cholo Valderrama: “Camina Pedro, confuso y meditabundo, lo están matando los recuerdos en su mente, se siente solo en medio de tanta gente, pues va trochando un mundo que no es su mundo”.

(Extracto) Camina Pedro
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